Pasados presentes. AAVV
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Estas orientaciones evolucionistas tuvieron efecto en parte también en ámbitos ciertamente inesperados, como cuando, por ejemplo, hasta bien entrada la década de 1980, se le impuso el sello de la «decadencia» a la historia de la música sacra protestante sucesiva a la muerte de Johann Sebastian Bach. Al gran éxito del paradigma teleológico contribuyó sobre todo el hecho de que en apariencia este podía vincularse directamente a la convicción nacionalista de una «hegemonía de la música alemana», tal y como se había ido formando desde el siglo XVIII. No fueron solo conservadores nacionalistas quienes se apropiaron de juicios similares, sino nada menos que el círculo de Arnold Schönberg –que se consideraba en la punta misma de la vanguardia musical–, cuando en 1924 Alban Berg declaró, en su aportación para el quincuagésimo cumpleaños del maestro, que «a través de la obra que él (Schönberg) ha regalado al mundo hasta ahora, parece asegurada no solo la superioridad de su arte personal, sino, lo que es más, la de la música alemana de los próximos cincuenta años» (Berg, 1924: 192).2
Esta misma convicción está en la base de la idea de Adorno de un desarrollo autónomo del «material» musical, convertida en dogma por los exclusivos círculos de Darmstadt en las décadas de 1950 y 1960. El desprecio implícito, cuando no explícito, de todos los compositores de mediados del siglo XX que, como Bartók o Varèse, no se adhirieron al sistema dodecafónico, no solo se extiende por todas las publicaciones de Adorno, sino que se ha mantenido hasta hoy como la idea dominante de casi todas las descripciones de la historia de la música del siglo XX –bajo ningún concepto puede decirse que las consecuencias de esta grotesca unilateralidad estén hoy en día superadas.
Si bien Peter Wagner, al igual que la mayoría de los musicólogos de su generación, no deja entrever el menor interés por la música de su tiempo, al analizar el aquí resumido paradigma teleológico adopta una actitud contraria muy meditada y sorprendente para su tiempo, aunque la formule de manera extremadamente moderada. Al principio parece estar de acuerdo con la orientación generalmente aceptada:
He señalado que la musicología actual gusta de trabajar bajo el signo del pensamiento evolutivo […]. Más que el músico únicamente práctico, el erudito musical con sentido de la historia está convencido y complacido con las grandes hazañas del genio del arte musical, y reconoce agradecido los formidables progresos a los que también en música ha conducido la cultura europea (Wagner, 1921: 47-48).
También retoma, con aprobación, la entonces popular teoría de la recapitulación, es decir, la tesis de que filogénesis y ontogénesis coinciden –formulada en el ámbito científico por Ernst Haeckel en el año 1866, pero controvertida hoy en día–: «En cierto sentido, la formación musical del niño repite en gran parte las fases de la evolución de la música» (ibíd.: 49). Sin embargo, al profundizar sobre esta cuestión, Wagner deja resonar un apreciable distanciamiento de la creencia en el progreso, intacta en otros lugares. El investigador friburgués nombra las irreconciliables contradicciones entre el pensamiento historicista y una visión teleológica del mundo, al plantear la pregunta de si el nivel de desarrollo de la música artificial alcanzado a principios del siglo XX «resulta o no de provecho para la humanidad» (ibíd.: 47).
Es en general un hecho apoyado en múltiples observaciones que, dependiendo en cada caso de la índole propia de la música contemporánea, la impresión producida por las obras del pasado está en parte sujeta a fuertes cambios. Así por ejemplo, en nuestra época desasosegada, desgarrada y acostumbrada a los más fuertes estímulos y contrastes también en sentido artístico, las creaciones de Palestrina, pero también de Haydn y Mozart, se enjuician de un modo totalmente diferente a como se hacía antaño (ibíd.: 50).
Naturalmente habría que señalar que este escepticismo se debe a la visión conservadora, quizá incluso dogmática, de un fiel católico. Sin embargo, se perfila ya aquí, justo después del fin de la Primera Guerra Mundial, un alejamiento del paradigma teleológico que amplios sectores de la historiografía de la música completarían solo en décadas sucesivas.
AISLACIONISMO
En la agresiva obstinación por el método de la crítica estilística se manifestaba también un cierto complejo de inferioridad de una disciplina tardía, que intentaba desmarcarse de sus vecinas en mayor medida que otras disciplinas de orientación histórica. La insistencia en la «singularidad e independencia de la investigación histórico-musical» (Adler, 1919: 16) se adhiere implícitamente a la radical construcción de la obra de arte musical autónoma de Eduard Hanslick. Solo el concepto de «experiencia colectiva», propio de la recepción de Dilthey en la década de 1920 y especialmente favorecido por Heinrich Besseler, constituiría una radical declaración de guerra contra este tipo de comprensión de la música. Por otro lado, Besseler, desde la perspectiva de la supuesta autonomía de los hechos musicales, mantiene el paradigma aislacionista que caracteriza a la historiografía de la música hasta hoy en día: incluso a principios del siglo XXI ninguna otra forma artística está tan poco presente como la música en iniciativas interdisciplinares de orientación histórica.
Sin duda, el estudio de obras de arte musicales –sobre todo cuando se trata de música instrumental pura– requiere un grado de abstracción que no siempre se tiene que alcanzar en la misma medida en las artes escénicas o en la literatura. Pero, más allá de estas dificultades metodológicas de base, llama la atención cómo las declaraciones de influyentes representantes de la disciplina están marcadas por un complejo de inferioridad apenas reprimido. Ya en el exordio de su discurso de rectorado, Peter Wagner deja claro el honor que significa para la musicología, evidentemente todavía mirada mal por sus «hermanas mayores», el ver a uno de los suyos ocupando el «cargo honorario más elevado» de una universidad. Para el especialista en canto gregoriano, esto significaba «una confirmación explícita de su derecho a la existencia en el conjunto de las asignaturas académicas» (Wagner, 1921: 4). La percepción de ser de segunda clase no era nada casual. Así, también Hermann Kretzschmar (1903: 75-76) llega a hablar, en un discurso de 1903 sobre «La música en las universidades», de «la lucha por la existencia y el reconocimiento que ninguna nueva disciplina universitaria puede evitar». En este contexto, subraya que la musicología está «representada solo de pasada en varias universidades alemanas por directores musicales que están incluidos en varias listas de personal junto con los profesores de esgrima, equitación o baile».
Lo sorprendente no es, por otro lado, el empeño de representantes de la disciplina, tempranos y tardíos, en establecerla en las universidades; lo sorprendente es y sigue siendo la vehemencia con la que se reclama un papel especial para esta disciplina. Después de que la ampliación de los objetos de investigación dejase definitivamente atrás la autoconsideración como «rama secundaria de las ciencias filológicas y clásicas» (Wagner, 1921: 5), escribió Kretzschmar cuanto sigue, con una formulación cuya brevedad apodíctica no puede ocultar que la contraposición expresada no resiste una reflexión crítica: «La musicología, en primer lugar, tiene que servir, no a otras disciplinas, sino a la música y a los músicos» (Kretzschmar, 1903: 79). ¡Como si alguna disciplina del Bildungsideal de principios del siglo XX se hubiera legitimado en primer lugar a través de su utilidad para otra disciplina! Sin embargo, puede tener una cierta legitimación el que Kretzschmar exija, al final de su discurso sobre el musicólogo ideal, habilidades musicales sobresalientes:
Lo más esencial para un profesor universitario consiste en que sea un «buen músico», un artista en la práctica. Las relaciones que hay son exactamente las mismas que en el caso del docente de medicina interna y cirugía. Tal y como este no es tan solo un erudito, sino que sobre cualquier otra cosa debe ser un médico excelente, de tal manera solo se sirve a la historia de la música, al menos a la moderna, con hombres que puedan medirse al menos con cualquier maestro de capilla. […] Para el historiador de la música […] la actividad práctica propia es la base de todo juicio (ibíd.: 86-87).
Pero como Kretzschmar se ocupa expresamente