La censura de la palabra. José Portolés Lázaro
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Como vimos más arriba (§ 1.1), los seres humanos no solo actuamos de un modo físico, sino también con la palabra y, por tanto, no ha de extrañar que se hayan desarrollado normas también en este ámbito. El censor se ocupa como tercero de que se cumplan algunas de ellas impidiendo que se comunique algo.
2.1 LA IDEOLOGÍA
Con todo, cualquiera que trata de impedir que se comunique algo no adquiere una identidad censoria. No es un censor, por ejemplo, un joven que no desea que sus amigos revelen que se ha enamorado de una compañera de clase. Esto es así porque el censor no defiende únicamente sus opiniones personales, sino las creencias del grupo que representa o que cree representar en un momento dado. Defiende lo que se ha llamado una ideología. Van Dijk (2000: 54-56) explica su concepción de la ideología con una metáfora: como sucede con las gramáticas de las lenguas, que condicionan los usos particulares de los hablantes, las ideologías son «gramáticas» de las prácticas sociales específicas de un grupo. Les dicen a las personas qué deben pensar sobre distintas cuestiones sociales. Con otras palabras del mismo autor, se trata de sistemas de creencias evaluativas –opiniones– socialmente compartidas por grupos. Facultan a las personas que forman parte del grupo para «organizar la multitud de creencias sociales acerca de lo que sucede, bueno o malo, correcto o incorrecto –según ellos– y actuar en consecuencia» (van Dijk, 1999: 21). Así pues, para que haya censura, es preciso que alguien, por motivos ideológicos compartidos por un grupo, comprenda el respeto a su ideología como una norma que los demás también han de cumplir.
Cuando en 1959 el entonces director de La Vanguardia Española Luis Martínez de Galinsoga interrumpió a un sacerdote que oficiaba la homilía en catalán y no en castellano –la única lengua oficial en la España franquista–, no lo hizo de forma individual, sino arrogándose el papel de defensor de la ideología del régimen político que se encontraba en el poder. Tampoco los patronos cataríes de la empleada que tenía su expresión limitada actuaban de un modo particular, sino respaldados por una ideología de la que participa un buen número de miembros de aquella sociedad.
En cambio, existen casos de prohibiciones o castigos que no parecen ser censorios. No parece un acto de censura basado en una ideología el hecho de que el director de cine soviético Aleksei Kapler fuera detenido en 1943 por haber flirteado con la hija de Stalin –Svetlana–. No hay censura a idea contrarrevolucionaria alguna, sino la intromisión de un padre poderoso en los asuntos de su hija.3 Un caso de restricción generalizada de la información sin censura se produjo en los inicios de la BBC: hasta 1938 la BBC carecía casi de noticias, pero ello se debía a la presión de los periódicos para impedir la competencia de la radio pública, no a motivos ideológicos. Había un único boletín informativo breve y más tarde de las 19 h, cuando los periódicos ya habían vendido sus ediciones.4 Tampoco el revisor profesional de un texto original o de una traducción –en la mayor parte de las ocasiones se trata de escritos sobre asuntos prácticos– se ha de comprender como un censor, sino como un lector modelo que exige al autor o al traductor que se sigan unas normas lingüísticas, ortográficas y ortotipográficas para que el texto tenga una calidad suficiente para ser recibido por los lectores.5 No hay detrás de su labor una ideología que vaya más allá de unas normas profesionales. Asimismo, extrañaría ver como censores a unos padres que obligan por la noche a apagar la luz a una hija aficionada a la lectura. No le prohíben la lectura de algo determinado de acuerdo con su ideología de grupo, al día siguiente puede seguir con su libro. Solo quieren que, cuando se levante para ir al instituto, haya descansado lo suficiente.
De nuevo de acuerdo con van Dijk (1999: 187), otra condición para que se pueda hablar de ideología es que el grupo que la comparte no ha de ser efímero. Supongamos que una persona se erige como portavoz de unos pasajeros que se quejan del trato que les concede una compañía aérea. Esta persona, al exponer sus motivos, no defiende una ideología, esto es, no se puede hablar de la ideología de los pasajeros de un avión o de los asistentes a un concierto que se quejan de un sonido deficiente.
Que la ideología es importante en la labor del censor se refleja precisamente en que quien censura no ha de atender a todo tipo de discursos. Al censor le preocupan unos asuntos, pero se desentiende de otros que no amenazan su ideología. Eso explica que quienes temen a la censura rehúyan hablar de ciertos temas y pasen a comentar otros (§ 5.1). Durante las purgas soviéticas de la década de 1930,6 el temor a los castigos hizo que el crítico y literato ruso Kornéi Chukovski se especializara en literatura infantil y en la traducción de clásicos juveniles.7 Del mismo modo, en España, el periodista Mariano José de Larra (1809-1837) en los momentos en los que arreciaba la censura oficial se demoraba en la crítica teatral y los artículos de costumbres8 y, un siglo después, el filólogo y poeta Dámaso Alonso, que había pertenecido al mismo grupo poético que Federico García Lorca –fusilado en 1936– o que los exiliados Pedro Salinas, Jorge Guillén y Rafael Alberti, confesaba que se sentía cómodo enseñando Filología Románica en la Universidad de Madrid –y no Literatura Contemporánea, pongamos por caso–: no se le podía denunciar por su explicación de las teorías de la diptongación en las lenguas románicas o de la doble d cacuminal.9
Adviértase que, pese a todo, el hecho de que una ideología guíe la actuación del censor no trae consigo reconocer necesariamente una ideología contraria en el censurado. Es posible, incluso, que quien sufre la censura carezca de una ideología reconocible en su discurso y que, de todas formas, el censor considere inconveniente lo que comunica. En 1999 el ministro saudí de Comercio pidió a la compañía de refrescos 7 Up que cambiara su logo porque, en opinión de un denunciante, se asemeja al nombre de Alá escrito en árabe.10 Tampoco se ha de reconocer necesariamente un grupo detrás del censurado. La compañía 7 Up no forma parte de un grupo con una ideología determinada, algo que sí sucedía con Martínez de Galinsoga o los empleadores cataríes, es decir, con aquellos que adquirían una identidad censoria en su actuación.
2.2 IDEOLOGÍA E IDENTIDAD
Se puede pensar que una ideología es una de las características de la identidad de un grupo, pero esta hipótesis de partida no carece de problemas. Ciertamente, del mismo modo que sucede con la ideología, las identidades no son efímeras; al fin y al cabo, la propia identidad personal se fundamenta en saber quién se ha sido en el pasado y en que se va a continuar siendo la misma persona en el futuro. Esta continuidad es precisamente uno de los motivos de la existencia de la identidad.11 También, los grupos sociales procuran que su identidad tenga continuidad, aunque, en realidad, existan cambios; por ello, no es extraño que reinterpreten su pasado para mostrar una pervivencia en su historia que no se constata necesariamente. Es ilustrativo saber que en la Europa comunista no era posible que un líder que hubiera caído en desgracia fuera mencionado por su acción pasada como dirigente «ortodoxo» del régimen: a partir del momento en que alguien era considerado un traidor, se juzgaba que siempre había sido un traidor.12 Se le otorgaba, pues, una identidad constante y se actuaba en consecuencia. Por el mismo motivo, cuando en las purgas de la época estalinista eran condenados autores soviéticos cuya obra había sido ampliamente difundida en años previos por el mismo poder que ahora los castigaba, la condena acarreaba la retirada y destrucción de todas sus obras de las bibliotecas públicas y privadas, lugares adonde previamente el poder había enviado