Dragonomics: integración política y económica entre China y América Latina. Carol Wise
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Para concluir esta sección, quisiera comparar el papel que han cumplido China y los EE. UU. en el hemisferio occidental, según algunas de las mediciones tradicionales de poderío hegemónico: venta de armas, comercio e IED. Dado que China vende armas únicamente a naciones en desarrollo, compararé los dos países respecto a este parámetro. A escala global, en el año 2015, los EE. UU. representaban el 41 por ciento de los acuerdos para transferencia de armamento a países en desarrollo, mientras que China representaba apenas el 9 por ciento de este rubro9. En el hemisferio occidental, las transferencias de armas por parte de China a América Latina se han incrementado a más del triple de su volumen desde 2008 y, entre 2012 y 2015, promediaron US$ 2.700 millones cada año; el promedio de transferencias de armamentos de los EE. UU. hacia ALC se mantuvo estable en US$ 2.600 millones anuales durante el mismo período. Para poner estas cifras en perspectiva, entre los años 2012 y 2015, la venta de armamento de China a ALC promedió el 16,3 por ciento de sus volúmenes totales, mientras que, durante el mismo período, un 46 por ciento fue a parar a África y un 10 por ciento, a Asia. No obstante, dado que China y los EE. UU. están actualmente empatados en cuanto a la venta de armas a ALC, ¿debería Washington ser más receloso?
Ted Piccone, de la Institución Brookings, cita un informe elaborado por la militarista Comisión sobre Economía y Seguridad China – EE. UU. (USCESC), el cual declara que China no representa actualmente una amenaza evidente a la región en materia de seguridad (Piccone, 2016, p. 24). La USCESC identifica dos fases en la venta de armas chinas hacia ALC: «Primero, un bajo nivel de ventas militares e intercambios de artículos como aviones o helicópteros para transporte de tropas y misiles antitanques (1990-2000); y, segundo, ventas por un valor aproximado de US$ 100 millones al año de equipos más sofisticados como aviones, radares y misiles aire-aire, principalmente para Venezuela, pero también para Ecuador, Perú, Bolivia y Argentina (2000-2015)» (Piccone, 2016, pp. 8-9). Más recientemente, China ha incursionado en acuerdos de tecnología militar superior con países de ALC, por ejemplo, el acuerdo suscrito por Argentina y China en febrero de 2015 para coproducir vehículos blindados anfibios y la integración de aviones de caza chinos en la flota argentina. La expresidenta Cristina Fernández de Kirchner, del Partido Justicialista10, negoció una serie de acuerdos clandestinos con China, incluyendo la construcción de un satélite y una estación de control espacial en la Patagonia que plausiblemente podía convertirse en una base militar china. Le tocó al gobierno posterior del centroderechista Mauricio Macri lograr un acuerdo por parte de Pekín, declarando que esta base solo podía ser empleada para «fines pacíficos» (Londoño, 2018).
Otras fuentes son más ambiguas respecto a estas tendencias. Allan Nixon señala los precios más bajos de China y la falta de cláusulas de condiciones para la venta de armamentos a estos países en ALC: «Ello podría allanar el camino para que China coseche los beneficios de mejores relaciones diplomáticas y vínculos económicos, como el apoyo para asegurar los lucrativos contratos sobre energía que persigue tan empecinadamente» (Nixon, 2016). Tal como advierte Nixon: «Los esfuerzos de China por consolidar su influencia a través de estas ventas probablemente tendrían un impacto negativo sobre la influencia estadounidense en el largo plazo del proceso». Esta es una consideración importante, especialmente debido a que en 2017 China construyó su primera base militar en el extranjero en la República de Yibuti, en África, y esta fue ciertamente apenas el inicio de su expansión militar en el exterior. Empero, si tratase de hacer lo mismo en Buenos Aires o Río de Janeiro, sería de hecho una catástrofe geopolítica desde la perspectiva de la alianza occidental en su conjunto. Michael Beckley argumenta por qué este escenario es tan improbable: «Ineficiencias y barreras socavan el poderío militar de China. En promedio, los sistemas chinos de armamento poseen más o menos la mitad de la capacidad de los estadounidenses en términos de rango, potencia de fuego y precisión. Las tropas, pilotos y marineros chinos carecen de experiencia de combate y reciben menos de la mitad del entrenamiento al que se someten sus contrapartes estadounidenses. Más aún: la defensa de las fronteras y la seguridad interna consumen por lo menos el 35 por ciento del presupuesto militar chino y la mitad de sus efectivos están inmersos en esta actividad» (Beckley, 2018).
Respecto al comercio, en 2018, el total de exportaciones e importaciones entre China y América Latina ascendía a casi US$ 306.000 millones, mientras que ese mismo año lo comerciado entre los EE. UU. y ALC totalizaba aproximadamente US$ 896.000 millones. En lo que respecta a inversión extranjera directa, los EE. UU. representaban en 2016 el 35 por ciento de la IED en ALC en nuevas inversiones o «proyectos que empiezan desde cero» (greenfield) (US$ 24.200 millones), en comparación con la cuota del 5 por ciento (US$ 3.700 millones) representada por China. Cierto es que China se ha convertido en el socio comercial más importante en términos globales para Brasil, Chile, el Perú y Uruguay59(Cepal, 2015). Sin embargo, en un plano más general, América Latina todavía representa una pequeña tajada en la estrategia de «salir al mundo» y el modelo internacionalizado de desarrollo de China. Siempre consciente de que esta es la esfera de influencia de los EE. UU., y de su propia dependencia en materia de inversiones y de exportación hacia el mercado estadounidense, China ha ingresado con cautela en el hemisferio occidental (Cheng, 2007).
Sin importar la errática atención que los EE. UU. han prestado a la región durante la primera década de este milenio, la importancia de América Latina para los EE. UU. aún resulta evidente en términos de peso económico, influencia política de larga data y vínculos de seguridad. Al ocupar gran parte del hemisferio occidental, ALC es también un factor crucial en la capacidad de los EE. UU. de proyectar su poder a nivel global. Un análisis adicional referido tanto a los EE. UU. como a China en América Latina sugiere el surgimiento de una especialización de tareas. Sin duda, los EE. UU. continuarán promoviendo en la región la democracia, los derechos de propiedad, el Estado de derecho y las inversiones en servicios y manufactura, mientras que China se encargará del trabajo pesado referido a la expansión comercial, la extracción de recursos, la inversión en infraestructura y una serie de otros proyectos de desarrollo. En esencia, la participación de China en América Latina ha asumido mayoritariamente un carácter de desarrollo, lo cual es un reflejo de su propia condición como EE. Un artículo pionero escrito por Francisco Urdínez y sus colegas, titulado «Gobernanza económica china y hegemonía estadounidense en América Latina», sostiene que, más bien, «Pekín ha llenado un vacío dejado por una disminución de la presencia estadounidense en su propio patio trasero» (Urdínez, Mouron, Schenoni, & De Oliveira, 2016, p. 3). Para los EE. UU., un enfoque más sensato hacia el fenómeno China-ALC sería profundizar los lazos económicos y diplomáticos con ambas partes en asuntos relacionados con el hemisferio occidental.
El quiebre de la democracia en Venezuela que sobrevino en agosto de 2017 –cuando el presidente Nicolás Maduro montó una elección amañada para asegurar un Congreso que le permitiría redactar una nueva constitución y gobernar dictatorialmente por decreto– es el ejemplo más reciente de esta división del trabajo entre China y los EE. UU. en el hemisferio occidental. Los EE. UU., el Reino Unido, la Unión Europea y una serie de naciones de América Latina se rehusaron a reconocer la votación fraudulenta en Venezuela, y los EE. UU., México y Colombia anunciaron sanciones inmediatas contra Maduro y una serie de funcionarios de su gobierno. La crisis venezolana ofreció una oportunidad concreta para que China ingresase a la contienda y, de este modo, interfiriese en la hegemonía