Identidad Organizacional. Diego René Gonzales Miranda
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Una de las posibilidades que brinda el término IO es que permite situar una entidad como tal. Ya sea una organización, grupo o persona, cada entidad necesita por lo menos una respuesta preliminar a la pregunta ¿quiénes somos? para poder interactuar eficazmente con otras entidades a largo plazo y, a su vez, estas necesitan por lo menos la respuesta preliminar a la pregunta ¿quiénes son ellos? para realizar esa interacción. La IO sitúa socialmente, de esta manera, a la organización, al grupo o a la persona (Albert, Ashforth y Dutton, 2000).
Otro aspecto que tiene gran posibilidad para el análisis es que los conceptos de identidad e identificación poseen la capacidad de integrar y generalizar. Son términos que viajan fácilmente a través de los distintos niveles de análisis. Transmiten simultáneamente un distintivo y una unidad, lo cual permite al mismo tiempo confusión, multiplicidad y dinamismo, tanto del contenido de lo que es la identidad, como del proceso de su construcción. Identidad (nombre) e identificar (verbo) pueden ser utilizados como conceptos versátiles, marcos teóricos o herramientas que generan posibilidades para el desarrollo teórico (Albert et al., 2000).
Para Kreiner, Hollensensbe y Sheep (2006a), el término identificación se ha entendido en la literatura organizacional a partir de dos significados: en relación con un estado y con un proceso. La identificación como un estado se refiere a la asociación del individuo con un grupo social (una organización, una profesión, etc.) y, como proceso, describe el paso de alinear la propia identidad con la de un grupo social. Los autores resaltan que la identidad puede cambiar en este proceso, ya que es cíclica, y no determina cuándo un individuo se llega a identificar con una entidad en particular.
Las personas desarrollan una gran variedad de procesos de identificación intertextuales entre el yo y el otro en la interacción con sus entornos sociales (Fuller et al., 2006). Esto permite una construcción simultánea de la identidad personal como ser humano y la identidad pública como actor social. Y dado que tales prácticas articulan lo personal con lo social, analíticamente la noción de identidad puede ser considerada como un concepto puente entre el individuo y la sociedad (Ybema et al., 2009). Su potencial de mediación radica precisamente en ese doble carácter, por lo que la identidad puede ser considerada una dialéctica permanente entre la estructura personal y la social.
En este sentido, el estudio de la IO permite comprender el deseo permanente y subyacente de generar congruencia o encaje de ciertas actitudes y comportamientos personales con lo establecido por la organización. Esto podría implicar también revaluar las creencias fundamentales del individuo, o presionar a la organización para que haga cambios en sus prácticas, pudiendo llevar a reconsiderar la relación misma del individuo con la organización (Foreman y Whetten, 2002).
A pesar de su importancia y de las posibilidades de abonar a la comprensión de los fenómenos organizacionales, Pratt y Rosa (2003) han afirmado que la identidad, como un concepto explicativo, es a menudo usado en exceso, y no ha sido especificado lo suficiente: “El concepto de identidad de la organización está sufriendo una crisis de identidad” (Whetten, 2006, p. 220).
Pratt (2003), haciendo alusión al término IO, afirma que “un concepto que significa todo, no significa nada” (p. 162). Esto constrasta con la definición de Albert y Whetten (1985), los cuales presentaron el concepto como un constructo definido. El mismo Whetten (2006) da cuenta de esta problemática al afirmar que si bien algunos autores proponen dicha identidad como un conjunto de fragmentos, a menudo incompatibles, otros autores cuestionan esta posición, ya que consideran que concebirla como algo estable, permite una coherencia consistente con la acción organizativa.
Los diferentes puntos de vista en diferentes momentos de la historia pueden simplemente servir para diferentes propósitos, la falta de un acuerdo universal es, de algún modo, un impedimento para el futuro. De hecho, puede resultar que algunas de las más profundas cuestiones planteadas referidas a la identidad, no se puedan resolver, debido a que su profundidad y densidad serán siempre un enigma. (Whetten, 2006, p. 15)
Es entonces dentro de este contexto que la IO es importante para el análisis organizacional. La problemática que subyace remite a una serie de interrogantes: ¿qué es lo que se ha dicho en relación con ella? ¿Cuáles son las principales perspectivas teóricas que los investigadores han utilizado para su estudio? En otras palabras: ¿en qué va la conversación sobre este concepto?
A continuación, se presentan los fundamentos disciplinares, ontológicos y epistemológicos de la identidad organizacional.
El concepto de IO ha sido desarrollado por la filosofía, por los estudios culturales y por la teoría literaria así como por la psicología, la sociología y la antropología. Por ello no es sorpresa que haya encontrado en los estudios organizacionales su espacio y lugar para ser también interrogado. A continuación se presentan los fundamentos disciplinares desde la filosofía, la sociología, la psicología y la antropología.
El término identidad en el ámbito filosófico ha sido examinado desde varios puntos de vista, siendo los más destacados el ontológico (o metafísico) y el lógico. En el primero se hace referencia a la identidad según la cual toda cosa es igual a ella misma. El segundo corresponde al llamado principio lógico de la identidad, donde este es considerado el reflejo lógico del principio ontológico de la identidad y se podría expresar así: si p (enunciado declarativo)... entonces p (lógica de las proposiciones). Ambos sentidos, tanto el ontológico como el lógico, se han entremezclado e incluso confundido con frecuencia.
Según Ferrater Mora (1994) la idea de identidad parece ser el resultado de una cierta tendencia de la razón a reducir lo real a lo idéntico, es decir, a sacrificar la multiplicidad de la identidad con vistas a su explicación. La noción de identidad metafísica fue criticada por Hume pues no estaba de acuerdo con aquellos que afirmaban que hay un yo que es idéntico a sí mismo o idéntico a través de todas sus manifestaciones. Esta idea, decía, no podría derivarse de ninguna impresión sensible, dado que penetrar en el yo conllevaría encontrar alguna percepción particular (muchos yos) que terminaría convirtiéndose solamente en haces o colecciones del mismo yo. Así, Hume considera el problema de la identidad como insoluble.
En ese orden de ideas, Kant acepta la crítica de Hume al considerar la insolubilidad de la identidad, pero solo cuando se pretende identificar cosas en sí o cuando se funda el término en la persistencia de las múltiples visiones o representaciones del yo. Sin embargo, considera que la identidad puede asegurarse en la medida en que no es ni física ni metafísica, sino trascendental: la conciencia de sí mismo en diferentes momentos.
Siguiendo con Ferrater Mora (1994), los idealistas post-kantianos crearon un concepto central metafísico en el que la identidad es, además de un concepto lógico, el resultado de representaciones empíricas unificadas. Hegel entiende la identidad como un concepto universal, una verdad plena y superior que ha absorbido las identidades