Identidad Organizacional. Diego René Gonzales Miranda
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Cuando trató de definir la identidad, Aristóteles observó que esta se daba en varias formas: es una unidad de ser, una unidad de multiplicidad de seres o una unidad de un solo ser tratado como múltiple. Los escolásticos, por su parte, definieron varios tipos de identidad: la real, la racional, la específica, la genérica entre otras, pero en términos generales la establecieron como la conveniencia de cada cosa consigo misma.
Si bien puede hablarse de un fundamento común de la identidad recogido en la expresión anterior, se puede hablar también de identidad en diversos sentidos: identidad real, identidad racional o formal, incluso muchos autores han hablado sobre el principio psicológico de la identidad, sin embargo, con frecuencia la idea de todas las formas de identidad existentes se puede reducir a las dos mencionadas al comienzo.
El sociólogo Erik Erikson enfoca la identidad como el proceso que hace que el núcleo de la individualidad y el núcleo de la comunidad sean uno mismo. La consideración más sociológica de la identidad ha sido iniciada por la escuela de pensamiento del “Interaccionismo simbólico” que muestra cómo son los procesos sociales de construcción de la identidad social a partir de la distinción entre el yo y él. A partir de los años sesenta surgen presupuestos en los que se considera la conciencia de la identidad como un atributo del individuo, la cual se basa en significaciones sociales de rasgos tanto individuales como colectivos y cuya significación constituye un proceso de construcción de sentido en donde todos participan de maneras desiguales.
Por otro lado, Giménez (2000) considera que el concepto de identidad aparace a finales de los años sesenta, aunque sus elementos ya se encuentran presentes en la teoría social anterior. La sociología, ya como ciencia, plantea el estudio de la identidad en dos tradiciones: por un lado, la americana, en la que se destaca al sujeto como actor social y la formación de su identidad a partir de la participación en el mundo social; y por el otro lado, la francesa, la cual estudia la identidad como dimensión subjetiva de las representaciónes socialmente elaboradas o el capital cultural que distingue a las clases sociales.
La tradición francesa vincula tambien el estudio de la identidad con los movimientos sociales y las migraciones. La identidad se define a partir de cómo los grupos se representan a sí mismos frente a otros. Durkheim fue el primero en plantear la existencia de representaciones sociales que se expresan en el comportamiento de los individuos. Moscovici retoma esta idea y, en su teoría de las representaciones sociales, las define como campos de conceptos o sistemas de nociones asociadas que sirven para dar cuenta de la realidad y, a la vez, determinan el comportamiento individual (Giménez, 1996).
En la antropología, se considera que la identidad es un elemento de la cultura internalizada que distingue (Bourdieu) o una representación elaborada por los actores sociales (Moscovici). En ese sentido, la identidad es el lado subjetivo de la cultura considerando su función distintiva. Sin embargo, la identidad no es una especie que se atribuyen los actores sociales a sí mismos; por el contrario, la identidad surge del proceso de intercambio social como una afirmación de razgos que distinguen a un grupo y puede modificarse de acuerdo con la historia de los diferentes grupos o colectivos.
Se pueden distinguir las siguientes controversias (Giménez, 1996) en torno al problema de la identidad:
• La concepción de la identidad como un proceso social que se juega de distintas formas, sea como una identidad colectiva o como una identidad personal.
• El papel que se les da a los sujetos en tanto se plantean como poseedores de una identidad que los hace distintos a otros.
• La participación de los sujetos en los conflictos, en lugar de enfocarse en las estructuras que los determinan.
• La exploración de temas como los relatos que elaboran los grupos y el uso estratégico de las identidades.
No obstante, se le ha dado un peso excesivo a las representaciones sociales como el núcleo de la identidad, destacando la parte cognitiva, y un escaso reconocimiento a los valores y las prácticas sociales como los componentes que dan sentido a la identidad (Hernández, 2008).
El sociólogo norteamericano Charles Horton Cooley (1902) buscó explicar la sociedad sin excluir lo individual. Para ello trató de sintetizar el individualismo y el socialismo en una forma orgánica, evitando caer en perspectivas parciales: “La visión orgánica hace hincapié en la unidad del conjunto y el valor peculiar del individuo, explicando uno por el otro” (Cooley, 1964, p. 36). Este uno por el otro hace referencia al aspecto distributivo (las personas hacen la sociedad) y colectivo (la sociedad hace a las personas) de los aspectos de la vida. Su visión orgánica se sintetiza en el hecho de que para él, la sociedad y los individuos no denotan fenómenos separables, sino que son sencillamente aspectos colectivos y distributivos de una misma cosa.
No es posible dividir la psicología social del hombre en aquello que es social y aquello que no lo es. Todo es social en un sentido, y lo social es parte del común de la vida humana. En este sentido afirma Cooley: “todo lo humano acerca de su misma historia tiene un pasado social” (1964, p. 47), definiendo así el yo en términos sociales, esta es quizás su mayor contribución a la teoría de la identidad (Hatch y Schultz, 2004). Para él, la idea de identidad es definida por la percepción de cómo nos ven los demás5 y, plantea a su vez, la concepción –promovida recientemente por los posmodernistas– de la identidad como una construcción lingüística: “Que el ‘Yo’ del habla común está envuelto en el hecho que las palabras y las ideas que definen son fenómenos del lenguaje y de la vida comunicativa”6 (Cooley, 1964, p. 180).
El también sociólogo norteamericano George Herbert Mead (1934), teórico del Interaccionismo simbólico, presenta el yo como dinámico y social, afirmando que la identidad se forma por la interacción social y destaca la internalización de los otros como parte del sí mismo. Mead formula una concepción del sí mismo como un proceso social y, a la vez, una capacidad mental de considerarse a sí mismo como objeto. Este concepto presupone el proceso social de comunicación entre los humanos; surge con el desarrollo y a través de la actividad social y, además, está dialécticamente relacionado con la mente. Es así que el autor afirma que el yo no es un sí mismo y se convierte en tal cuando la mente se ha desarrollado por medio de un proceso reflexivo. Por medio de la reflexión, los procesos sociales de participación y comunicación son internalizados en la experiencia de los individuos.
Mead (1934) identifica dos aspectos o fases del sí mismo: el yo y el mí. Afirma que ambos son partes de un todo, pero separables en cuanto al comportamiento y la experiencia. De un lado, el yo es la respuesta inmediata de un individuo a otro, el aspecto no calculable, imprevisible y creativo del sí mismo. Las personas no saben con antelación cómo será la acción del yo, no se es totalmente consciente de él, tan solo cuando se ha realizado el acto. Y de otro, el yo reacciona contra el mí que es el conjunto organizado de actitudes de los demás que uno asume, es la adopción del otro generalizado –actitud del conjunto de la comunidad hacia mí–; las personas son conscientes del mí pues implica la responsabilidad consciente.
El autor tiene una concepción moderna de las instituciones sociales, que constriñen a los individuos, a la vez que les capacitan para ser creativos.7 Albert y Whetten (1985) enfatizan el concepto de yo de Mead para formular la definición de identidad y las relaciona con la percepciones del sí mismo formado por los otros. La aportación de Mead es considerar que el sí mismo se forma en el proceso de interacción social y de comunicación, donde entonces puede concebirse como un desarrollo social, al participar en las actividades, y como la capacidad de reflexionar sobre las