Identidad Organizacional. Diego René Gonzales Miranda
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Fue así que Egeo al ver a lo lejos que la nave tenía izada la vela negra creyó que la barca portaba el cadáver de su hijo. El rey de Atenas no soportó su dolor ni su culpa por haberlo enviado hacia las fauces del Minotauro y se arrojó al acantilado para encontrar la muerte en el mar que ahora lleva su nombre.
El barco que traería de regreso a los jóvenes vírgenes con Teseo al mando fue conservado por sucesivas generaciones de atenienses mediante continuas mudas, retoques y recambios, hasta el punto que la embarcación que había llevado y traído a Teseo no contaba ya con una sola de sus tablas, clavos ni bisagras originales.
Esta narración ha permitido la formulación de una impertinente pregunta que apunta al problema de la identidad y que hoy conocemos como la paradoja de Teseo, la cual podría expresarse de la siguiente forma: la barca que ahora vemos en el relato ¿es realmente la barca de Teseo? O como suele ser más reconocida: notificados de las recurrentes reformas que sufrió el navío para su constante reparación, al punto de que en ella no existe ya la más minúscula de las cuñas de madera originales, ¿podríamos decir que se trata de la misma barca?
En otra narración, más cercana en el tiempo, Borges1 nos relata los lamentos de un desdichado llamado Asterión, quien es aquejado de inefable soledad en su enorme casa, de la que promete no volver a salir nunca debido al desprecio de la gente.
A pesar de que la formidable casa de Asterión permanece con las puertas abiertas para, como él mismo afirma, “que entre el que quiera”, el abandonado es acusado de soberbia, misantropía y locura. Para hacer más insufrible el tedio, nuestro protagonista declara ser analfabeto; ante la sucesión interminable de largas noches el desventurado deplora: “Jamás he retenido la diferencia entre una letra y otra. Cierta impaciencia generosa no ha consentido que yo aprendiera a leer”.
En rescate de esa soledad, de tanto en tanto algunas gentes entran a su casa para que Asterión los libere de todo mal: “Oigo sus pasos o sus voces en el fondo de las galerías de piedra y corro alegremente a buscarlos. La ceremonia dura pocos minutos”.
En cierta ocasión uno de esos visitantes le notifica al sufriente que algún día llegaría su redentor. La dicha por la noticia invade al adolorido: “Desde entonces no me duele la soledad”, dice Asterión, “porque sé que vive mi redentor y al fin se levantará sobre el polvo [...] Si mi oído alcanzara todos los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos. Ojalá me lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas. ¿Cómo será mi redentor?”.
La narración de Borges nos priva de asistir al encuentro de Asterión con su redentor, y solo nos permite saber el final de la historia:
“El sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba un vestigio de sangre.
—¿Lo creerás, Ariadna? –dijo Teseo–. El minotauro apenas se defendió”.
Como vemos en este cuento de Jorge Luis Borges, titulado “La casa de Asterión”, la narración se subvierte. Los lectores menos avezados, al no conocer el nombre del Minotauro, nos notificamos con sorpresa de que la terrible bestia de la primera historia es el mismo sufriente que libera de todos los males a los “visitantes” quienes eventualmente acuden hacia él. Advertimos también que la enorme casa es el laberinto construido por Dédalo y que la criatura que en el primer relato nos despierta el más terrible horror, en la segunda narración nos provoca sentimientos de lástima y ternura. De igual manera, nos percatamos de que el príncipe Teseo quien en la primera historia es el furtivo asesino de la bestia, en la segunda se trata del anhelado liberador que redime al sufriente Asterión. Desde un paradigma esencialista la paradoja de Teseo puede ser resuelta de manera afirmativa apelando al concepto de la esencia, es decir, aunque la embarcación no tiene ya ni uno solo de los atributos materiales originales conserva su ontología esencial. Sin embargo, dicha solución es metafísica y poco satisfactoria más allá de la metafísica misma. Por otros caminos, los aportes del profesor Gonzales nos suscitan la idea de que tal vez importa más la construcción narrativa que los atenienses hicieron con las narraciones que ellos mismos habían hecho previamente, en conjunción con las construcciones que otros habían hecho y harán sobre ellos.
Ahora bien, en el presente texto, el profesor Gonzales, después de una juiciosa revisión de la literatura sobre el tema de la identidad organizacional, logra hacer distinción de otros dos paradigmas diferentes al esencialista, a saber, el constructivista y el discursivo, y toma partido por el constructivista como puede advertirse de forma explícita en el título del libro. Su posición encuentra cabida en un tema específico poco atendido en el ámbito de los estudios organizacionales, a saber, lo liminal. En esta determinación se encuentra a mi modo de ver uno de los principales aportes de su trabajo.
Parodiando el famoso apotegma de Sartre, el cual afirma que cada hombre es lo que hace con lo que hicieron de él, podríamos decir que la identidad individual y organizacional es la construcción que un individuo o un grupo organizado va haciendo con sus vivencias propias, pero también con las construcciones que otros van haciendo sobre él.
En ese sentido, de la investigación del profesor Gonzales nos queda claro que la pregunta por el ¿quién soy? es dialógica y, en esa medida, su respuesta necesita de los otros, se construye en interacción de narraciones de la comunidad. En sus propias palabras: “El hombre como ser en relación, lo es en tanto encuentra un tú que lo constituye como persona”.
En “La casa de Asterión” ello es aún más evidente: ¿quién es el verdadero Minotauro: la bestia carnívora y despiadada, o el sufriente y abandonado; aquello que Asterión narra de sí mismo y de su sufrimiento; lo que los atenienses relataban sobre él, o lo que sobre él dijeron Minos, Pasifae, Ariadna y Teseo? O bien: ¿las construcciones que el lector y yo estamos haciendo en este momento?
El recurso a lo liminal nos autoriza a superar el principium tertii exclusi de Aristóteles. La perspectiva liminal aportada por Gonzales nos permite, entre otras cosas, admitir que tal vez la respuesta identitaria de Asterión es el constructo que él mismo haría con todas esas construcciones; o mejor, que el propio Asterión iría haciendo, en un permanente cambio, de forma análoga a lo acontecido con las recurrentes modificaciones de la barca de Teseo. Es así como las identidades personales llevan expectativas de la interacción presente y futura en relación con los otros.
En el presente libro, el problema se ciñe a la desestabilización de la identidad como algo dado y relativamente seguro, y un creciente interés por considerarla como objeto y medio de los esfuerzos de regulación por parte de la administración. El lector porta el resultado de la labor investigativa del profesor Gonzales, trabajo de carácter cualitativo que se realizó bajo la modalidad de estudio de caso en la compañía Comercial Nutresa S. A. S. de Medellín (Colombia) y que, desde la perspectiva crítica y pluridisciplinaria de los estudios organizacionales, se propuso definir la identidad organizacional como un diálogo entre la organización y los mandos medios.
El análisis de dicho diálogo le permitió al profesor avisarse de la identidad organizacional a modo de un proceso liminal, en el cual la conjunción de los factores que intervienen en el proceso configuran un espacio no-estructural en donde el cambio, la resistencia y la constante significación caracterizan la identidad organizacional de los empleados de línea media de la organización estudiada, a saber: el reconocimiento, la trascendencia y la seguridad, vinculados a categorías temporales del pasado, futuro y presente,