Historia de un alma. Santa Teresa De Lisieux
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(Navidad de 1886-abril de 1888)
En este breve período de menos de año y medio suceden muchas cosas importantes y se produce un profundo cambio en la adolescente.
El primer gran acontecimiento espiritual de su vida es el que ella llama la «gracia de Navidad». Marca un hito decisivo en su existencia y da principio al tercer período de su vida, el más importante y al que ella califica de «el más bello, el más lleno de gracias del cielo» (MsA 45 vº). Este suceso ella lo califica de «milagro» (MsA 44vº), de «conversión» (C 178). Originó en la muchacha una transformación tan profunda que en poco tiempo la niña llorona e hipersensible se convirtió en la mujer fuerte como quería santa Teresa que fuesen sus monjas.
«No me conocía a mí misma», afirma más tarde la joven monjita (C 178). Esto ocurría la noche de Navidad de 1886. Ella describe el acontecimiento con todo detalle en el Manuscrito «A», 44vº-45vº.
Tiene catorce años y crece en estatura hasta poder llamarla «Teresa la grande». Era la más esbelta de la familia. Se desarrolló su inteligencia. Siempre había sido despierta y precoz, pero ahora ha dado un gran salto. Se dedica a estudiar historia y ciencias. Le atraen también las artes, principalmente la pintura.
Su espíritu se abre, sobre todo, a las bellezas sobrenaturales. Si en la formación intelectual era, en gran parte, autodidacta, en la espiritual lo era casi en absoluto. Su gran Maestro ahora y en adelante será Jesús. Era él quien la guiaba. «Porque yo era pequeña y débil, él (Jesús) se abajaba hasta mí, me instruía secretamente en las cosas de su amor» (MsA 49rº). Algunas lecturas y las conversaciones con Celina la ayudaron bastante.
El cambio producido abrió su vida a una nueva dimensión fundamental. Dice que al superar su excesiva sensibilidad salió de su egocentrismo. Hasta este momento vivía encerrada en sí misma, en sus problemas. Desde ahora empieza a abrirse, a preocuparse de los demás. Lo dice con esta frase rotunda: «Sentí que entraba en mi corazón la caridad, la necesidad de olvidarme para complacer a los demás y desde entonces fui feliz» (MsA 45vº).
Empieza por practicar la caridad espiritual, por procurar la conversión de los pecadores. Su primer objetivo concreto fue la conversión de un famoso asesino llamado Henri Pranzini condenado a muerte. Luego iría extendiendo su campo de acción. La operación estaba iniciada. Una estampa de Jesús crucificado le impresiona, le hace entender que Jesús tiene sed de almas y espera su colaboración (cf MsA 45vº). La actividad iniciada no se interrumpirá hasta el fin de los tiempos, pues continúa también en el cielo (cf UC 17 de julio). Comprende los secretos de la perfección con una profundidad que nadie hubiera sospechado. Se los revela Jesús en su intimidad. Y esa luz la guía, como dice san Juan de la Cruz:
«Más cierto que la luz del mediodía
a donde me esperaba
quien bien yo me sabía».
El lugar donde la esperaba era el Carmelo. Esta es la nueva pretensión, que la obsesiona. Tiene que entrar en el Carmelo cuanto antes, apenas cumpla los quince años, la edad mínima exigida. No va a escatimar coraje y esfuerzos hasta lograr la realización de su anhelo. Se siente inspirada e impulsada por Dios y tiene que llegar a la meta, al Carmelo. Tendrá que superar grandes obstáculos, pero ella se siente decidida a pasar por el fuego, si es preciso, para responder a la llamada divina.
No es que se sienta incómoda en su casa. Ella y Celina llevan «la vida más dulce que unas jóvenes pueden soñar» (MsA 49vº). Gozan del ideal de felicidad concebible en esta tierra. Pero renuncia a todo ello e inmediatamente se pone a dar los primeros pasos para convertir su sueño en realidad. La primera confidente de sus aspiraciones tiene que ser Celina. Para ella no tiene secretos. Esta la comprende y cede sin mayor resistencia. Hasta la anima a seguir el camino que Jesús le indica. Más delicado resultaba abordar a su padre, que ya había hecho el sacrificio de las tres hijas mayores. Además ya había sentido los primeros ramalazos de parálisis. Pero Teresa tiene ya decidido irrevocablemente entrar en el Carmelo por Navidad, al cumplirse el año de la extraordinaria «gracia» de su «conversión». Hay que escoger un momento adecuado para hacer el planteamiento al padre. El día elegido fue el de Pentecostés, 29 de mayo. Después de asistir a la función de la tarde estaban padre e hija sentados en el banco del jardín de la casa. La joven suelta, entre lágrimas, su secreto. Su bendito padre le responde con un gesto de generosidad que no se podía imaginar. Está dispuesto a entregar a Dios todo, hasta a su hija más querida, a su «reinecita». Este escollo está superado. Aun quedaba otra dificultad que salvar. Necesitaba la autorización de su tío Isidoro, que era protutor de sus sobrinas. La joven aguarda varios meses. Por fin, durante el mes de octubre, se decide a proponerle el asunto. La primera reacción del tío fue totalmente negativa. Le dice que espere, por lo menos, tres o cuatro años. Todavía es casi una niña. No está en condiciones de abrazar una vida como la que se lleva en el Carmelo. Sería contrario a la prudencia humana permitir entrar en el convento a una jovencita de quince años.
«Para decidirle a concederme el permiso se necesitaría un milagro» (MsA 51vº). Pasó unos días de sufrimiento indecible. Oraba, pero se sentía desasistida hasta por el cielo, que no obraba ningún milagro. Al cabo de dos semanas, por influencia de la Hna. Inés, el tío cambia de parecer y le concede la autorización.
La mayor dificultad se encontraría donde menos se esperaba: en la autoridad eclesiástica. Debió influir en esta oposición el caso de una jovencita de la ciudad, cuyo proyecto de ingresar en el convento dio lugar a críticas muy duras. No se quería que se repitiera la escena. Por esa razón, el Superior religioso se opuso y se mantuvo firme en su actitud aún después del ingreso de Teresa en el convento.
La interesada no se arredra ante tal dificultad. Recurre a instancias superiores. Primero al obispo. Este no toma ninguna decisión. Le parece lo prudente en el caso. La joven, decepcionada, sale de la audiencia hecha un mar de lágrimas. Pero no pierde la paz interior porque ha hecho lo que Jesús le pedía. Buscaba sinceramente el cumplimiento de la voluntad de Dios (cf MsA 55vº).
La gran peregrinación
(4 de noviembre-2 de diciembre de 1887)
Viene narrada por la santa en MsA 55vº-67vº. Será el viaje y el acontecimiento puramente humano más influyente y destacable de la sencilla vida de la santa. Ella piensa, sobre todo, en los resultados obtenidos. «Me ha enseñado más que largos años de estudio» (MsA 55vº). Su preocupación fundamental y su gran aspiración es la de recabar del papa León XIII la autorización para entrar en el Carmelo por Navidad. De hecho fracasa en este intento, aunque logra otros frutos que no entraban en su proyecto pero iban a ser muy útiles para el resto de su vida, ciertamente más que el ingresar en el Carmelo unos meses antes. Hay quienes interpretan maliciosamente este viaje de la joven a Roma. Piensan que su padre intenta distraerla, quitarle de la cabeza la idea de abrazar la vida religiosa. Pero no hay duda respecto a esta intención. Nunca pasó por la mente del dulce y resignado patriarca semejante pensamiento.
La peregrinación tenía como objetivo principal dar una muestra de apoyo y solidaridad al Papa, que celebraba su jubileo sacerdotal y se encontraba en una situación difícil. La integraron ciento noventa y cinco personas, entre las que figuraban setenta y tres eclesiásticos. Las dos hermanitas son las benjaminas del grupo y no dejan de llamar la atención. Mantienen los ojos abiertos y los oídos atentos para enterarse de todo. Han tenido ocasión de observar muchas cosas.
El día 4 de noviembre salen de Lisieux para conocer París. Recorren la ciudad, que no llama la atención de la joven. La visita más interesante para ella es la de la iglesia de Nuestra Señora de las Victorias. Allí se convence íntimamente de que había sido la Virgen la que la había curado milagrosamente