Historia de un alma. Santa Teresa De Lisieux

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Historia de un alma - Santa Teresa De Lisieux Biblioteca de clásicos cristianos

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alimentado espiritualmente con libros de devoción, y en esta época empieza a apreciar la doctrina del Doctor del Carmelo: «Cuántas luces he sacado de las obras de san Juan de la Cruz... A la edad de diecisiete y dieciocho años no tenía otro alimento espiritual» (MsA 83rº). Algo más tarde, a partir de 1892, da con la llave del evangelio. En adelante «allí encuentra todo lo que necesita mi pobre alma» (MsA 83vº). En medio de las arideces, gracias a las luces que le llegan por estos cauces, va esbozando los rasgos fundamentales de su «caminito», de su mensaje.

      Se produce un acontecimiento muy consolador. El 10 de mayo de 1892 el padre regresa a la familia. No es que se haya curado. Está agotado, sin fuerzas. Pero no deja de ser motivo de alegría para sus hijas poder tenerlo entre los suyos aunque les haga llorar, con frecuencia, su estado deplorable.

      A los dos días de llegar a su hogar, le llevan al locutorio del Carmelo para que salude a sus hijas. Momento emocionante. Es la última vez que las ve y ellas lo ven en la tierra. Se despide «hasta el cielo» (C 117). Probablemente no pasó por la mente de ninguno de los presentes el pensamiento de que la primera en acudir a la cita sería la más joven, su «reinecita».

      Priorato de la M. Inés

       de Jesús (1893-1896)

      El 20 de febrero sor Inés de Jesús (Paulina) es elegida Priora de la comunidad. Sor Teresa acoge el suceso con gran alegría. Lo considera verdaderamente providencial. La misma noche de la elección, sin esperar más, le escribe una carta donde expone los sentimientos y esperanzas que esta designación despierta en ella. Espera mucho de la actuación como Madre de su «madrecita» (C 119).

      Hay novedades en su situación y oficios dentro de la comunidad. La joven sor Teresa va a asumir dos oficios. En primer lugar, la Priora la encarga ayudar a la M. María de Gonzaga en la formación de las novicias. Seguirá ejerciendo este oficio hasta el final de su vida.

      En segundo lugar, va a reemplazar a la recién elegida Priora en la labor de preparar las veladas recreativas. Habrá de componer poesías y piezas de teatro para recitarlas y representarlas en los días de fiesta. La joven nunca se había puesto hasta entonces a escribir versos, pero demostró poseer cualidades nada comunes para este quehacer. Ahí quedan las cincuenta y cuatro poesías y las ocho piezas de teatro que compuso y se han conservado. Cierto que no poseen un valor literario excepcional, pero le han servido para exponer, ante la comunidad, lo que piensa, y eso sí que es importante. Desgraciadamente, en la mayoría de los casos, no entendieron las oyentes lo que les quería decir.

      Al enviar algunas de sus poesías a un misionero le advierte que «al componerlas he atendido más al fondo que a la forma» (C 188).

      Con estas actuaciones va adquiriendo prestigio en la comunidad. Es muy interesante la correspondencia que, durante este tiempo, mantiene con su hermana. En ella aparece cómo se va desarrollando la vida interior de la santa. Se produce un cambio trascendental en su modo de entender la realización de la obra de Dios. Comprende mejor que hasta ahora cómo actúa Dios. Lo principal que descubre es que a Dios no se le conquista. A Dios, se le acepta. Él se da. «Él se quiere reservar para sí la dulzura de dar» (C 121). A nosotros nos toca respetarle, aceptarle desde nuestra pequeñez y debilidad. Nuestra misión es la de ser sencillos e insignificantes como «una gotita de rocío». Para llenar esta misión es «necesario permanecer sencilla» (C 120). Desarrolla el pensamiento en las cartas 122 y 123. Va descubriendo lo que debe ser el abandono confiado y perfila las líneas maestras de su espiritualidad definitiva. Ella disfruta de una paz serena y gozosa.

      El año 1894 compone su primera pieza teatral sobre Juana de Arco y algunas poesías de profundo contenido, como la 12.

      El gran acontecimiento de este año será el fallecimiento de su venerado padre el 29 de julio. No le causa pena alguna: «La muerte de papá no me produce la impresión de una muerte, sino de una verdadera vida» (C 149). Pide al Señor una señal que le dé la seguridad de que ha ido derecho al cielo, y se la concede (cf MsA 82vº). Ya no le queda más que una preocupación, casi obsesión: el porvenir de Celina. Como ha quedado libre de su compromiso junto al padre, sor Teresa la quiere junto a sí en el Carmelo (cf MsA 81vº). Esta les descubre un secreto. El P. Pichon tenía un proyecto para el cual contaba con ella. Tenía intención de fundar un instituto apostólico en Canadá. Como conocía las cualidades y la situación de Celina le propuso ir allí para ser uno de los pilares de la empresa. Le exige la más absoluta reserva para que sus hermanas no sospechen nada. Llegado el momento no le queda más remedio que exponer el proyecto a las interesadas. Estas reaccionan inmediatamente contra tal propósito. Es sor Teresa la que actúa con más decisión. La idea de encerrar a una joven activa y emprendedora parecía a no pocos una locura. Entre ellos estaban algunos de sus familiares e, incluso, sacerdotes. La monjita escribe una carta en la que justifica y explica el valor y el sentido de una vida oculta entre los muros de un convento (cf C 148). El P. Pichon cede generosamente. Aparecieron en la comunidad del Carmelo algunos obstáculos porque parecía inconveniente la presencia de cuatro hermanas. Vencidas todas las dificultades, Celina ingresa en el monasterio el 14 de septiembre. Ya no le quedan a sor Teresa más aspiraciones. «Cuántos motivos tengo para dar gracias a Jesús que supo colmar todos mis deseos» (MsA 82vº). Puede cantar como el anciano Simeón el Nunc dimittis.

      En su vida conventual cumple con sus obligaciones generales, atiende a las jóvenes novicias y, como labor propia, continúa su producción literaria. Se prepara para empezar su obra más importante, que redactará en el curso del año siguiente.

      En su vida espiritual no hay cambio. Sigue hundida en la sequedad, pero a veces hasta las tinieblas resultan luminosas. Así constata la monjita. Esa pobreza que experimenta, la ausencia de Jesús, que permanece siempre dormido, tiene una extraordinaria fuerza purificadora. Su pensamiento religioso va madurando enormemente (cf C 144).

      Año 1895: el Manuscrito «A»

      El 1895 será para Teresa «un año de paz, de amor y de luz» y de valiosa producción literaria. Superadas las inquietudes interiores, que la retraían, descubierto plenamente el Dios-Amor, y Amor misericordioso, inundada de luces, que la han conducido en esta exploración y la orientan definitivamente, se puede decir que ha tocado el techo de la madurez. Se halla ya en condiciones de echar una mirada hacia atrás e interpretar, a la luz de estos últimos descubrimientos, lo que ha sido su vida, o mejor, la presencia y la obra de Dios en su carrera. En la introducción a la Historia de un alma expone en estos términos lo que va a hacer: «No es mi vida propiamente dicha la que voy a escribir sino mis “pensamientos” acerca de las gracias que Dios se ha dignado concederme» (MsA 3rº). Su obra no va a ser una simple biografía sino un mensaje. Descubre la presencia y la acción de Dios en la vida de una persona. Y esa vida es un paradigma, un modelo. Es como decir: así es Dios y actúa de esta manera.

      El origen de este escrito tan interesante no se debe a un plan premeditado. Fue completamente casual. Sucedió de esta manera. Durante una conversación con sus hermanas, la menor de ellas contó algunos episodios graciosos de su infancia. Entonces, la mayor pidió a la M. Inés que le mandara poner por escrito esas historias para recuerdo familiar, pues presentían que la joven narradora no iba a vivir mucho. La M. Priora, después de pensar si semejante labor estaría justificada, le mandó ponerse a trabajar. Como obediencia a esta orden de la Priora nace la primera parte de la Historia de un alma, a la que ahora denominamos Manuscrito «A». La autora le puso un título un poco romántico: Historia primaveral de una Florecilla blanca... Trabajó en los ratos libres durante todo este año, de modo que pudo entregar su obra a la M. Priora el 20 de enero del año 1896, víspera de santa Inés.

      Durante este año, además de esta obra principal, compuso varias poesías entre las que cabe destacar la 17, «Vivir de amor», fechada el 26 de febrero.

      Desde las primeras páginas de la autobiografía

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