Psicología Popular de la Intervención en Crisis. Ernesto Flores Sierra
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Mostrar este proceso a través de la noción de crisis, y su intervención, es el aporte del presente trabajo. El poner en diálogo las prácticas y reflexiones teóricas de quienes han impulsado una psicología social más comprometida con los sectores excluidos de las sociedades latinoamericanas es, sin lugar a duda, un lugar epistemológico difícil y una toma de posición política no muy común -pero evidentemente necesaria- en quienes hacemos y ejercemos profesionalmente la psicología.
Como bien lo observa Ignacio Martín- Baró, “hay que reconocer que el aporte de la psicología, como ciencia y como praxis, a la historia de los pueblos latinoamericanos es extremadamente pobre”, de hecho, las crisis sociales, económicas, políticas, las catástrofes naturales y demás condiciones de crisis, son observadas como las situaciones que desencadenan síntomas, no contextos, y eso limita la comprensión del sufrimiento y la función social del síntoma.
Esta particular forma del hacer de la psicología, los reduce, como bien lo sitúa Ernesto, a una condición del quehacer del psicólogo, pero que evidencia una acción estrictamente técnica, que actúa sobre el síntoma y que no comprende, reflexiona y cuestiona un sistema de relaciones que provoca las situaciones que conflictúan y frustran al sujeto y que son las que dan origen a las crisis que devienen en malestar psíquico.
El situar una caja de herramientas teórico-técnicas, ubicadas en una experiencia quizá es la manera práctica de mirar la contribución del autor para ir construyendo lo que él denomina Psicología Popular; ubicando lo popular como el mundo de la vida, de aquellos que se encuentran fuera del poder hegemónico y donde la psicología tiene algo que decir y que hacer.
En este sentido, este trabajo aporta a los procesos de formación de las y los psicólogos en el campo de la intervención en crisis, pero desde un cuestionamiento necesario a lo que tradicionalmente se aborda en intervención, lejos de los manuales, invita a reflexionar no solo sobre la técnica, sino sobre el quehacer del psicólogo y el uso que les asigna a esas herramientas.
Este trabajo, no solamente coloca las discusiones, los argumentos que cuestionan el quehacer de la psicología, va ubicando como se va estructurando una praxis de la psicología como lugar de transformación de relaciones sociales, a través de unos dispositivos grupales, dramatúrgicos, que facilitan la contención, la apoyatura o el apuntalamiento de los sujetos, en situaciones que agudizan los síntomas y el malestar individual, grupal y colectivo.
El lugar en el que traza la discusión el autor en la actual obra es precisamente el síntoma o el sufrimiento psíquico individual y colectivo que surge consecuencia de un contexto histórico que lo provoca. Entonces, la acción del psicólogo en su intervención como bien lo menciona Ernesto, debe comprender que todo sujeto vive en un contexto histórico, está inmerso en un mundo de relaciones y que el síntoma que surge de estas contradicciones, los sujetos lo viven tanto como singularidad, y como vincularidad.
Como bien lo reflexiona Ernesto, el sujeto debe ser comprendido como singularidad, donde la singularidad es producto de lo social. Uno se nace, se vive y se hace en comunidad y en este sentido, la tarea de la psicología es contribuir a que los sujetos puedan comprender, explicar y transformar la realidad, es decir, la psicología social y popular es esencialmente materialista dialéctica.
Alejandra González
El desarrollo de la psicología en América Latina estuvo marcado por las condiciones históricas y sociales del sub continente, es decir, por un largo proceso de opresión colonial y por los miles de intentos revolucionarios que han buscado liberar la región de los diferentes yugos impuestos, así como de las burguesías que han actuado como clases dominantes al servicios de los poderes internacionales sin generar nunca un verdadero proyecto nacional.
Dentro de esta permanente conflictividad social, existirá una psicología colonial al servicio del poder y de la dominación, que cumplirá con su papel de regulación social, actuando como un aparato ideológico encargado de someter a todos aquellos que irrumpan en la “normalidad” con comportamientos no deseados, es decir, los locos, los niños, los delincuentes, las comunidades, los pueblos, los luchadores sociales, las mujeres, las minorías sexuales, los excluidos y empobrecidos. Armados de la ideología psicológica han generado prácticas de control, empotrados en las instituciones han buscado generar dispositivos disciplinarios para regular los comportamientos al servicio de la reproducción de plusvalía absoluta, aquella producción que fue condenada Latinoamérica por el desarrollo desigual del capitalismo y la dependencia.
Existirá otra psicología de la ciudad letrada, trasladando nociones del sujeto europeas a nuestra realidad, se presentará ante las élites como una nueva forma de distinción y acumulación de capital cultural, marcará la distancia entre los desposeídos y los “herederos”, que debatirán sus malestares pequeño burgueses en un espacio de alejamiento de la realidad que generará la tranquilidad del gusto y la distinción. Una psicología ajena a la realidad y a las demandas de los sectores empobrecidos y marginados, de tipo elitista a quien la realidad siempre le resultó pestilente y ante su arremetida optó por la huida fantasmal, quedando, con el paso de los años como un rezago de un pasado que hace mucho tiempo sucumbió ante el peso de la historia, y que aislado de la realidad vive en las fantasías imaginarias de una filosofía burguesa que dejó de corresponderse con el mundo que buscó explicar.
En medio de este panorama de una psicología colonial, nacerá la psicología propia de Latinoamérica, la psicología social, política o comunitaria, tendrá como antecedentes inmediatos el pensamiento socialista latinoamericano, la pedagogía del oprimido y la teología de la liberación. El pensamiento socialista latinoamericano tuvo su primer gran impulso a comienzos del siglo XX, con el aporte de José Carlos Mariátegui, quien desarrollará las nociones marxistas aplicadas al contexto de la región andina y que iniciará un camino de construcción de una visión del pensamiento revolucionario propio del sub- continente, la demanda de un “socialismo que no sea calco, ni copia, sino creación histórica” será el mandato que seguirán las propuestas revolucionarias americanas, tanto a nivel teórico como a nivel práctico, y que propondrán una visión socialista revolucionaria basada en un estudio de las particularidades del desarrollo económico, y la necesidad de generar estrategias de poder. La continuidad de este proceso de desarrollo tendrá que ver con la producción teórica que se desprende de la Revolución Cubana en 1959, y los procesos guerrilleros en el continente, donde los aportes del Che Guevara, Agustín Cueva, Camilo Torres, los teóricos de la dependencia, etc., marcarán una apuesta de lectura de la realidad que será imposible de no ser pensada si se busca desarrollar pensamientos y prácticas que respondan a las necesidades de los pueblos de la región.
En general se puede plantear que los fundamentos del pensamiento socialista latinoamericano son la existencia de una estructura económica semifeudal y semicolonial, condenada a la producción de materias primas y plusvalía absoluta, la necesidad de una revolución que contemple dos momentos, un primero en el cual las clases populares desarrollen la base económica retardataria y una segunda en la cual se avance hacia el socialismo con la eliminación de la propiedad privada sobre los medios de producción, y el camino revolucionario hacia una sociedad dialécticamente superior a la capitalista.
La Pedagogía del Oprimido, será uno de los grandes aportes del pensamiento latinoamericano al pensamiento universal, su principal autor será Paulo Freire,