Acontecimientos Subjetivantes. Carlos José Zubiri
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Mariano Ruperthuz plantea el principio de solución ante este panorama desolador, que es la defensa psíquica, la gran batalla para dar es mental, por ende los trabajadores psi tenemos una responsabilidad que nos intimida, restituir en el sujeto el espesor psíquico, capaz de albergar los conflictos, para evitar los actos y los daños al cuerpo. Tengamos en cuenta que el psiquismo es esa dimensión humana que busca sentido de la vida, de sí mismo, de los vínculos y del mundo. El soporte de la integridad deberá darse en el campo del orden mental, para ello debemos prepararnos.
En esta línea, debemos devolverle, entre tanta vigencia de actos de descarga catártica, el estatus a la palabra. Las palabras no involucran toda la verdad, pero definen nuestra forma de estar en el mundo, son privativas de nuestra especie, su gloria, debemos recuperar su espacio de gloria en los encuentros con el otro y su decir.
En una actualidad tan viciada por el positivismo biologicista, ese gajo de antropología humanizadora llamado psicoanálisis es una saludable proposición. Los psicólogos necesitamos de nuestra lucidez dialéctica frente al diálogo trivial que termina en recetas con promesas incumplidas.
Nuestra práctica necesita del valor que implica cierta ruptura con los bagajes de una psiquiatría clasificatoria, para amenizar la posibilidad de historizar lo que se acalla en una receta. Contar la propia historia es un gesto humanizador y un derecho inalienable, volver a la narrativa, recuperar la novela familiar, que el sujeto pueda ser un novelista de sí mismo.
En ellos debemos diferenciar la palabra-acto del decir significante, que contribuye a recuperar el espesor interior, donde se perciban los afectos, ideas o conflictos como parte de una dinámica humanizadora, sin caer en valoraciones nosográficas apresuradas.
Como se puede apreciar, las invenciones del psicoanálisis persisten indemnes y vigentes, recuperando la posibilidad de crear el espacio reflexivo de remanso y elaboración frente al imperativo histérico donde todo es perentorio.
En la actualidad nos debemos el rol de guardianes de los ataques al pensamiento, al hablar como acción, con efecto torrencial, sin pausa, sin tiempo ni lugar para la interrogación. En la actualidad la duda de la interrogación, eminentemente humana, está censurada por los efectos de la medicalización.
Nuestros espacios con el sujeto necesitan del valor ético que supone ocuparse de personas con historias y contextos, garantizando la circulación de la palabra en un medio desprejuiciado, donde se recupere la intimidad y la confianza de un vínculo de conversación que sea transformador. Para ello necesitamos seguir atentos a los ajustes de códigos conversacionales que nos permitan actuar en los malestares singulares e interesantes de nuestros “pacientes”.
En este sentido, creo necesario no perder “profundidad y dinámica” en el análisis del padecer humano, confrontando los modismos advenedizos del coaching o counseling, con su suave desliz de análisis consciente a manera de fast food que confronta con la digestión, necesariamente pesada, del psicoanálisis.
Sostengo con especial énfasis la posición de un psicólogo comprometido con su praxis, que no sea simplemente psicólogo, sino que viva como tal, con lucidez y sin abandonar los espacios de reflexión, donde “la escucha y la palabra” estén al servicio de la transformación y el desarrollo simbolizante del otro, gran empresa subjetivante, como vienen los tiempos, imprescindible.
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