En vivo y en directo. Fernando Vivas Sabroso

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En vivo y en directo - Fernando Vivas Sabroso

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regala, al que siguieron el show de Carmen Sevilla y Pablo y sus amigos. Este cartel fue una prueba de fuego para la capacidad competitiva del canal 4, que apostó todo a la exuberancia del showman Daniel Muñoz de Baratta y a anunciar sus primeras incursiones con unidad móvil en el Estadio Nacional. El 9 ya daba prematuras muestras de despiste.

      Si alguna virtud, además del peso nacional, tuvo este apretado programa, fue apostar desde el primer día a atracciones distintas a la revista musical: al teleteatro, que pronto agarraría diaria continuidad; al concurso de auditorio, contante y sonante, como ya lo acababa de descubrir el canal 4 en los espacios de Kiko Ledgard e Isabelita; a la cocina y al talk-show culturalista, anticipos de modas venideras. En la primera semana de vida del canal, el teleteatro dio una muestra sorprendente de su vocación hacia la teleserie y, por extensión, a la telenovela. La mala suerte de Caryl Chessman, asesino múltiple cuya condena a la silla eléctrica desató una furibunda polémica sobre la pena de muerte en los Estados Unidos, fue buena para el 13. Durante varios días el caso fue cubierto por un teleteatro de 15 minutos, con una estructura de tres actos de cinco minutos separados por anuncios comerciales en vivo. El libreto de Alfonso Tealdo estaba pendiente de las últimas noticias sobre la posible conmutación de la pena y se concluía con el tiempo justo para que el actor Vlado Radovich ensayara la expresión del criminal abatido. El canal 9 se vengó de la suerte del 13 transmitiendo un reportaje llegado por avión sobre el verdadero Chessman, un serial-killer que se veía muy seguro de sí, para nada sumido en una televisiva depresión.

      Los Delgado tenían la ambición de presentar un teleteatro diario. Humberto Bravo quiso demostrar lo que había enseñado en su cursillo de televisión con Ciclorama, espacio semanal que debutó con la pieza de suspenso Los siete fósforos interpretada por Hudson Valdivia y por la argentina Linda Guzmán. El 25 de octubre, la vocación teatral del 13 se coronó con la presentación del Collacocha de Enrique Solari Swayne, pieza criolla de prosapia indigenista y harto prestigio académico, que fue actuada por buena parte de su elenco original: Luis Álvarez, Alfredo Bouroncle, Jorge Montoro y Pablo Fernández.

      César Miró, apenas quedó libre de la conducción de Scala regala, pudo dedicarse a su función dramática y adaptó El malentendido de Albert Camus en forma de teleteatro diario de 15 minutos. Más tarde, en 1960, el 13 lanzaría varias de estas entregas semanales, pequeños teleteatros de cinco capítulos en espacios fijos con títulos como “Amar es vivir”, que eran ya una promesa de folletín. Pero pasaron varios meses y decenas de teleteatros aislados, para que recién a mediados de 1961 los Delgado descubrieran con Historia de tres hermanas el sumo poder de la telenovela.

       Tarea cumplida

      Dos felices concursos pusieron emoción de auditorio en el 13. Scala regala, auspiciado por los grandes almacenes del mismo nombre, fue el pionero de las tareas difíciles, ese viejo truco para dramatizar y volcar al espectáculo el ánimo participativo del concursante. El primer día del canal el animador Guillermo “Frejol” Diez Canseco, un expansivo playboy limeño en sus felices treintas, abrió el programa para dar pase una semana después a César Miró, suerte de coartada académica que daría prestancia al espacio, por naturaleza tan ligero. Miró nos contaba que se retiró porque él “no era un vendedor de tienda”.27

      Pablo de Madalengoitia, el natural reemplazo de Miró, sí era, entre otras cosas, un estupendo vendedor. Relacionista público, actor eventual, comunicador radial y conspicuo ladie’s man de los apachurrantes cincuenta, tenía la suficiente elegancia y cultura como para que su trabajo en televisión se clasificara en un apartado, el del “maestro de ceremonias”, por oposición a Kiko Ledgard, el “animador” por antonomasia. A las pocas semanas sus recurrentes palabras “¡tarea cumplida!”, pronunciadas con el entusiasmo de un locutor deportivo aunque nunca carentes de un toque de distinción, se convirtieron en frase célebre de la televisión. A medida que su desenvoltura y gestualidad televisiva fue evolucionando, el programa subió sus bonos y las tareas se hicieron más dramáticas. A fines de agosto una concursante tuvo que conseguir un gato negro de cola blanca, una docena de mellizos nacidos en 1934 y hacer una carambola de billar. Perdió con el taco. En noviembre, un pobre hombre tuvo que comparecer con un elefante en el set. En diciembre, el corredor Pitty Block llegó en un helicóptero y tuvo que afeitar un globo con una navaja. Cumplida la tarea, el cheque de Scala, para dar el remate altruista que redimiera de cualquier exceso materialista al programa y al célebre concursante, fue endosado a la viuda de un obrero. María Elena Rossell, Venus Perú 1959, cumplió una tarea proverbial: hallar una aguja en un enorme pajar apilado en el set. Cuando la halló, dio saltitos de alegría y donó el cheque a su terruño, el departamento de Piura.

      Madalengoitia, alegrón y correctísimo, jamás pasado de la raya, ni siquiera aproximado a ella, manejaba con citas y nombres propios un amplio repertorio cultural. Era, entonces, el anfitrión ideal de Helene Curtis pregunta por 64 mil soles. La CBS había lanzado en 1955 este concurso de conocimientos —The $64.000 Question— que se convirtió en el más sintonizado concurso de la televisión norteamericana. La coartada del saber capitalizaba una audiencia que hizo de los concursantes auténticas estrellas autodidactas, labradas a punta de tesón y paporreteo. No importaba si sus temas eran escolásticos, rebuscados o banales como los parentescos entre los dioses griegos o las batallas de Napoleón, solo había que duplicar la recompensa a las respuestas correctas, de 1 a 64. En el Perú, primero en radio Panamericana, luego en canal 13, sucedió lo mismo. Bastaba un participante afanoso como Marina Derval o Eugenia Sessarego (años después, implicada en el crimen del magnate Luis Banchero), un conductor culto que hablara desde un simple podio y una cabina insonorizada donde el concursante sudara y pujara hasta dar con la respuesta precisa.

      El atareado Madalengoitia, que había dejado la radio aunque sus programas de televisión se seguían transmitiendo por ella,28 completaba su agenda panamericana animando eventuales shows musicales como el pretensioso Musiphilips y conduciendo Pablo y sus amigos, talk-show que reunía a dos o tres invitados obligándolos a sostener una charla más formal que informal y a una demostración de sus habilidades. Dos “secretarias”, nombre que no hacía ningún favor a las féminas pero que sirvió a Pablo para diferenciar a sus asistentes de las simples modelos de otros programas, alternaban con él muy de vez en cuando y ayudaban a las celebridades a pararse frente al micro de un pequeño set. No solo interpretaciones musicales sino pequeñas secuencias teatrales (Linda Guzmán era invitada de rigor), números de baile y espectáculos casi circenses desfilaron en este primer espacio culturalista del canal 13. Entre los descubrimientos que Pablo agregaba al círculo de sus amigos se cuentan la cantante Maribel Freundt, el actor Alberto Goachet y el rockero Joe Danova. Pablo y sus amigos se transformó en La hora de Pablo (abril de 1964), debutando con una entrevista a Agustín Lara. Poco antes, Madalengoitia había participado en la primera temporada de Cámara Pilsen (véase, en este capítulo, el acápite “Ni elitistas ni populistas”) y había concluido el ciclo fílmico musical del recuerdo Aquellos tiempos (mayo de 1963). Varias tareas cumplidas.

       La bodeguita alegre

      La “chispa” de Pedrín fue requerida con urgencia por el canal 13. Había que responder de alguna forma a Daniel Muñoz de Baratta y, ante la dificultad para armar un show estridente y paródico como el suyo, el 13 optó por el argumento cómico, por el humor de la pincelada humana. La bodega de la esquina tenía por libretista a Pedrín Chispa y por despensero a Pantuflas. Como Don José, este abría las puertas de su tienda y sus cuadernos de fianza a una pintoresca clientela compuesta por el elenco habitual de Chispa: Teresa Olmos, Benjamín Ureta, Carlos Velásquez y Mario Velásquez, como un muchacho de la calle al que Don José empleaba como recadero. El nombre del personaje, “Achicoria”, no se le desprendería nunca al actor —cabeza de una importante familia teatral— compuesta por su hermano Carlos, su esposa Delfina Paredes y sus hijos Ricardo,

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