Cuerpo, emociones y sentido de vida. Carmen Lucía Díaz L

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Cuerpo, emociones y sentido de vida - Carmen Lucía Díaz L

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la interacción transformadora y el respeto por las identidades, se entiende como un enfoque que promueve y potencia las capacidades, la dignidad y autonomía de las personas para participar en el cambio de las situaciones que configuran los problemas. De aquí, el enlace con los enfoques sensibles al daño, y más concretamente los mínimos éticos del enfoque de acción sin daño.

      Acción sin daño

      Una investigación que indaga por el sufrimiento emocional profundo requiere de reflexiones y principios de acción éticos constantes y particulares. Desde el diseño de la investigación, se supo que los temas abordados en las entrevistas y los talleres investigativos podían tocar fibras sensibles, abrir heridas al evocar recuerdos dolorosos y asuntos sin trámite psicológico, emocional o acompañamiento. Por esta razón, se incluyó el enfoque de acción sin daño, encaminado a emprender una investigación ética, regida por el cuidado de las y los participantes y comprometida con su bienestar.

      Desde la perspectiva de acción sin daño promovida por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID)9 y la Universidad Nacional - PIUP10, la atención de cualquier iniciativa debe estar puesta en las personas, respetando los principios básicos de autonomía, dignidad humana y libertad de los participantes, entendiendo los contextos involucrados en un proceso, en este caso de carácter investigativo. Los mínimos éticos de la acción sin daño involucrados en esta investigación son:

      Autonomía, en tanto las personas son capaces de definir el tipo y proyecto de vida que quieren vivir y tienen también la capacidad de dar sus propias soluciones, solo requieren un impulso, un apoyo.

      Dignidad, en tanto todo ser humano es un fin en sí mismo; no puede ser reducido a un instrumento para fines ajenos.

      Libertad, porque las personas deben tener la posibilidad de tomar decisiones para la realización de sus propios proyectos de vida. (Rodríguez, 2011, p. 20)

      Como señala Rodríguez (2008), existen dos tipos de daño: objetivo y moral o subjetivo. El daño que podría ocasionar una situación de entrevista como la de esta investigación puede incursionar en el denominado daño psicosomático:

      Está conformado por el daño biológico, el daño psíquico y el daño a la salud o daño al bienestar. El tradicionalmente llamado daño “moral” es un aspecto del daño psíquico, en tanto perturbación psicológica no patológica, dolor, sufrimiento, indignación, rabia, temor, entre otras manifestaciones emocionales. El daño psicosomático comprende el “daño biológico” o la lesión en sí misma, y el “daño al bienestar” que, como consecuencia de aquel, afecta la vida ordinaria de la persona. En esta categoría están comprendidos todos los daños que se le puede inferir al ser humano, excepto el que específicamente incide en su libertad. (Rodríguez, 2008, p. 23)

      Parte del enfoque de acción sin daño de esta investigación, reconoce la importancia de la palabra de cada participante, entendiéndola como el vehículo de la construcción y expresión de su subjetividad.

      Tejido de palabra, tejido de vida

      Entender la palabra como significante de una subjetividad hecha a partir del Otro, marca el propósito de este proceso. Concebir a los estudiantes como sujetos sociales involucrados en las dinámicas de una sociedad que dificulta por mucho la expresión de los sentidos más diversos de vida también incursiona como propósito desde el habla, la escucha atenta, el acompañamiento cálido, paciente e inteligente en la resignificación de los sufrimientos, dolores y miedos impresos en estas aún cortas pero importantes vidas.

      Ponerle rostros, ojos y mirada a este sufrimiento que arrebata tempranas y prometedoras vidas, fue parte de este trabajo deslindado de las estadísticas que abruman, no solo por su volumen sino por su capacidad de ocultar lo significativo en la ruptura de estas vidas. Qué lo motivó, qué lo facilitó y qué lo provocó serán siempre las preguntas —ahora cada vez más silenciosas— que rondarán en las cabezas de quienes acompañarán estos eventos trágicos, en la vida académica.

      Tejer la palabra, tejer vida, tejer sentido colectivo, grupo, red, también familia es construir significado a una existencia hoy marcadamente individualizada, enrutando muchas de las respuestas aquí recogidas: “Ser alguien para alguien”, “tener vínculos significativos”, “valer para la sociedad”, “valer por ser quien soy” son respuestas esperanzadas de cambio y entendimiento de las propias vidas.

      Sufrimiento emocional profundo

      El sufrimiento nos sitúa en la dimensión de la experiencia de un daño físico, emocional o moral, daño que conlleva sentimientos de dolor. Se le asimila a padecer penas, agravios, injurias o injusticias; pero sus acepciones también remiten a soportar, a tener paciencia, a tolerar algo nocivo. No podemos olvidar al sujeto sufriente, pues al tratarse de un sentimiento implica a un sujeto que, más allá de sentir como pura percepción ese daño doloroso, lo significa, le da sentido a su sentimiento y a las emociones o afectos que desencadena. Desde esta perspectiva, el sufrimiento es propio del ser humano. No podemos negar el sufrimiento de los animales; ellos perciben y frente a sucesos y percepciones sienten dolor y lo guardan en su memoria para defenderse de vivencias similares; pero a diferencia del ser humano, no significan, no interpretan y no historizan lo vivido, no asumen una posición subjetiva frente a las experiencias placenteras ni a las dañinas.

      Nuestra condición simbólica, de seres hablantes y de lenguaje, que nos permite soñar, crear, volar, construir ilusiones e ideales y vivir más allá de nuestro mundo real, nos hace a la vez experimentar dicha o sentirnos infelices. Al significar y dar sentidos a aquello que vivimos, a los amores y desamores, a las acogidas, los abandonos o maltratos del semejante, fluctuamos entre la felicidad y la desdicha, y, según la historia de cada quien, dominará uno u otro sentimiento. Sin embargo, ante las vivencias felices y las que causan sufrimiento, en muchas ocasiones tienden a dominar las ligadas al dolor.

      Freud (1990), en su texto El malestar en la cultura, se pregunta por la dificultad del ser humano para conseguir la dicha. Al respecto, señala tres fuentes generadoras de nuestro penar:

      […] la hiperpotencia de la naturaleza, la fragilidad de nuestro cuerpo y la insuficiencia de las normas que regulan nuestros vínculos recíprocos entre los hombres (y mujeres) en la familia, el Estado y la sociedad. Respecto de las dos primeras, nuestro juicio no puede vacilar mucho; nos vemos constreñidos a reconocer estas fuentes de sufrimiento y a declararlas inevitables. Nunca dominaremos completamente la naturaleza; nuestro organismo, él mismo parte de ella, será siempre una forma perecedera, limitada en su adaptación y operación. […] Diversa es nuestra conducta frente a la tercera fuente de sufrimiento, la social. Nos negamos a admitirla, no podemos entender la razón por la cual las normas que nosotros mismos hemos creado no harían más bien de protegernos y beneficiarnos a todos. […] gran parte de la culpa de nuestra miseria la tiene la cultura; seríamos mucho más felices si la resignáramos y volviéramos a encontrarnos en condiciones primitivas. (p. 85)

      La cultura, organizada también por el lenguaje, genera saberes e introduce ideales y ordenamientos que regulan las formas de relación y de vínculo social, estableciendo modos de comportamiento, ideales, límites, prohibiciones y permisividades. La cultura eminentemente social es lo que humaniza. Inicialmente exterior, la cultura es asumida por cada ser humano, incorporándola de modo singular y propio en lo más íntimo de su subjetividad. El lenguaje funda la cultura y también el pensamiento, quedando estos dos últimos estrechamente ligados: “las categorías del pensamiento son tributarias de las categorías de la lengua, es decir, de la organización de los signos y símbolos que la fundan” (Le Bretón, 1998, p. 10).

      ¿Y

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