Ser y educar. Enrique Martínez García
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Fue después destinado a Roma a fin de que abriese un studium provincial en el convento de santa Sabina. Redactó allí su tratado De regno -o De regimine principum- compuesto, al parecer, para el rey Hugo II de Chipre; no quiso Tomás dejar de lado la enseñanza política, mostrando sus reflexiones acerca de las relaciones entre la Iglesia y el Estado. El de Roma no era un studium generale, por lo que no se encontraba ante estudiantes ya formados, como en París, sino ante principiantes; esto le llevó a concebir una obra más asequible que las Sentencias, y así se gestó la Summa Theologiae, de la que él mismo afirma en su prólogo:
El doctor de la verdad católica debe no sólo instruir a los más adelantados, sino también enseñar a los que empiezan, según lo que dice el Apóstol en I Cor 3: Como a párvulos en Cristo, os he dado por alimento leche para beber, no carne para masticar25.
Y tras enumerar las dificultades propias de los principiantes, termina:
Ansiosos, pues, de soslayar éstos y otros obstáculos, trataremos, confiados en el auxilio divino, de presentar las cosas referentes a la doctrina sagrada con brevedad y precisión, en la medida en que la materia lo permita26.
Siete años le llevó escribirla, hasta la súbita conmoción que sufrió el 6 de diciembre de 1273. La justificación de su obra, y de todo su magisterio, la encontramos en el primer artículo de la primera cuestión:
Con la sola razón humana la verdad de Dios sería conocida por pocos, después de muchos análisis y con resultados plagados de errores. Y sin embargo, del conocimiento exacto de la verdad de Dios depende la total salvación del hombre, pues en Dios está la salvación. Así pues, para que la salvación llegara a los hombres de forma más fácil y segura, fue necesario que los hombres fueran instruidos acerca de lo divino por Revelación divina. Por todo ello se deduce la necesidad de que, además de las materias filosóficas, resultado de la razón, hubiera una doctrina sagrada, resultado de la Revelación27.
Estudiar y enseñar esta doctrina sagrada fue su vocación, razón de ser de sus clases y de sus escritos. Los superiores no obstaculizaban la labor docente de Tomás; por el contrario, todos sus destinos se ordenaban siempre a fructificar sus talentos para bien de la Iglesia. Y, en esa línea, le fue encomendada una nueva responsabilidad, la de lector del convento de Viterbo; el nuevo papa, Clemente IV, se había trasladado a dicha ciudad, y el capítulo general de la Orden deseaba que hubiera cerca de la curia pontificia frailes que pudieran servirla adecuadamente.
Poco duró, sin embargo, la estancia en Viterbo, pues el estallido en París de nuevos ataques contra los mendicantes llevó al maestro general, Juan de Vercelli, a poner de nuevo en la cátedra parisina al Angélico y a Pedro de Tarantasia, aun estando el curso a medias. Su segunda regencia fue extraordinariamente fecunda: cumplió sus deberes profesionales, sin abandonar las clases a pesar de la huelga de los maestros; defendió a los mendicantes; disputó contra los averroístas y redactó gran parte de la Summa Theologiae, importantes cuestiones polémicas y densos comentarios a las principales obras de Aristóteles, destinadas ahora a jóvenes maestros de filosofía. Su estilo docente también había madurado, apreciándose un tono más humano y menos intelectualista. Durante su estancia en París fue solicitado en numerosas ocasiones para dar su opinión sobre diversos asuntos; su opúsculo De motu cordis lo escribió precisamente como respuesta a una consulta del médico Felipe de Caestrocaeli.
Al ser requerido nuevamente a Italia, la Facultad de Artes de París reaccionó a fin de que Tomás no marchara; el mismo claustro de profesores, con el rector a la cabeza, envió una infructuosa carta oficial al capítulo general de los dominicos. El Aquinate había sabido ganarse el respeto no sólo de los teólogos, sino de los filósofos, en cuya facultad tanto había cuajado el averroísmo por él combatido. Su nueva misión iba a ser fundar otro studium generale en el convento de la provincia romana que Tomás considerara más conveniente. Y escogió San Domenico en Nápoles, no por razones sentimentales, sino pedagógicas: un lugar estable, con un clima favorable para los estudios y de gran vitalidad; se encontraba allí, en efecto, la universidad fundada por Federico II, de la que parece seguro fue nombrado Tomás maestro regente de teología. De su enseñanza en Nápoles es de destacar la profunda impresión que causó en su discípulo Guillermo de Tocco, quien llegó a ser promotor de su causa de canonización. La obra académica de esta época es la Postilla super Psalmos, en la que pretendió sobre todo el aprovechamiento de los fieles al interpretar los salmos siempre con relación a Cristo y la Iglesia. Además, se dedicó con todas sus ansias a intentar terminar la Summa Theologiae y los comentarios aristotélicos. Otro fruto destacable de su magisterio escrito, dedicado a su fiel secretario Reginaldo de Piperno, fue el inconcluso Compendium theologiae, breve y pedagógica exposición de la doctrina cristiana.
El 6 de diciembre de 1273, como ya hemos indicado antes, su boca enmudeció y su mano dejó de escribir: no se veía capaz de enseñar lo que le desbordaba. Aun su estado, y siempre en obediencia, se puso en camino hacia el segundo Concilio de Lyon; mas no llegó, el Divino Maestro le visitó en la abadía cisterciense de Fossanova el 7 de marzo de 1274 y lo llevó consigo.
1.3. La filosofía de la educación en la obra de santo Tomás
¿Estuvo acompañada esta fecunda actividad docente del maestro Tomás de Aquino por una doctrina acerca de la educación a la que nos podamos acercar? Cierto es que quien la busque por vez primera se encontrará ante una grave dificultad, capaz de desanimarlo ya en sus primeros pasos, y es que no hay en su obra ningún tratado sistemático dedicado a dicha temática. Esto podría llevarle a pensar que no es posible adentrarse en el saber pedagógico desde el pensamiento del Ángel de las Escuelas, y nada más lejos de la verdad. Santo Tomás afirmó los principios fundamentales de la pedagogía, tanto desde el dato revelado -teología de la educación-, como por medio de la luz natural de la razón humana -filosofía de la educación-, pero lo hizo con ocasión de estudiar otras cuestiones28. Nos toca ahora a nosotros hallar dichos principios, ordenarlos y deducir las consecuencias.
Tendremos, pues, que comenzar rastreando los lugares en los que Tomás dice algo expresamente sobre el tema:
a) Los más claros son aquellos que tratan de la educación intelectual29. Destaca la cuestión undécima del De veritate (conocida como De magistro), consistente en una toma de posición frente a la tesis del neoplatonismo agustiniano según la cual la causa eficiente principal en el enseñar y el aprender es el Verbo divino. La polémica contra los averroístas latinos, quienes consideraban que el entendimiento posible de todos los hombres es sólo uno, le llevó a precisar aún más respecto de la causalidad propia del discípulo, y no instrumental, en la adquisición de la ciencia; escribió entonces la «Solutio rationum quibus videtur probari unitas intellectus possibilis» en el capítulo 75 del libro segundo de la Summa contra gentiles; los dos primeros artículos de la cuestión 117 de la primera parte de la Summa Theologiae y un denso texto del capítulo 7 del De unitate intellectus contra Averroistas Parisienses. Son textos, pues, de pedagogía especulativa -aunque pueden extenderse sin problemas a toda educación-, centrados en la cuestión de la causa eficiente. También se puede citar la Epistola de modo estudendi, en la que santo Tomás da varios consejos al hermano Juan acerca del mejor modo de estudiar, y las cuestiones que dedica a la virtud de la estudiosidad y al vicio de la curiosidad (Summa Theologiae II-II, q.166-167).
b) Otro grupo de textos fácilmente identificables son los referidos a la educación de la fe. Tomando como modelo la enseñanza de Cristo (Summa Theologiae III, q.42), y basándose en lo que es esencialmente