Ontología analéptica. Fabián Ludueña Romandini
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El primer axioma establece que el Vampiro en tanto que figura de la No-Vida, de la In-vida del muerto no-muerto, del muerto resurrecto, es la condición trascendental de posibilidad de la vida que, para superar esta tensión no-dialéctica necesita de un suplemento o de un elemento supernumerario. Se trata, entonces, de la existencia de un plus-de-vida que se condensa en la forma de una tracción de lo inmaterial como motor vital que arrastra la in-vida hacia su metamorfosis en vida viviente que es llevada por un cebo analéptico que interrumpe el curso del flujo de la vida precisamente para, en su detención, lanzarla nuevamente al fluir que le permite su evolución perpetua.
Un corolario se deduce: no existe ninguna vida que se sustente a sí misma en la inmanencia de su propio devenir material. La vida y la muerte son una emanación de una instancia anterior que las antecede y resultan guiadas en su decurso por una figuración analéptica que, sin ser trascendente, no se confunde con el flujo inmanente de la vida sino en la medida en que lo interrumpe para, sólo en una aparente paradoja, motorizarlo.
El segundo axioma implica que, viceversa, la Vida aspira al Nihil vampírico desde el origen mismo de su emergencia en el plano del Ser. En ese sentido, el cebo analéptico que arrastra a la vida hacia su evolución es una suerte de archi-figmentum, un cebo imaginal. La imagen no es aquí otra cosa que la potencia inmaterial que hace que la vida material se torne plenamente realizable. El corolario correspondiente señala que la vida es, consecuentemente, el negativo puro y que, únicamente haciendo suya la nulidad eminente, la vida puede progresar más allá de todas las inexistentes relaciones que se dan a lo largo de su tejido pero al precio de que jamás podrá tener sentido su propio devenir, el cual sólo puede ser seguido pero no apropiado pues carece de meta y de final. En este punto, toda vida no es más que el homenaje perpetuo del Cosmos a la Muerte; salvo que ambas convergen en la inmanencia absoluta de un Nihil que las precede y es expresión de una horadación suprema en el fundamento del Ser. Como veremos enseguida, con este corolario no hemos hecho otra cosa que definir al Amor en sus términos esotéricos y uránicos.
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Se ha observado con gran perspicacia que, efectivamente, hay rasgos de la Modernidad que solo han podido ser vislumbrados por la captación única de la que hacía gala Charles Baudelaire (Calasso, 2021). Al mismo tiempo, no resulta menos verdadero que la singularidad de Baudelaire se constituye respecto de una longue durée de fórmulas textuales y tropos poético-metafísicos que lo preceden. El caso del vampirismo en Baudelaire, que asocia al Eros con la muerte, es una demostración palmaria de este hecho.
En efecto, como lo ha mostrado el máximo exponente del dolce stil nuovo, el secreto del Amor está en su co-pertenencia respecto de la Muerte. Al mismo tiempo, la Muerte es otra forma del sueño. Como ha sido subrayado en un notable libro sobre la tradición medieval de onirociencia, Hipnos y Tánatos no pueden separarse pues “los sueños y la muerte se parecen; los ríos que separan esos cauces vulneran sus fronteras (…) durante el sueño hay otra política del deseo, del crimen y de la resurrección” (Bollini, 2020: 220).
Así el dictum del enamorado se enuncia:
Credo sol perché vede
ch’io domando mercede
a Morte, ch’a ciascun dolor m’adita
(Creo solamente porque ve
que clamo merced a la Muerte,
que en mí a todo tormento da cabida).
che va parlando di crudele amanza
(…) m’affanna là ond’i’ prendo ogni valore.
(que va hablando de esa Dama cruel,
(…) me procura debilidad allí donde extraigo todo coraje).
(Cavalcanti, 2011: xxxii).
La crueldad de la Dama conduce indefectiblemente a la naturaleza profunda del Amor que está llamado a disolverse en la Muerte como realización última de la desubjetivación del amante y la evanescencia de la imagen amada en el intelecto agente, según la tradición averroísta a la que pertenece Cavalcanti y que contiene la erotología más elaborada de todo el Renacimiento italiano.
En continuidad con esta genealogía se inscribe la fría crueldad de la vampiro que acosa al poeta baudeleriano:
Toi qui, comme un coup de couteau,
Dans mon coeur plaintif es entrée;
Toi qui, forte comme un troupeau
De démons, vins, folle et parée.
(Tú que, como una cuchillada,
En mi corazón quejumbroso te has metido;
Tú, que fuerte como un tropel
De demonios, llegas, loca y adornada).
(Baudelaire, 1991: 82)
La demonología medieval y renacentista retorna en Baudelaire como una vampiresa que invade al amante melancólico bajo las formas sobrenaturales de los seres suprahumanos. El motivo, no obstante, no debe conducir a engaño y hacer pensar únicamente en un joven que resulta víctima del spleen y es atacado por una vampiresa. Debe detectarse aquí el influjo tardío del Marqués de Sade, pues la vampiresa no es sino un Ama y, en este contexto, como ha sido demostrado “una criatura infame es un rasgo de sadismo” (Praz, 1998: 150).
Adentrándose en los caminos abiertos por Nodier, Gautier o Mérimée, en la poesía de Baudelaire la voluptuosidad se realiza en el mal, el crimen y, finalmente, la sangre. Por esta razón, al final del poema, son precisamente los besos los que resucitan al cadáver vampírico. De esta manera, la figura de la vampiresa es la condensación más elaborada de todas esas formas precedentes que permiten la transición a la Modernidad en la materia del Amor. La nueva sensibilidad se enuncia así: solamente en el sacrificio de la sangre ante el Amor devenido Amo de extrema crueldad se puede expiar el peso de una vida que se ha tornado insoportable en las urbes pestilentes.
El Vampiro es el heraldo de los nuevos tiempos que aún habitamos: no es ya el cuerpo ni la imagen de la Dama los que están llamados a perecer; ahora es el Amor mismo, como configuración metafísica, el que ha tocado a su fin y se ha adherido a los destinos inciertos del nihilismo planetario. Por ello, en el tiempo de la biotécnica expandida por la hiper-ciencia, el vampirismo es la forma suprema del Eros inalcanzable salvo al precio del propio sacrificio en los altares de la sangre y en la sumisión a los Amos acérrimos que determinan el futuro de los seres vivientes en Gaia. El retorno de lo arcaico, en este caso, no hace más que poner al descubierto, sin ornamentos, lo que siempre ha estado en el fundamento de la vida y que ahora con el agotamiento de la metafísica simplemente queda al desnudo, no ciertamente para detenerse, sino al contrario, para abrir su camino hacia un futuro sin impedimentos.
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