Diecisiete instantes de una primavera. Yulián Semiónov

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Diecisiete instantes de una primavera - Yulián Semiónov Hoja de Lata

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Pero quisiera que escuchara usted al Standartenführer Stirlitz. Estaba al tanto de nuestra operación, y puede confirmar que todo había sido preparado a conciencia. A él lo ascendieron, mientras que a mí…

      —¿Qué tenía que ver Stirlitz con esta operación? —Kaltenbrunner se encogió de hombros—. Trabajaba en el servicio de espionaje y se ocupaba de otros asuntos en Cracovia.

      —¿Estaba incluido Stirlitz en la lista de personas que debían conocer esta operación?

      —No lo sé.

      Kaltenbrunner llamó al secretario:

      —Averigüe, por favor, si Stirlitz, de la sexta sección, estaba incluido en la lista de personas encargadas de llevar a cabo la operación Schwarzfeuer.

      Cuando el secretario hubo salido, Krüger comprendió que había desviado demasiado pronto el golpe hacia Stirlitz y dio marcha atrás.

      —Toda la culpa es mía —continuó, inclinando la cabeza y hablando en voz baja y con dificultad—. Para mí sería terrible que castigara usted a Stirlitz. Lo respeto profundamente como a un soldado leal. No tengo justificación, y solo podré expiar mi culpa con mi propia sangre en el campo de batalla.

      —¿Y quién va a luchar contra los enemigos aquí? ¿Yo? ¿Solo? Es demasiado sencillo morir en el frente por la patria y por el Führer. Mucho más difícil es vivir aquí, bajo las bombas, y eliminar las inmundicias con hierro candente. ¡Aquí no solo se necesita valor, sino cabeza! ¡Y cabeza inteligente, Krüger!

      Krüger comprendió que no lo enviarían al frente, que era el castigo más terrible. Terrible no por las balas rusas —por supuesto, él sería un oficial de alto rango en el frente—, sino, simplemente, porque conocía el odio feroz que los oficiales del Ejército tenían a los antiguos funcionarios del SD. Siempre buscaban un pretexto para someter a la gente del SD a los procesos del partido o a un tribunal militar, y allí no se podía esperar misericordia; las leyes del frente son las de la muerte…

      El secretario abrió sigilosamente la puerta y puso sobre la mesa de Kaltenbrunner varias carpetas delgadas. Kaltenbrunner las ojeó y, tras una exclamación de asombro, dijo:

      —Gracias. Averigüe, por favor, si Stirlitz visitó a los jefes después de su regreso de Cracovia y, si lo hizo, con quién se entrevistó. Averigüe, además, qué problemas se discutieron.

      —Ya lo he hecho —dijo el secretario—, por si acaso. A su regreso, Stirlitz comenzó a trabajar inmediatamente en el asunto del transmisor estratégico que envía informaciones a Moscú…

      Krüger se acordó de cuando escuchó en Cracovia la conversación, grabada, que sostuvo el coronel del Ejército, Berg, con el general Neubuth, en la que el coronel pedía que lo mandaran al frente. Krüger decidió imitarlo: imaginó que, como todas las personas crueles, Kaltenbrunner sería muy sentimental.

      —Sin embargo, Obergruppenführer, pido su permiso para ir a primera línea de combate.

      —Siéntese —dijo Kaltenbrunner—y no se comporte como una Gretchen. Hoy puede descansar, pero mañana escríbame detalladamente, paso a paso, todo lo relativo a la operación. Ya pensaremos después dónde mandarlo. Hay poca gente y mucho trabajo, Krüger. Mucho trabajo.

      Cuando Krüger se hubo retirado, Kaltenbrunner llamó a su secretario:

      —Revise todo lo concerniente a Stirlitz en los dos últimos años, pero de modo que no se entere Schellenberg. No hay por qué alarmarse: Stirlitz es un funcionario valioso y un hombre valiente, no debemos arrojar sobre él ninguna sombra de sospecha. Simplemente, es un chequeo mutuo y de rutina entre compañeros… Prepare también una orden para Krüger: lo mandaremos como segundo jefe de la Gestapo a Praga, que ahora es un lugar caliente.

      12-2-1945 (18 H 38 MIN)

      «—Pastor, ¿qué cree usted que predomina en el ser humano, el hombre o la bestia?

      »—Creo que en el hombre están equilibrados a partes iguales.

      »—No puede ser.

      »—Solo puede ser así.

      »—No.

      »—De lo contrario, uno de los dos ya habría vencido hace mucho tiempo.

      »—Ustedes nos reprochan que apelamos a los bajos instintos y relegamos lo espiritual a un plano secundario. Lo espiritual es verdaderamente secundario. Lo espiritual crece como los hongos con la levadura.

      »—¿Y en este caso cuál es la levadura?

      »—La ambición. Lo que ustedes llaman lujuria, yo lo llamo un deseo sano de acostarse con una mujer y hacerle el amor. Ser el primero en el trabajo es una sana aspiración. Sin estas aspiraciones, habría cesado el desarrollo de la humanidad. La Iglesia ha hecho muchos esfuerzos por frenar este desarrollo. ¿Comprende usted a qué periodo de la Iglesia me refiero?

      »—Sí, sí, por supuesto, lo conozco. Conozco perfectamente ese periodo, pero también conozco otras cosas. No veo la diferencia entre sus opiniones sobre el hombre y las que tiene sobre el Führer.

      »—¿De veras?

      »—Sí. Él ve en el hombre una bestia ambiciosa. Sana, fuerte y ansiosa de ganarse el espacio vital.

      »—No se da usted cuenta de lo equivocado que está; el Führer no ve en cada alemán solo una bestia, sino una bestia rubia.

      »—Pero usted ve en cada hombre una bestia en general.

      »—Veo en cada hombre su procedencia. Y el hombre procede del mono. El mono es una bestia.

      »—Aquí es donde divergen nuestras ideas. Usted cree que el hombre procede del mono, pero no ha visto el mono del que surgió el hombre, ni tal mono le ha dicho nada sobre el asunto. No lo ha palpado, no puede palparlo. Usted lo cree, porque tal creencia corresponde a su formación espiritual.

      »—¿Acaso Dios le ha dicho a usted que él creó al hombre?

      »—Por supuesto que no, nadie me ha dicho nada y no puedo demostrar la existencia de Dios. Es imposible de demostrar; solo se puede creer en él. Usted cree en el mono, yo creo en Dios. Usted cree en el mono, porque ello corresponde a su formación espiritual; yo creo en Dios, porque ello corresponde a la mía.

      »—Está usted tergiversando las cosas. No creo en el mono. Creo en el hombre.

      »—Que procede del mono. Usted cree en el mono, en el hombre. Yo creo en Dios, en el hombre.

      »—Y ese Dios, ¿está en cada hombre?

      »—Por supuesto.

      »—Pero, ¿dónde está en el Führer? ¿Dónde está en Goering? ¿Dónde está en Himmler?

      »—Es

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