El caso de Betty Kane. Josephine Tey
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Читать онлайн книгу El caso de Betty Kane - Josephine Tey страница 10
—La cama estaba allí —dijo ella, señalando la esquina más alejada de la ventana—. Y junto a ella había una cómoda de madera. En esta esquina, tras la puerta, había dos maletas y un arcón de tapa plana. Y también una silla, pero ella se la llevó cuando intenté romper la ventana —se refirió a Marion sin emoción alguna, como si no estuviera presente—. Justo ahí está el golpe.
A Robert le pareció que la grieta llevaba ahí mucho más que unas pocas semanas, pero era innegable que allí estaba.
Grant se acercó a la otra esquina y se agachó para examinar el suelo desnudo, aunque no habría sido necesario. Incluso desde donde estaba Robert, de pie junto a la puerta, se podían ver las marcas de ruedecillas sobre el suelo, donde la cama había estado.
—Ahí había una cama —dijo Marion—. Fue unas de las cosas de las que nos deshicimos.
—¿Qué hicieron con ella?
—Déjeme pensar. Ah, se la dimos a la mujer del vaquero de la granja Staples. Su hijo mayor había crecido demasiado para compartir habitación con sus hermanos y lo trasladaron al desván. Siempre le compramos los lácteos a Staples. No se puede ver su granja desde aquí, pero solo nos separan cuatro parcelas por encima de esa loma.
—¿Dónde guardan los baúles que no usan, señorita Sharpe? ¿Tienen otro trastero?
Por primera vez Marion pareció dudar.
—Tenemos un gran baúl cuadrado de tapa plana, pero mi madre lo utiliza para guardar sus cosas. Cuando heredamos La Hacienda había una cómoda cajonera muy valiosa en el dormitorio de mi madre. Pero la vendimos y por eso usamos en su lugar un baúl con tapizado de cretona. Mis maletas las guardo en el armario del primer rellano.
—Señorita Kane, ¿recuerda cómo eran las maletas?
—Oh, sí. Una era de cuero marrón con esa especie de remaches en las esquinas. Y la otra una de esas de estilo americano, con forro de lona a rayas.
Bueno, la descripción era bastante precisa.
Grant examinó la habitación durante unos instantes, estudió la vista desde la ventana y se dio la vuelta para salir.
—¿Podemos ver las maletas del armario? —le preguntó a Marion.
—Por supuesto —dijo Marion, pero no parecía alegrarse.
En el primer rellano de la escalera abrió la puerta del armario y se apartó para que el inspector pudiera echar un vistazo. Cuando Robert se hizo a un lado para dejarle paso pudo ver, durante un segundo, la irreprimible expresión de triunfo en el rostro de la muchacha. Alteró de tal modo la expresión tranquila y casi infantil mantenida hasta el momento, que se sobresaltó. Aquella era una emoción salvaje, primitiva y cruel. Y verdaderamente sorprendente viniendo de una colegiala de quien se decía era el orgullo de sus tutores y maestros.
El armario tenía varios estantes con ropa de cama y en el suelo había cuatro maletas. Dos de ellas eran de fuelle, una de fibra prensada y la otra de piel sin curtir. En cuanto a las otras dos, una era de cuero con protectores en las esquinas y la otra una sombrerera cuadrada de lona con una ancha franja de rayas multicolores en el centro.
—¿Son estas las maletas? —preguntó Grant.
—Sí —dijo la joven—. Esas dos.
—No tengo intención de volver a importunar a mi madre esta tarde —dijo Marion, con repentino enfado—. El baúl de su habitación es bastante grande y de tapa plana, pero ha estado ahí sin excepción durante los últimos tres años.
—Muy bien, señorita Sharpe. Ahora el garaje, si hace el favor.
En la parte trasera de la casa, donde los establos habían sido reconvertidos en cochera largo tiempo atrás, el pequeño grupo se detuvo al entrar para contemplar el desvencijado y viejo coche gris. Grant leyó la poco técnica descripción que había hecho la muchacha. Se ajustaba, aunque por otra parte también habría sido perfectamente válida para más de un millar de coches que aún circulaban por las carreteras de toda Gran Bretaña, pensó Blair. No probaba nada. «Una de las ruedas estaba pintada de un tono diferente a las otras y daba la impresión de no pertenecer al mismo coche. Era la rueda delantera del lado en que yo iba sentada», terminó de leer Grant.
En silencio, los cuatro observaron el gris notablemente más oscuro de la rueda delantera derecha. No había mucho más que añadir, al parecer.
—Muchas gracias, señorita Sharpe —dijo Grant por fin, cerrando su cuaderno y guardándolo en el bolsillo—. Muy amable, su colaboración nos ha sido de gran ayuda. Le doy las gracias. Quizá necesite llamarla en algún momento por teléfono durante los próximos días.
—Oh sí, inspector. No tenemos intención de irnos a ninguna parte.
Si Grant percibió la evidente ironía en la respuesta de la mujer, no dio muestras de ello.
Dejó de nuevo a la muchacha al cargo de la funcionaria de la policía y las dos mujeres salieron sin volver la vista atrás. Y a continuación, él y Hallam se despidieron. Este último aún con la expresión de quien pide disculpas por haber entrado sin pedir permiso en propiedad ajena.
Marion los había acompañado hasta la entrada, dejando a Blair a solas en el salón. Cuando regresó sostenía una bandeja con una botella de jerez y dos copitas.
—No espero que se quede a cenar —dijo mientras dejaba la bandeja sobre la mesilla y llenaba las copas—, en parte porque nuestras «cenas» son simples y frugales; algo a lo que no creo que esté usted acostumbrado. ¿Sabía usted que las comidas de su tía son famosas en Milford? Incluso yo he oído hablar de ellas. Por otro lado, bueno, como bien dijo mi madre, imagino que Broadmoor está muy lejos de su línea de trabajo, si no me equivoco.
—En cuanto a eso —dijo Robert—, ¿se da usted cuenta de que esa joven tiene una enorme ventaja sobre ustedes? En lo que se refiere a las pruebas, quiero decir. Es libre de describir cualquier objeto que le plazca como parte de su casa. Si por casualidad está, será una prueba a favor de ella. Si no aparece, tampoco será una prueba a favor de ustedes; pues se inferirá que se han deshecho de él. Si las maletas, por ejemplo, no hubieran estado, ella podría haber argumentado que usted las ha tirado, ya que —siempre según su versión— las había visto en el ático y podían ser descritas.
—Pero el hecho es que ha podido describirlas, sin haberlas visto nunca.
—Ha descrito dos maletas. Si sus cuatro maletas fueran parte de un mismo juego tan solo habría tenido una posibilidad, quizá entre cinco, de acertar. Sin embargo tiene usted una de cada clase y de las más comunes, lo que ha hecho que jugase con ventaja.
Cogió la copa de jerez que ella había dejado a su lado, tomó un trago y se sorprendió al encontrarlo delicioso.
Ella le sonrió y dijo:
—Nos vemos obligadas a ahorrar, pero no escatimamos con el vino.
Y él se ruborizó ligeramente, preguntándose si su sorpresa había sido tan obvia.
—Y también está la rueda del coche. ¿Cómo ha podido saberlo? Toda esta situación me resulta extraordinaria. ¿Cómo nos conocía a mi madre y a mí o cómo ha podido saber cómo es nuestra casa? Las puertas