El Príncipe. Niccolò Machiavelli
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Índice de contenido
Niccolò Machiavelli
Capítulo 1 De las distintas clases de principados y de la forma en que se adquieren
Capítulo 2 De los principados hereditarios
Capítulo 3 De los principados mixtos
Capítulo 6 De los principados nuevos que se adquieren con las armas propias y el talento personal
Capítulo 7 De los principados nuevos que se adquieren con armas y fortuna de otros
Capítulo 8 De los que llegaron al principado mediante crímenes
Capítulo 9 Del principado civil
Capítulo 10 Cómo deben medirse las fuerzas de todos los principados
Capítulo 11 De los principados eclesiásticos
Capítulo 12 De las distintas clases de milicias y de los soldados mercenarios
Capítulo 13 De los soldados auxiliares, mixtos y propios
Capítulo 14 De los deberes de un príncipe para con la milicia
Capítulo 16 De la prodigalidad y de la avaricia
Capítulo 18 De qué modo los príncipes deben cumplir sus promesas
Capítulo 19 De qué modo debe evitarse ser despreciado y odiado
Capítulo 21 Cómo debe comportarse un príncipe para ser estimado
Capítulo 22 De los secretarios del príncipe
Capítulo 23 Cómo huir de los aduladores
Capítulo 24 Por qué los príncipes de Italia perdieron sus estados
Capítulo 25 Del poder de la fortuna de las cosas humanas y de los medios para oponérsele
Capítulo 26 Exhortación a liberar a Italia de los bárbaros
El Príncipe
Niccolò Machiavelli
(Traductor: Antonio Zozaya, 1893)
Publicado: 1513 Categoría(s): No Ficción, Ciencias sociales, Ciencias políticas
Dedicatoria
Los que desean congraciarse con un príncipe suelen presentársele con aquello que reputan por más precioso entre lo que poseen, o con lo que juzgan más ha de agradarle; de ahí que se vea que muchas veces le son regalados caballos, armas, telas de oro, piedras preciosas y parecidos adornos dignos de su grandeza. Deseando, pues, presentarme ante Vuestra Magnificencia con algún testimonio de mi sometimiento, no he encontrado entre lo poco que poseo nada que me sea más caro o que tanto estime como el conocimiento de las acciones de los hombres, adquirido gracias a una larga experiencia de las cosas modernas y a un incesante estudio de las antiguas. Acciones que, luego de examinar y meditar durante mucho tiempo y con gran seriedad, he encerrado en un corto volumen, que os dirijo.
Y aunque juzgo esta obra indigna de Vuestra Magnificencia, no por eso confío menos en que sabréis aceptarla, considerando que no puedo haceros mejor regalo que poneros en condición de poder entender, en brevísimo tiempo, todo cuanto he aprendido en muchos años y a costa de tantos sinsabores y peligros. No he adornado ni hinchado esta obra con cláusulas interminables, ni con palabras ampulosas y magníficas, ni con cualesquier atractivos o adornos extrínsecos, cual muchos suelen hacer con sus cosas, porque he querido, o que nada la honre, o que sólo la variedad de la materia y la gravedad del tema la hagan grata. No quiero que se mire como presunción el que un hombre de humilde cuna se atreva a examinar y criticar el gobierno de los príncipes. Porque así como aquellos que dibujan un paisaje se colocan en el llano para apreciar mejor los montes y los lugares altos, y para apreciar mejor el llano escalan los montes, así para conocer bien la naturaleza de los pueblos hay que ser príncipe, y para conocer la de los príncipes hay que pertenecer al pueblo.
Acoja, pues, Vuestra Magnificencia este modesto obsequio con el mismo ánimo con que yo lo hago; si lo lee y medita con atención, descubrirá en él un vivísimo deseo mío: el de que Vuestra Magnificencia llegue a la grandeza que el destino y sus virtudes le auguran. Y si Vuestra Magnificencia, desde la cúspide de su altura, vuelve alguna vez la vista hacia este llano, comprenderá cuán inmerecidamente soporto una grande y constante malignidad de la suerte.
Capítulo