Стервятники «Флориды» / Los Caranchos de la Florida. Книга для чтения на испанском языке. Бенито Линч

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Стервятники «Флориды» / Los Caranchos de la Florida. Книга для чтения на испанском языке - Бенито Линч Literatura clasica

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comprendiendo toda la miseria y toda la bajeza de aquellos dos desgraciados.

      Sí, su padre había sido muy injusto… ¿No decía en su presencia los mayores desatinos cuando se enojaba? Y sin embargo, una vez, estando a la mesa, le dio una bofetada por haber insultado a Rosa con un calificativo que acababa de enseñarle él mismo, aquella tarde.

      ¡Oh, sí! ¡El tiene las injusticias clavadas en el alma! Su padre… ¿seguirá lo mismo? ¡Quién sabe, está ya viejo! ¡Cómo lo encuentra destruido! ¡Pobre papá! El nunca se imaginó que podía encontrarlo así, casi calvo y con el pelo tordillo. ¡Cómo pasan los años de la vida, oh Dios!… “No quiero que nadie de la estancia ¿me entiendes?…” ¿No ve usted? ¿Qué necesidad de amenazar, de hacerse el malo?

      Si su padre cree que va a seguir tratándolo como antes, está muy equivocado… Se irá, se irá a vivir solo por ahí; que para eso es más hombre que cualquiera. ¡Bueno es él para malos modos, él que no se las aguanta ni a Dios mismo!

      En este instante un gallo aletea ruidosamente del lado de la cocina, y rompe el silencio de la noche campera con su voz metálica; aquel canto, inesperado y alegre como una diana gloriosa, arranca a don Panchito de sus meditaciones y derrama en su cerebro como una oleada de luz.

      – ¡Oh, los gallos! – murmura recordando a sus viejos amigos de la infancia – . ¡Cantan los gallos!…

      La luz de la vela, consumida por completo, aletea su agonía en el cáliz del candelero de cobre. El viento ha cesado afuera por completo, y desde el campo, y amortiguado por la distancia, llega hasta el joven el rumor de mil balidos lejanos. Don Panchito escucha un instante, y al cabo murmura en tono melancólico:

      – ¡Las ovejas!… ¡Cuántas ganas tengo de ver todo eso! Ni me acostaría ¡caramba!

      Pero cuando la luz del alba empieza a mostrarse indecisa por el lado del oriente, don Panchito, rendido, duerme como un niño sobre aquella cama modesta pero muelle, sobre aquel colchón que exhala todavía el tufillo característico del vellón de los carneros.

      III

      – ¡Pum, pum, pum!… ¡Don Panchito!… ¡Don Panchito!… ¡Recuérdese que es tarde!… ¡Pum, pum, pum!…

      El joven, con cara de sufrimiento y de disgusto, y los párpados hinchados por el sueño, se incorpora a medias, mirando hacia la puerta.

      –¿Qué? ¿Qué hay?

      – Soy yo, don Panchito, que le traigo el mate. ¡Dispiértese!

      – ¡Ya voy, ya voy hijo, un momento!

      Y don Panchito, observando con cierta sorpresa mezclada con satisfacción que está vestido, deja la cama en seguida, y después de un largo desperezo felino abre la puerta, dando paso a una oleada de sol resplandeciente y cálido, que inunda de luz toda la alcoba.

      De pie en el umbral, en cabeza y con un mate en la mano, está un personaje a quien el joven no puede reconocer en un principio.

      – Güen día – dice, presentando el mate como si fuera una puñalada, y sonriendo con sus grandes dientes blancos, mucho más blancos que los mismos de don Panchito, que tanto los cuida.

      – Buenos días, hijo. Vos sos Bibiano ¿no?

      – Sí, seor, sí.

      Y torna a reir con su risa sana, con aquella risa que parece querer estallar a cada instante.

      Bibiano tiene los zapatos empapados de rocío y llenos de pajitas doradas que la humedad les ha adherido al corretear entre los yuyos.

      – Es tarde ¿no? – vuelve a preguntar don Panchito, al chupar aquel mate que por lo amargo, y por la falta de costumbre, le trae el recuerdo de Sócrates bebiendo la cicuta.

      – Sí, tarde; deben de ser como las jonce…

      – ¿Y el viejo?

      Bibiano abre los ojos desmesuradamente, y cambia la vista hacia otro lado manifestando así que no entiende, y que el patroncito lo pone, con su pregunta, en un verdadero compromiso.

      – El viejo, sí – replica don Panchito sonriente – . Sí, el viejo, mi padre, el patrón.

      – ¡Ah! – y Bibiano, contento como una persona extraviada que encuentra su camino, se apresura expedirse: – ¡Ah, el patrón! Montó a caballo hoy de mañanita, como a las cinco; yo mismo le ensillé el tostao. Me encargó que lo dispertara a usté y todo.

      – ¡Ah! ¿sí? ¿y no ha vuelto?

      – No, seor; entoavía no.

      – ¿Y no sabes para dónde fué?

      – No, seor; pero creo que pa lo de don Sandalio, a sigún dijieron en la cocina.

      Don Panchito frunce el entrecejo ligeramente, mas luego, al devolver el mate, pregunta a Bibiano con tono indiferente:

      – ¿Y cómo está Sandalio? Vos debes ir por allá algunas veces.

      – ¿Yo? Sí, seor. Ayercito no más, el patrón me mandó con una carta.

      – ¡Ah! ¿sí? ¿y vas siempre?

      – Yo no, pero van todos… Don Cosme, Mosca, el patrón, todos…

      – Cosme es el capataz ¿no?

      – Sí, seor.

      – No me digas señor; decime don Panchito.

      – Sí, seor, don Panchito.

      – Bueno, ¿y quiénes hay en lo de Sandalio?

      – En lo de don Sandalio hain doña Rosa, Jacinto, y Pedro, y la señorita también.

      – ¿Quién es la señorita?

      – Marcelina, la hija de don Sandalio, pué.

      – ¡Ah! ¿sí?

      Y don Panchito, luchando con los pensamientos que se atropellan en su mente, frunce sin darse cuenta el entrecejo, de una manera tan fiera que acaba por asustar al muchachuelo.

      – Voy – dice balbuciente Bibiano – , voy pa la cocina a enllenar el mate.

      – No, quédate.

      Y don Panchito continúa el interrogatorio en tono insinuante y suave:

      – ¡Qué Bibiano éste! ¿Y cuántos años tienes?

      – Mi mama dice que voy pa los quince, seor… don Panchito.

      – ¡Ah, es cierto! Tu mama es Laura ¿no?

      – Sí, seor, mi mama.

      – ¿Y tu padre?

      – ¿Mi tata? Yo no lo he conocido a mi tata. Dice mi mama que se murió en Lobos… Yo no sé.

      Don Panchito torna a sonreír, y sentándose en la cama repite pensativo:

      – ¡Qué Bibiano éste!

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