Стервятники «Флориды» / Los Caranchos de la Florida. Книга для чтения на испанском языке. Бенито Линч
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Читать онлайн книгу Стервятники «Флориды» / Los Caranchos de la Florida. Книга для чтения на испанском языке - Бенито Линч страница 8
Todo un mundo de seres vive, rebulle y aletea entre aquellos islotes que se elevan a veces hasta dos metros sobre el nivel del agua tranquila, y que en los días de viento silban y ondulan como los juncos de los bañados.
Hay gallaretas pintadas y chillonas a centenares; hay cisnes, espátulas, chajáes, garzas cenicientas y enormes, zambullidores pequeñitos y ágiles, becasinas, patos y chorlos. Las nutrias hacen rechinar sus dientes, ocultas entre las pajas, allí cerquita de la orilla, donde los sauces inclinan sus cabelleras sobre el agua; y a lo lejos, en otra playa arenosa que inunda el sol, los teros reales, de rojas patas, llenan el aire con su incesante alerteo.
Don Panchito mira aquel hermoso espectáculo pensativo, casi risueño. La laguna es para él como una vieja e inolvidable amiga; es una amiga que en otros tiempos lo vio dormirse bajo los sauces, cansado de mirarla con aquellos sus ojos de entonces, grandes, azules, y cargados todavía con las nostalgias maternas.
Don Panchito va a continuar su marcha, al cabo de algunos minutos, cuando ve agitarse de pronto un matorral inmediato, tan rudamente, tan bruscamente, como si se hubiese refugiado en él un gran animal salvaje. El agua chapoteada forma grandes círculos concéntricos, que hacen ondular el manto de la lama y vienen a morir sobre la resaca de la orilla. ¿Qué será? Don Panchito, sorprendido, vacila un instante; pero luego el cazador instintivo, que todos los hombres de la raza llevamos agazapado encima del diafragma, se despierta, y el joven, con el cuello estirado como un perro de muestra, las fosas nasales palpitantes y el ojo avizor, saca su revólver, lo amartilla delicadamente con ambas manos, y avanza en descubierta.
– ¿Será un perro? No, es mucho más voluminoso que un perro aquello. ¿Será una vaca? ¿Un caballo tal vez? ¡Tampoco! ¿Qué diablos va a estar haciendo allí uno de esos animales?
Don Panchito, que se ha metido en el agua sin darse cuenta de ello, al tratar de acercarse lo más posible, levanta su revólver y apunta al matorral; pero entonces siente pasos detrás de sí, y se vuelve bruscamente.
– ¡Chist!… no hagas ruido – dice con un gesto a Bibiano, que es el que llega con el mate, un mate todo chorreado a causa de su larga peregrinación entre los yuyos.
Don Panchito, inmóvil dentro del agua, pregunta en voz muy baja:
– Che ¿qué es eso?
– Debe de ser Mosca, seor…
– ¿Mosca? ¿qué es Mosca?
– Mosca… Mosca… – y en verdad que Bibiano no sabe explicar a aquel ignorante quién es Mosca, ese Mosca más conocido que la ruda y que el grito de la lechuza – . Es Mosca, don Panchito, el ranchero, el que corta la paja.
– ¡Ah!
Y el joven, algo avergonzado por un error evidente, sale del agua, guarda el revólver, y recibiendo el mate del muchacho se pone a tomarlo silencioso. En ese momento Mosca, que surge del matorral muy sonriente y con un mazo de paja entre los brazos, se dirige lentamente hacia la orilla.
– ¡Güen día, don…!
– Buen día, amigo. ¿Qué tal el agua?
– ¡Linda no más!
Y Mosca, con sus pantalones de gambrona chorreando agua, llega a la costa y se entrega a la tarea de extender el mazo de paja junto a los muchos que ha puesto allí, sobre el pasto, para que el sol los seque.
Mosca podrá tener cuarenta años, como podrá tener veinticinco. Es moreno, de un moreno tan subido que casi puede decirse mulato.
Su cabellera retinta, frondosa y naturalmente rizada, protege el tesoro de su cerebro de los rigores de la intemperie, porque hay dos prendas en el vestuario de la civilización a las cuales Mosca no ha concedido jamás importancia alguna, y son el sombrero y los botines. El no cree ni ha creído nunca en la necesidad de tales cosas. En pleno invierno, trabajando en las lagunas con el agua a la cintura, y en el rigor del verano, montado sobre el caballete de los ranchos, Mosca ha estado siempre en cabeza, en cabeza y sin botines.
La paja de techar es muy filosa cuando está verde, y por esta causa el hombre siempre tiene las manos y los pies llenos de tajos, de tajos que lo obligan a caminar renqueando, y a hacerse unos vendajes curiosísimos, que envidiaría el mejor cirujano por lo firmes, y rechazaría el gaucho más descuidado por lo sucios.
Mosca extiende el mazo sobre el suelo con una minuciosidad meticulosa, y luego, en cuclillas, se pone a liar un cigarrillo negro. Todo el aspecto simiesco de su persona resalta en aquella postura que parece serle muy cómoda y muy descansada, y el hombre sonríe, mirando a don Panchito, con una sonrisa canallesca, cargada de malicia.
– ¿Qué tal? – pregunta don Panchito, nervioso, por decir algo.
– Ya lo ves – responde Mosca, sonriente, encendiendo su cigarrillo con la chispa de un viejo yesquero de cola de mulita – . Ya lo ves, pitando.
Don Panchito, pálido de rabia y de sorpresa, avanza un paso.
– ¿Qué decís?
Pero Mosca no repara ni en la pregunta ni en la actitud del joven, y agrega con aire picaresco:
– ¿A que no convidas con un mate?
Don Panchito, fuera de sí, vomitando un insulto, va a lanzarse sobre aquel atrevido, pero Bibiano lo contiene sujetándolo por el saco.
– Déjelo don Panchito. No li haga caso. Mire que es loco; mire que nadies li hace caso porque es loco.
– ¿Loco? – y el joven, con un tirón brusco, se desprende de las manos del muchacho – . ¿Loco? ¡yo le voy a quitar las locuras a patadas a este trompeta!
Y al ver los ojos saltones y turbios de don Panchito, y la palidez de su rostro, se creería que él es el loco, y no el otro que está tranquilo en cuclillas.
– ¡Te voy a romper el alma!
– ¡Déjelo , don Panchito! ¡no li haga caso!
En ese momento se oyen los pasos precipitados de un caballo, y aparece bruscamente, apartando las ramas de los sauces que quieren latiguearle el rostro, don Pancho, jinete en su tostado brioso y grandote, en su tostado cubierto de sudor y salpicado de lama hasta las crines.
– ¡Hola! – exclama.
Y en seguida, reparando en el visible trastorno de su hijo:
– ¿Qué hay? ¿qué pasa?
Don Panchito, fingiendo indiferencia, se propone explicar el caso:
– Nada; que este atorrante – y señala a Mosca que con aspecto azorado se ha puesto de pie – que este atorrante me ha faltado al…
– ¡Ahijuna! – y la interjección del patrón se mezcla con el bufido del caballo fogoso al contraerse en el salto, y con el chasquido de un lonjazo sobre las greñas de Mosca, que tambalea y que cae – . ¡Toma, pa que aprendas!
Don Pancho contiene al tostado que, enardecido por la atropellada, se abalanza y resbala sobre el fango. Mosca se levanta aturdido, mostrando en el labio inferior una gran desgarradura sangrienta.
Padre e hijo lo contemplan en silencio por espacio de algunos segundos; pero, cuando él torna