Viajes por España. Pedro Antonio de Alarcón

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Viajes por España - Pedro Antonio de Alarcón

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de Plasencia».

      Vamos á la cuarta pared. – En ella está la puerta de entrada al Palacio, y á su lado existe hoy un banco muy viejo de madera (en el mismo lugar que había antes un asiento de piedra), sobre el cual se lee la siguiente inscripción, pintada en la pared en caracteres del siglo xvi muchas veces retocados:

      «Su Mag.ª El Emper.or D. Carlos

      Quinto nro. Señor en este lugar

      estava asentado quando le dió

      el mal á los treynta y uno

      de Agosto á las quatro de la

      tarde. – Fallesció á los Veinte

      y uno de Septiembre á las dos

      y media de la mañana. Año

      del S.or

      de 1558.»

      El mal á que alude la precedente inscripción consistió en que, habiendo comido al sol Carlos V, en aquel propio salón-mirador, sintióse acometido de frío, no bien dejó la mesa, y luego le entró calentura. – «Pónenos en cuidado (escribía dos días después su mayordomo Luis Quijada á Juan Vázquez de Molina8), porque ha muchos años que á S. M. no le ha acudido calentura con frío sin accidente de gota. El frío casi lo tuvo delante de mí todo; mas no fué grande, puesto que tembló algún tanto; duró casi tres horas la calentura: no es mucha, aunque en todo me remito al doctor, que escribirá más largo. – Yo temo que este accidente sobrevino de comer antier en un terrado cubierto, y hacía sol, y reverberaba allí mucho, y estuvo en él hasta las cuatro de la tarde, y de allí se levantó con un poco dolor de cabeza y aquella noche durmió mal.»

      Esta carta es de 1.º de Septiembre. – Por consiguiente, la inscripción preinserta está equivocada, y donde dice 31 de Agosto debe leerse 30 de Agosto.

      Sobre ella se ven las armas imperiales, pintadas en la pared; obra, sin duda, del mismo autor de aquella leyenda conmemorativa.

      Con lo cual terminan todas las cosas que hay que notar en el salón-mirador ó vestíbulo del humilde Palacio de Yuste.

* * *

      Entramos, pues, en el Palacio.

      Ya he dicho que se compone de cuatro grandes celdas, situadas dos á cada lado de un pasillo ó galería que atraviesa el edificio de Oeste á Este y al cual dan las puertas de las cuatro.

      Las dos celdas de la izquierda, entrando, estaban destinadas en tiempo del Emperador, la una á Recibo, y la otra á Dormitorio, y se comunican entre sí. Las dos de la derecha, que también tienen comunicación por dentro, eran el Comedor y la Cocina.

      Y á esto se reducía el alojamiento del César.

      Su servidumbre, compuesta de sesenta personas, habitaba el piso inferior de aquel llamado Palacio, ó varias dependencias del convento, residiendo en Quacos los empleados que no tenían que asistir continuamente á S. M.

      En la actualidad no hay ni un solo mueble en dichas celdas; y como, por otra parte, carecieron siempre de toda ornamentación arquitectónica sus lisas paredes, blanqueadas con cal á la antigua española, la revista que nosotros les pasamos habría sido muy corta, si recuerdos históricos y consideraciones de una mansa y cristiana filosofía no nos hubieran detenido largo tiempo en cada estancia.

      Nuestra visita principió por el Recibo, donde sólo había que ver una gran chimenea, digna de competir con las llamadas de campana: tan enormes eran su tragante y su fogón. Entre la puerta de entrada, la de comunicación con el Dormitorio, la reja que da paso á la luz del salón-mirador y otra puertecilla de que hablaré luego, no quedaba más que un puesto resguardado del aire, ó sea un único rincón que ocupar cerca de la chimenea. No podíamos, pues, equivocarnos respecto de cuál sería el sitio que ocuparía el Emperador en aquella sala, durante la estación del invierno, cuando iban á visitarlo San Francisco de Borja, el Conde de Oropesa, el Arzobispo de Toledo y otros antiguos amigos suyos.

      Pero no seguiré adelante sin hacer una advertencia de gran importancia…

      Si yo me hubiese propuesto referir la Vida de Carlos V en Yuste (escrita ya con suma minuciosidad y conciencia en un notable capítulo y en un apéndice muy curioso de la Historia de España por D. Modesto Lafuente), podría enumerar aquí, sin más trabajo que copiar algunos documentos del Archivo de Simancas, insertos en la obra de aquel historiador, los muebles, los cuadros, las alhajas y hasta las ropas que tenía el Emperador en su retiro, así como sus hábitos, entretenimientos y conversaciones; pero, no siendo, ni pudiendo ser, tal mi propósito, sino meramente fotografiar, por decirlo así, el estado actual del Monasterio, me limitaré á remitiros á la obra mencionada y aconsejaros que no deis crédito á lo que otros historiadores cuentan acerca de los actos del Emperador en Yuste.

      Desconfiad, sobre todo, de las noticias de Fr. Prudencio Sandoval y de Mr. Robertson, quienes, en esta parte íntima de sus célebres historias, fueron sin duda mal informados, ó fantasearon á medida de su deseo. Así lo demuestra el Sr. Lafuente con irrebatibles razones y documentos originales de primera fuerza. – Es falso, por ejemplo, que Carlos hiciese sus exequias en vida; falso que estuviese sujeto á la misma regla que los frailes de la casa; falso que se flagelase hasta teñir de sangre las disciplinas; falso que no atendiese á las cosas políticas de España y del resto de Europa, y falso que se dedicase á la construcción de juguetes automáticos y otras puerilidades con su relojero de cámara y famoso mecánico Juanelo Turriano. – Leed á Lafuente, repetimos, y allí veréis, auténticamente probado, que Carlos V, en Yuste, fué el hombre de siempre, con sus cualidades y sus defectos y con la sabida originalidad de su condición, festiva y grave á un tiempo mismo, dominante, vehemente, voluntariosa, y á la par llana y sencilla, como la de Julio César.

      Sigamos nuestra exploración.

      La ya mencionada puertecilla de la sala de Recibo conduce á un diminuto é irregular aposento, que es aquel retrete ó gabinetillo de que ya he hablado también, en que apenas cabe una cama, y donde durmió Felipe II la última vez que estuvo en Yuste, en señal de respeto… ó miedo á las habitaciones que habían sido de su difunto padre. – ¡Curioso fuera saber lo que pensó allí el hombre del Escorial durante las dos noches que pasó, como quien dice, emparedado cerca de la cámara mortuoria de Carlos de Gante! – Pero la historia ignora siempre las mejores cosas.

      Del Recibo volvimos á salir al pasillo ó galería, dejando para lo último la visita al Dormitorio, y pasamos al Comedor del más comilón de los emperadores habidos y por haber… excepto Heliogábalo.

      Carlos V era más flamenco que español, sobre todo en la mesa. Maravilla leer (pues todo consta) el ingenio, verdaderamente propio de un gran jefe de Estado Mayor militar, con que resolvía la gran cuestión de vituallas, proporcionándose en aquella soledad de Yuste los más raros y exóticos manjares. Sus cartas y las de sus servidores están llenas de instrucciones, quejas y demandas, en virtud de las cuales nunca faltaban en la despensa y cueva de aquel modesto palacio los pescados de todos los mares, las aves más renombradas de Europa, las carnes, frutos y conservas de todo el universo. Con decir que comía ostras frescas en el centro de España, cuando en España no había ni siquiera caminos carreteros, bastará para comprender las artes de que se valdría á fin de hacer llegar en buen estado á la sierra de Jaranda sus alimentos favoritos.

      Pero nos metemos sin querer en honduras pasadas, olvidando que aquí no se trata sino de lo presente. Pues bien: en el Comedor

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<p>8</p>

Archivo de Simancas, Estado, leg. núm. 128. – Esta cita es del historiador D. Modesto Lafuente.