El Capitán Veneno. Pedro Antonio de Alarcón
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Dichas estas verdades de a folio, recomendó muchísimo, y hasta con pesadez (sin duda por conocer71 bien a las hijas de Eva), que cuando el herido recobrase el conocimiento no le permitieran hablar, ni le hablaran ellas de cosa alguna, por urgente que les pareciese entrar en conversación con él; dejó instrucciones verbales y recetas escritas para todos los casos y accidentes que pudieran sobrevenir; quedó en72 volver al otro día, aunque también hubiese tiros, a fuer de hombre tan cabal como buen médico y como inocente orador, y se marchó a su casa, por si73 le llamaban para otro apuro semejante; no, empero, sin aconsejar a la conturbada viuda que se acostara temprano, pues no tenía el pulso en caja, y era muy posible que le entrase una poca fiebre al llegar74 la noche… (que ya había llegado).
VII
EXPECTACIÓN
Serían las tres de la madrugada,75 y la noble señora, aunque, en efecto, se sentía muy mal, continuaba a la cabecera de su enfermo huésped, desatendiendo los ruegos de la infatigable Angustias, quien no sólo velaba también, sino que todavía no se había sentado en toda la noche.
Erguida y quieta como una estatua, permanecía la joven al pie del ensangrentado lecho, con los ojos fijos en el rostro blanco y afilado, semejante al de un Cristo de marfil, de aquel valeroso guerrero a quien admiró tanto por la tarde, y de esta manera esperaba con visible zozobra a que el sinventura76 despertara de aquel profundo letargo, que podía terminar en la muerte.
La dichosísima77 gallega era quien roncaba,78 si había que roncar, en la mejor butaca de la sala, con la vacía frente clavada en las rodillas, por no haber79 caído en la cuenta de que aquella butaca tenía un espaldar muy a propósito para reclinar en él el occipucio.80
Varias observaciones o conjeturas habían cruzado81 la madre y la hija, durante aquella larga velada, acerca de cuál podría ser la calidad originaria del Capitán, cuál su carácter, cuáles sus ideas y sentimientos. Con la nimiedad de atención que no pierden las mujeres ni aun en las más terribles y solemnes circunstancias, habían reparado en la finura de la camisa, en la riqueza del reloj, en la pulcritud de la persona y de las coronitas de marqués de los calcetines del paciente. Tampoco dejaron de fijarse en una muy vieja medalla de oro que llevaba al cuello bajo sus vestiduras, ni en que aquella medalla representaba a la Virgen del Pilar de Zaragoza; de todo lo cual se alegraron sobre manera, sacando en limpio que el Capitán era persona de clase y de buena y cristiana educación. Lo que naturalmente respetaron fue el interior de sus bolsillos, donde tal vez habría cartas o tarjetas que declarasen82 su nombre y las señas de su casa; declaraciones que esperaban en Dios podría hacerles él mismo cuando recobrase el conocimiento y la palabra, en señal de que le quedaban días que vivir…
Mientras tanto, y aunque la refriega política había concluido por entonces, quedando victoriosa la monarquía, oíase de tiempo en tiempo, ora algún tiro remoto y sin contestación, como solitaria protesta de tal o cual republicano no convertido por la metralla, ora el sonoro trotar de las patrullas de caballería que rondaban, asegurando83 el orden público; rumores ambos lúgubres y fatídicos, muy tristes de escuchar desde la cabecera de un militar herido y casi muerto.
VIII
INCONVENIENTES DE LA "GUÍA DE FORASTEROS"
Así las cosas, y a poco de sonar las tres y media en el reloj del Buen Suceso, el Capitán abrió súbitamente los ojos; paseó una hosca mirada por la habitación, fijola sucesivamente en Angustias y en su madre, con cierta especie de terror pueril, y balbuceó desapaciblemente:
– ¿Dónde diablos estoy?
La joven se llevó un dedo a los labios, recomendándole que guardara silencio; pero a la viuda le había sentado muy mal84 la segunda palabra de aquella interrogación, y apresurose a responder:
– Está usted en lugar honesto y seguro, o sea en casa de la generala Barbastro, Condesa de Santurce, servidora de usted.
– ¡Mujeres! ¡Qué diantre!.. – tartamudeó el Capitán, entornando los ojos como si volviese a su letargo…
Pero muy luego se notó que ya respiraba con la libertad y fuerza del que duerme tranquilo.
– ¡Se ha salvado! – dijo Angustias muy quedamente. – Mi padre estará contento de nosotros.
– Rezando estaba por su alma… – contestó la madre. – ¡Aunque ya ves que el primer saludo de nuestro enfermo nos ha dejado mucho que desear!
– Me sé de memoria – profirió con lentitud el Capitán, sin abrir los ojos – el Escalafón del Estado Mayor General del Ejército español, inserto en la Guía de Forasteros,85 y en él no figura, ni ha figurado en este siglo ningún general Barbastro.
– ¡Le diré a usted!.. exclamó vivamente la viuda. – Mi difunto marido…
– No le contestes ahora mamá, – interrumpió la joven, sonriéndose. – Está delirando, y hay que tener cuidado con su pobre cabeza. ¡Recuerda los encargos del doctor Sánchez!
El Capitán abrió sus hermosos ojos; miró a Angustias muy fijamente, y volvió a cerrarlos, diciendo con mayor lentitud:
– ¡Yo no deliro nunca, señorita! ¡Lo que pasa es que digo siempre la verdad a todo el mundo, caiga que caiga!86
Y dicho esto, sílaba por sílaba, suspiró profundamente, como muy fatigado de haber hablado tanto, y comenzó a roncar de un modo sordo, cual si agonizase.
– ¿Duerme usted, Capitán? – le preguntó muy alarmada la viuda. El herido no respondió.
IX
MÁS INCONVENIENTES DE LA "GUÍA DE FORASTEROS"
– Dejémosle87 que repose… – dijo Angustias en voz baja, sentándose al lado de su madre. – Y supuesto que ahora no puede oírnos,
70
quebrantarle: the third word for
71
por conocer,
72
quedó en,
73
por si,
74
al + infinitive,
75
Serían las tres de la madrugada,
76
sinventura,
77
dichosísima: like dichosa before:
78
roncaba, si había que roncar,
79
por no haber,
80
occipucio,
81
habían cruzado,
82
que declarasen,
83
asegurando: segurando in the 10th edition.
84
sentado muy mal,
85
86
caiga que caiga,
87
Dejémosle: the pronouns -le and -me are unnecessary, but add a personal touch by showing who is the subject of the following verb.