¿Psicólogo o no psicólogo? Cuándo y a quién consultar. Patrick Delaroche
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• Las dificultades de aprendizaje. Un gran número de disortografías o de discalculias puede ser objeto de reeducaciones adecuadas, sobre todo cuando se producen de manera aislada, pero antes hemos visto que muchas de ellas van acompañadas de otras dificultades que es necesario resolver previamente antes de iniciar la reeducación. Además, pueden tener un significado inconsciente cuya descodificación podrá permitir en ocasiones una gran mejoría. La incapacidad de hacer divisiones o restas puede traducir la imposibilidad para el niño de aceptar una recomposición familiar, por ejemplo el divorcio de sus padres. Como mostró Stella Baruk en Échec et maths[7] (Fracaso y matemáticas), el problema de las matemáticas también plantea, sobre todo en los enunciados, un problema de lengua, es decir, de comprensión, cuyas raíces suelen ser psicológicas.[8]
♦ Cómo presentárselo al niño
Un primer consejo: si teme que su hijo pequeño o adolescente rechace la consulta con el especialista, sobre todo no le cuente historias. No le diga, por ejemplo, que se lo lleva de compras. Primero, el niño comprobará que lo ha engañado, lo cual no es nada deseable. La mentira de los padres merma en el niño de forma duradera su confianza en ellos y en los adultos. Además, pondrá más difícil la tarea al especialista, porque deberá partir de lo que molesta al niño para proponerle una ayuda.
Si el niño no sabe por qué va, o más bien por qué sus padres lo han llevado, no tendrá nada que decir a este extraño que le hace preguntas.
A decir verdad, muchos padres temen dar al niño la impresión de que se están quejando a una tercera persona. Es cierto que la petición de ayuda aparece a menudo de esta forma. «En clase trabaja poco, desobedece, tiene pataletas, todavía se hace pipí en la cama, etc.» se utiliza más que «está mal consigo mismo, está triste, no tiene amigos». Este segundo registro, por otro lado, también es considerado negativo por los padres y, por ello, el niño que lo oye suele sentirse menospreciado por tales observaciones.
Por todas estas razones, aconsejo a los padres que digan al niño la verdad, pero una verdad traducida en palabras simples; por ejemplo, los padres pueden explicarle al niño que necesitan los consejos de un psicólogo porque no saben cómo arreglárselas, o que están preocupados y quieren saber si su hijo necesita una ayuda externa. A partir de aquí, el especialista podrá ver al niño solo y presentarse ante él como «un doctor que no pone inyecciones» en el caso de los más pequeños, que se conforman con poco, y seguir con «… que habla con los niños para saber si necesitan ayuda». Los niños, en general, suelen comprender muy bien esta noción y a menudo ellos mismos dirán la ayuda que esperan con sus propias palabras, que se deberán explicitar y traducir. A veces es posible proponer un juego de rol: el niño se pone en el lugar del «doctor» mientras que el psiquiatra interpreta el papel del niño. Así, a veces, al psiquiatra le recetan medicamentos, le dan buenos consejos, como obedecer a los padres, o incluso una madre de sustitución en el caso de un niño criado por una pareja de hombres homosexuales. De hecho, la actitud del psiquiatra varía con la edad. Los adolescentes, por ejemplo, suelen entender fácilmente la función de un psicólogo, aunque estén mal, y saben que los centros medicopsicológicos los ayudan porque les permiten hablar.
Cuando el niño se niega
Si el niño no está de acuerdo, decirle que nos tiene preocupados y que nos gustaría visitar al especialista pero que este no lo obligará a hablar puede permitirle dar el paso. Después podemos tener alguna sorpresa, si el rechazo que mostraba era solo una actitud y decide seguir el juego. Si se niega por completo, los padres pueden acudir por su cuenta para analizar el tema y evaluar la necesidad de hacer algo. La orientación (véase el capítulo 6) es entonces uno de los recursos más apreciados. Finalmente, el simple hecho de que el niño vea a sus padres preocuparse de este modo por él puede llegar a desbloquear las cosas.
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¿A quién consultar?
Mientras que en el campo médico la confianza se basa en primer lugar en una técnica y después el médico la aplica, en psicología es prácticamente lo contrario y, en la medida en que las técnicas parecen algo misteriosas, la confianza se deposita en primer lugar en el terapeuta.
¿Qué especialista?
En primer lugar, debemos saber a quién dirigirnos; por ejemplo, existen circuitos basados en la estima recíproca formados por diferentes especialistas infantiles: profesores, médicos de cabecera, pediatras, asesores, psicólogos escolares…
Todos conocen a psiquiatras infantiles, psicoanalistas, psicoterapeutas, rehabilitadores (en ortofonía, psicomotricidad, psicopedagogía).
Estos circuitos o redes[9] tienen, evidentemente, ventajas e inconvenientes, como las páginas amarillas de la guía telefónica.
♦ ¿Psiquiatra infantil o terapeuta?
Se tiende a confundirlos en parte porque muchos psiquiatras que han completado su currículum médico con una formación personal hacen ambas cosas. Además, la formación universitaria inicial del terapeuta, médico o no médico, no cuenta cuando los padres encuentran por fin al terapeuta adecuado para su hijo. En general, el psiquiatra infantil, según el modelo médico, indica un tratamiento que efectúa el terapeuta, pero esta división de los papeles, a menudo imprescindible para el tratamiento del niño, puede invertirse: un terapeuta puede perfectamente prescribir a un niño o a un adolescente una terapia con un psicoanalista que también puede ser psiquiatra infantil.
El psiquiatra infantil
Es un profesional que ha cursado la carrera de Medicina, ha obtenido una plaza de interno y se ha especializado en psiquiatría después de haber realizado prácticas en unidades especializadas, durante las cuales ha participado en el seguimiento de varios niños y se ha formado gracias a los intercambios con sus semejantes y sus profesores. También puede haber seguido a adultos y haberse familiarizado con la nosografía (clasificación de las patologías mentales) y los tratamientos psiquiátricos. Su interés por la pediatría y la patología del niño o del adolescente ha podido valerle, durante sus estudios o posteriormente, el reconocimiento como «psiquiatra infantil» por el consejo del Colegio de Médicos, pero la psiquiatría infantil no es una especialidad universitaria. Solo lo es la psiquiatría, lo cual es importante: una visión puramente «paidopsiquiátrica» de los trastornos mentales daría una idea sumamente parcelada de la patología mental en general. Especializarse únicamente en psiquiatría infantil, sin pasar por la psiquiatría general, es como especializarse en pediatría sin conocer la medicina general.
Después de esta formación básica, podemos encontrar dos tipos de psiquiatras infantiles. El primero, según el modelo universitario, diagnostica y trata los trastornos mentales, como aprendió en ciertas unidades hospitalarias, con ayuda de conceptos neurobiológicos. Rechaza el psicoanálisis porque «no lo considera científico», es decir, no conforme con el modelo de las ciencias exactas. Así pues tiende, por una parte, a recetar medicamentos psicótropos[10] y, por otra, a recetar terapias llamadas cognitivistas y comportamentales orientadas a fenómenos conscientes (lo veremos más adelante). Estas terapias se basan en unas
7
Point Sciences, Le Seuil.
8
Véase el caso de Carlota en el capítulo 7.
10
De