Cómo ganar en el ajedrez. Equipo de expertos 2100
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Debido a esta realidad es posible componer un amplio repertorio de jugadas, del que será posible elegir la más acertada después de comprobar cuál es la que ofrece mayores posibilidades de hacer que la partida derive hacia las condiciones deseadas.
Pero como el número de las combinaciones posibles es incalculable, volvemos a ratificarnos en que la primera «jugada» importante consiste en la elaboración de un buen plan de ataque y defensa (o viceversa) destinado a llevar el juego hacia las condiciones en que las jugadas archivadas en nuestro repertorio sean viables.
Ahora bien, si nos atenemos a los promedios, se ha encontrado que cada posición permite unas diez jugadas aceptables a cada jugador. No obstante, lo difícil es, justamente, dar con la jugada necesaria, la precisa, de manera que, aun cuando el adversario también sea capaz de encontrar una de las diez jugadas que le corresponderían, esta no sea tan trascendente como la nuestra. Para ello es indispensable que nuestra jugada se ciña con exactitud a la estructura del plan que nos hemos trazado.
Los peligros de la inspiración
Lo dicho anteriormente descalifica las jugadas nacidas de la inspiración del momento, de las que siempre hay que desconfiar, sobre todo cuando lo que incita a hacerlas es la posibilidad de capturar una dama o un simple peón, ya que, como explicaremos oportunamente en otra parte de esta obra, son regalos de los que siempre debe desconfiarse.
La falta de armonía anuncia la derrota
Y es que, como también señalan las estadísticas, las jugadas que implican improvisación no sólo descomponen el esquema general del propio juego, sino que suelen estar motivadas por la astucia del adversario. Hay que tener en cuenta que una partida, por encarnizada que sea, desprende un aura de armonía fruto de la interacción entre las piezas blancas y las negras. Por ello, toda jugada que rompa la armonía por la que discurre la partida se volverá en contra de quien la ejecute. Es una ley fundamental en todas las artes, y el ajedrez no iba a ser la excepción, como tampoco lo es la guerra misma, aunque parezca que en esta todo es válido.
Afortunadamente, incluso los planes más mediocres esconden algunos movimientos brillantes. De hecho, no son pocos los libros de ajedrez que, como si de colecciones de hechos maravillosos se tratase, describen las jugadas con que muchos grandes maestros han transformado en victoria lo que parecía una irremisible derrota, y no porque su plan de ataque hubiera sido siempre el de simular errores y hacer caer en una celada al contrario para deslumbrarlo finalmente con el relámpago de un mate insospechado (aunque tampoco es demasiado raro este caso), sino porque su genio les permitió encontrar al fin una rendija por la cual volver a ver la luz y retomar la iniciativa. Esta es, sin duda, la diferencia que hay entre la posesión de un buen plan de juego y la capacidad para descubrir las posibilidades inmediatas de una posición determinada. Y, como se comprenderá, siempre será más factible y fiable un buen plan que la esperanza de una inspiración final, sobre todo si el rival es mucho mejor de lo que se esperaba.
La importancia de una buena defensa
También es infinito el número de las equivocaciones garrafales contra las que es preciso mantenerse alerta como primerísima medida defensiva, ya que es igualmente cierto que existe un gran número de jugadores astutos que esperan conseguir más del error ajeno que de su iniciativa, lo cual, a fin de cuentas, no es sino otra más de las muchas formas en que puede enfocarse la táctica ajedrecista. Consiste en basarse más en la experiencia y en el estudio de jugadas muy representativas que en la visión, la intuición y la creatividad.
Pero como bien saben los cazadores de deslices ajedrecísticos, estos no tienen siempre la misma trascendencia. El error de un principiante, por lo común, es suficiente para decidir la partida en el término de unas cuantas jugadas. Por el contrario, el error de un maestro puede no hacerse evidente hasta después de una larga lucha, cuando los expertos lo extraen de entre una montaña de aciertos y hacen valer las debilidades y las insuficiencias a que dio lugar.
La trascendencia de las equivocaciones
Bien es cierto que la experiencia se alimenta de equivocaciones. De hecho, el error y no el acierto ha sido el maestro de las grandes figuras del ajedrez de todos los tiempos, por lo que no falta razón a quienes sostienen que en el tablero los aciertos pasan y los errores se quedan.
Las consecuencias que tienen las equivocaciones sobre el resultado final de la partida dependen sobre todo de la fase en que se cometan, y van desde lo leve a lo demoledor. Según los grandes maestros, calculando sobre un máximo de 10 puntos la incidencia de las equivocaciones y advirtiendo que la puntuación aumenta de dos a tres puntos cuando no se tiene la iniciativa y se está a la defensiva, se puede establecer una tabla del valor de los errores en función de la fase de la partida en que se cometen:
Pero, obviamente, se trata de una apreciación subjetiva, ya que deben considerarse también otros factores, como el número de errores cometidos, puesto que con frecuencia uno induce a otro.
La apertura
Pocas situaciones generan tanta inquietud en el jugador de ajedrez como la elección del primer movimiento y de la sucesiva secuencia de movimientos que responden a los requisitos fundamentales de la apertura. Es por ello que deben tenerse en cuenta los siguientes aspectos:
– la coherencia en los movimientos que deben constituir la secuencia de jugadas de un plan determinado;
– la coherencia de los mismos movimientos entre sí;
– la previsión y obstaculización de las necesidades del juego del adversario.
Los diferentes factores estratégicos de una posición nos proporcionan los medios para determinar los objetivos hacia los que se dirigen los planes ya formulados. Los motivos tácticos, acompañados del análisis y de un adecuado cálculo, nos ofrecen los medios para realizar los planes que se han elaborado. El ejercicio y la práctica nos darán, con el tiempo, la técnica para conseguir resultados satisfactorios.
A la luz de todo esto, podemos decir que todos los medios para desarrollar correctamente una partida están a disposición del principiante. Hablando de ejercicio y práctica, y necesariamente de tiempo, no podemos ignorar la experiencia de quien ha jugado antes que nosotros. Los conocimientos de los demás han dado como resultado todo lo que se sabe sobre el juego del ajedrez (incluso este libro no es otra cosa que el resultado de años de práctica). Las reglas que hemos presentado hasta ahora no existían antes de que alguien las descubriera a través de muchas partidas de ajedrez que se jugaron realmente, y todos los libros y publicaciones existentes no son otra cosa que una codificación y una generalización de las experiencias y del análisis relativo. Prueba de ello es el hecho de que no en todas las situaciones que se presentan durante una partida se pueden aplicar las mismas reglas. Por ejemplo, al final de una partida es esencial el uso activo del rey, que se convierte en una unidad táctica de relieve, mientras que en el medio juego, y más todavía en la apertura, es aconsejable no utilizarlo como pieza activa, ya que correría el riesgo de ser atacado por otras piezas que tienen un aporte táctico superior.
Estudiar la apertura, así como los motivos tácticos o los temas estratégicos, significa atesorar la experiencia conseguida por los demás.
Para que esto se realice de un modo más provechoso, es necesario que este estudio se haga de una manera completa.
Existen muchas publicaciones sobre ajedrez. Las más divulgadas son las monografías que hacen referencia a determinadas aperturas. Existen libros que estudian exclusivamente la defensa francesa, la defensa siciliana y otros la apertura italiana, la