Cuando el carácter se vuelve difícil con la edad. Claudine Badej-Rodriguez
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Nuevos valores
La forma en que se comportan nuestros padres una vez jubilados está ligada a los valores que han adquirido a lo largo de los años, a sus creencias sobre la vida y sobre la vejez.
¿Nunca se han dado caprichos? Esto es frecuente entre quienes se han volcado mucho en el trabajo y en el deber. Podemos tratar de animarlos a que se diviertan sin culpabilizarse. ¡Pero las creencias son resistentes! Si el trabajo y la actividad son valores esenciales a los que no son capaces de renunciar, las asociaciones tienen una gran demanda de competencias. Una antigua profesora podrá sentirse muy valorada ayudando a niños a hacer sus deberes; un viejo contable llevará con gusto las cuentas de un club de fútbol… La satisfacción por el trabajo bien hecho permanecerá intacta, independientemente de que se cobre por ello o no, y permitirá restaurar una imagen de uno mismo a veces alterada por la jubilación. Pero, incluso así, todavía tendrán que aprender a sustituir los valores anteriores por otros: la gratuidad frente a la rentabilidad, una cierta lentitud frente a las prisas, la sabiduría frente a la juventud. Con el precio de estos reajustes se aprende a envejecer bien. Y esto que será válido para ellos también lo será para nosotros.
Hablemos con ellos
Si presentimos que con la jubilación se avecina un periodo difícil para nuestros padres, podemos intentar hablar con ellos. Desde luego, todo depende de la relación: si nunca hemos hablado con ellos de sus problemas, si en nuestra familia no estamos acostumbrados a expresar nuestras emociones, ¡no está garantizado que este sea el mejor momento para comenzar!; sin embargo, si nos sentimos preparados para ello, podemos lanzar unos «globos sonda» para ver cómo está el terreno. Si juzgan que no debemos meternos en su vida, o si están demasiado mal como para reconocérselo a sí mismos, pueden mandarnos a paseo. Pero si la comunicación siempre ha sido franca y abierta, puede que tengan ganas de hablar de lo que los atormenta, aunque, como hijos, no seamos necesariamente los mejores interlocutores para esta tarea. Nos corresponde escuchar con tacto lo que puede abordarse. Planteando preguntas discretas y echando cables podemos ayudar mucho; simplemente el escucharlos es un auténtico apoyo, y el reconocimiento ante ellos de que este cambio radical puede ser difícil ¡ya es mucho!
Pistas que pueden darse
A menudo, las mujeres resuelven mejor esto: se atrincheran en casa y siempre tienen algo para hacer. Y como les ha costado mucho trabajo disponer de actividades para ellas solas, pueden apreciar este tiempo encontrado. Para los hombres, la pérdida del estatus social es más dolorosa. Si invitamos a nuestros padres a que expresen sus problemas, por poco que estas conversaciones sean auténticas, les daremos ocasión de relativizar las dificultades, y podremos evaluar con ellos lo que puede ser su nueva vida. Es el momento de evocar los viejos sueños: ¿nuestra madre no había dicho siempre que le gustaría pintar, pero que no tenía tiempo? ¿no hablaba nuestro padre, hace unos años, de aprender inglés o portugués? Hay que hacer todo esto sin inmiscuirnos en su vida ni pretender gestionar su tiempo, lo que sería, seguramente, mal recibido. Podemos recordarles que no hay un modelo de jubilación feliz. El proyecto es una forma de ver el mundo, de situarse en el mundo más que de obrar o de moverse en este. Lo importante es recordar lo que les gusta más allá de su vida activa, de sus valores, de su carácter. Todos estos elementos permitirán valorar la situación. Y no debemos olvidar lo útil que puede resultar en este momento enviarles un refuerzo positivo: recordarles lo útiles que son, lo formidables que los encontramos (si lo pensamos así, desde luego…), cómo los necesitamos. ¡Nada como esto para que se sientan valorados en esta etapa de dudas!
Lo esencial
• La jubilación es un periodo delicado para nuestros padres. Necesariamente conlleva unos reajustes, y, a veces, una modificación del carácter.
• No debemos aprovecharnos de su nueva disponibilidad para transformarlos en canguros a nuestra disposición. También tienen derecho a disfrutar de la vida. ¿No paran y no quieren ocuparse de sus nietos? Nada les obliga a hacerlo…
• Si nuestros padres parecen encerrarse en sí mismos, puede ser que necesiten este tiempo para digerir la nueva situación. Por tanto, no sirve de nada presionarlos.
Capítulo 2
La dificultad de verlos envejecer
La mayoría de las veces, el hecho de ver envejecer a nuestros padres nos altera. Cuanto más mayores se hacen, más trabajo nos cuesta verlos menos atrevidos que antes. Y a veces este cambio nos sumerge en un mar de preguntas personales…
¡Prohibido envejecer!
Sí, hemos leído bien. Esta exclamación es el eslogan de una conocida marca de cosméticos destinada a combatir las arrugas y los signos de envejecimiento: «Prohibido envejecer» señala la obligación de detener el tiempo, como si eso dependiera de la simple voluntad. ¿Cómo mantener la sonrisa en esta sociedad que ensalza en exceso los valores de la juventud y tiembla de miedo ante los efectos del paso del tiempo? ¿Cómo no sentirse culpable por no detener un proceso ineluctable como es el envejecimiento? En este contexto no resulta extraño que, cuando vemos a nuestros propios padres ralentizar su ritmo, mermar física o psíquicamente, ganar peso o encorvarse – en definitiva, no parecerse ya a los padres dinámicos que conocíamos–, el choque sea fuerte. En las sociedades tradicionales donde la figura del anciano está más valorada, donde la sabiduría reconocida por todos suple el sufrimiento de las carencias físicas, sociales, afectivas, la transición seguramente resulta más fácil. Pero, en la sociedad occidental, la respetabilidad de las personas ancianas y su experiencia no son tenidas en cuenta. Es peor todavía: se consideran superados, es decir, inútiles; son una carga para la sociedad e incrementan el déficit de la Seguridad Social. ¿Y queremos que nuestros padres estén alegres, simpáticos y sonrientes? Hoy deben mantenerse luchadores, sin arrugas, llenos de proyectos, de actividades, de viajes: no tienen derecho a abandonarse, a tener dolores, a quejarse… Están obligados a hacer como si fuese estupendo envejecer. ¿Para ser más felices? Seguro que no. ¡Para tranquilizar a la generación que viene detrás, ciertamente! Porque ese espejo que se va marchitando poco a poco ante nuestros ojos nos remite a nuestro propio envejecimiento, a lo que nos espera de aquí a unos años. Y eso no lo queremos ver, no queremos saber nada de este tema… Queremos verlos envejecer como nos gustaría hacerlo a nosotros mismos. En el cuerpo deteriorado por los años de nuestros padres creemos ver nuestro propio destino.
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