El libro de las religiones monoteístas. Patrick Riviere

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El libro de las religiones monoteístas - Patrick Riviere

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salió Elías de Gálgata con Eliseo, y dijo a Eliseo: «Quédate aquí, te ruego, pues Yahvé me manda ir a Bétel». Pero Eliseo respondió: «Tan cierto como que vive Yahvé y vives tú, que no te dejaré». Bajaron ambos a Bétel. Los hermanos profetas que había en Bétel salieron al encuentro de Eliseo y le dijeron: «¿Sabes tú que Yahvé alzará hoy a tu señor sobre tu cabeza?». Él respondió: «Sí, lo sé; callad». Elías le dijo: «Eliseo, quédate aquí, te lo ruego, pues Yahvé me manda ir a Jericó». Él respondió: «Tan cierto como que vive Yahvé y vives tú, que no te dejaré». Y llegaron a Jericó. Los hermanos profetas que residen en Jericó se acercaron a Eliseo y le dijeron: «¿Sabes tú que Yahvé alzará hoy a tu señor sobre tu cabeza?». Dijo: «Ya lo sé; ¡silencio!». Elías dijo: «Quédate aquí, te lo ruego, pues Yahvé me manda ir al Jordán», pero él respondió: «Tan cierto como que vive Yahvé y vives tú, que no te dejaré», y se fueron los dos.

      Cincuenta hermanos profetas acudieron y se detuvieron a distancia, de lejos, mientras que los dos se acercaban a la orilla del Jordán. Entonces, Elías tomó su manto, lo enrolló y tocó las aguas, que se partieron en dos, y ambos atravesaron sin mojarse. Cuando hubieron pasado, Elías dijo a Eliseo: «Dime, ¿qué puedo hacer por ti antes de ser alzado hoy y separado de ti?», y Eliseo respondió: «¡Que me llegue una doble parte de tu espíritu!», a lo que Elías dijo: «Me pides algo muy difícil: si me ves cuando sea elevadoy alejadodeti,ocurrirá;sino,noocurrirá».Heaquíquemientrascaminaban conversando, un carro de fuego con caballos de fuego se interpuso entre ambos, y Elías subió al cielo en un torbellino. Eliseo lo vio y gritó: «¡Padre mío! ¡Padre mío! ¡Carro de Israel y auriga suyo!». Luego ya no vio nada y, cogiéndose la túnica, la rompió en dos. Recogió el manto de Elías, que se le había caído, y volvió a la orilla del Jordán…».

(2 Reyes 2, 1-13)

      EL CRISTIANISMO

      Es en Palestina, en la provincia romana de Judea, y en el contexto religioso del judaísmo, donde nace el cristianismo, estableciendo con el nacimiento de su profeta, Jesús de Nazaret, el inicio histórico de la era cristiana sobre la que se calcará de manera casi general el calendario del mundo occidental. Y esto, aunque sigue habiendo una franja dudosa entre los años 7 y 4 a. de C. acerca del nacimiento efectivo de Jesús, hijo de José y de María, en Belén, según las Escrituras.

      La Iglesia cristiana nacerá, en realidad, hacia el año 30, después de la desaparición de Jesús, por impulso de los apóstoles (sus discípulos y testigos directos) y, sobre todo, luego, de Pablo (Saulo), después de la revelación y la iluminación que experimentó en el camino de Damasco. Tras proclamar la muerte, la Resurrección y la Ascensión de Jesús, Cristo (Christos, en griego: «Ungido por el Señor»), los apóstoles, en Pentecostés, recibirían el Espíritu Santo (o Paráclito), que les guiaría en la elaboración de lo que llegaría a ser el cristianismo, divulgando desde ese momento entre los judíos y los «gentiles» (los no judíos) la Buena Nueva del Evangelio.

      LOS TEXTOS CRISTIANOS,

      DEL ANTIGUO AL NUEVO TESTAMENTO

      La canonicidad de los textos cristianos necesitará casi cuatro siglos para constituirse. Tras excluir un determinado número de escritos como apócrifos, el canon del cristianismo descansaría en veintisiete textos llamados «del Nuevo Testamento», en oposición a la Tanakh judaica o Antiguo Testamento.

      En primer lugar, aparecen los tres Evangelios sinópticos – porque se parecen en el fondo y en la forma– de los apóstoles Marcos, Mateo y Lucas, a los que se suma elEvangeliodeJuan.EldeMarcosparecehabersidoredactadohaciaelaño70 d. de C.; los otros tres se extienden hasta finales del siglo I. El de Juan, que se expresa de manera diferente y está influenciado por las teorías platónicas y helenísticas,[5] es el último, y dará lugar más tarde a una determinada mística gnóstica cristiana.

      Luego vienen los Hechos de los Apóstoles, atribuidos al redactor del Evangelio según San Lucas, las catorce Cartas de San Pablo (los textos más antiguos del cristianismo, ya que datan de los años 50-60 d. de C.), la Epístola de Santiago, las dos Epístolas de Pedro, las tres Epístolas de Juan, la Epístola de Judas y, por último, el Apocalipsis de San Juan, cuyo nombre, apocalipsis, significa «revelación» (del «Juicio Final» y de la «Parusía»).

      Con el fin de constituir la Biblia cristiana, el canon se apoya también en el Antiguo Testamento – aunque Marción de Sínope se opone a ello muy pronto (en el siglo II)– y extrae de la tradición hebraica todo lo que de manera alegórica y profética anuncia la llegada del Mesías (Masiah, en hebreo: «Ungido por Dios»), que para los cristianos no puede ser más que el propio Jesucristo. El Antiguo Testamento canónico cristiano reúne cuarenta y seis libros bíblicos (históricos, poéticos, sapienciales y proféticos).

      LA MISIÓN DE JESÚS DE NAZARET

      A TRAVÉS DE LOS EVANGELIOS

      La infancia de Jesús

      Según los Evangelios, Jesús nació en un simple establo en Belén. Su padre, José, era un modesto carpintero – aunque, según los evangelistas Mateo y Lucas, su genealogía lo hace descender de Abraham y David– y su madre, María, concibió a su hijo conservando su pureza virginal, de ahí el dogma proclamado más tarde de la «Inmaculada Concepción» mariana:

      «Jesucristo fue concebido de la siguiente manera. Estando desposada su madre María con José, antes de que conviviesen, se halló que había concebido en su seno por obra del Espíritu Santo. Pero José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla públicamente, deliberó repudiarla en secreto. Estando él en este pensamiento he aquí que un ángel del Señor se le apareció en sueños, diciendo: “José, hijo de David, no temas recibir a María tu esposa, porque lo que se ha engendrado en ella es obra del Espíritu Santo; y dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús, pues él salvará a su pueblo de sus pecados”. Todo lo cual se hizo en cumplimiento de lo que había dicho el Señor por el profeta, que dice: Sabed que la virgen concebirá y parirá un hijo, a quien pondrán por nombre Emmanuel [Isaías 7, 14], que traducido significa “Dios con nosotros”. Con eso, José, al despertarse, hizo lo que el ángel del Señor le había ordenado, y recibió a su esposa. Y, sin haberla conocido, ella dio a luz a su hijo primogénito, y le puso el nombre de Jesús» (Mateo 1, 18-25).

      San Lucas (1, 27-31), por su parte, evoca la concepción virginal de María mediante la intervención de la Anunciación del ángel Gabriel, que le predijo, acerca de Jesús: «“Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo, al cual el Señor Dios dará el trono de su padre David, y reinará en la casa de Jacob eternamente. Su reino no tendrá fin”. Pero María dijo al ángel: “¿Cómo ha de ser esto? pues yo no conozco varón”. El ángel, en respuesta, le dijo: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por cuya causa el santo que de ti nacerá será llamado Hijo de Dios”» (Lucas 1, 32-35).

      De este modo quedó establecido de entrada el destino mesiánico de Jesús.

      La tradición cristiana exige que después de que los pastores acudieran a adorar al Niño Jesús en su cuna (Lucas 2, 1-20), tres Reyes Magos procedentes de Oriente y guiados por una estrella vinieran a rendir homenaje a quien consideraban el futuro rey de los judíos, caudillo y pastor de Israel (Mateo 2, 1-6). Sin embargo, frente a la amenaza de un nacimiento así, el rey Herodes decidió exterminar a todos los recién nacidos hasta la edad de dos años: fue la «matanza de los inocentes».

      Por fortuna, avisado previamente en sueños por el ángel del Señor, José había tomado la decisión de marchar inmediatamente a Egipto (fue el episodio bíblico de «la huida de la Sagrada Familia a Egipto») hasta la muerte

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<p>5</p>

Véase P. Rivière, El gran libro de las civilizaciones antiguas, Editorial De Vecchi, 2004.