El libro de las religiones monoteístas. Patrick Riviere

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El libro de las religiones monoteístas - Patrick Riviere

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(Lucas 2, 21) y le fue confirmado su nombre (Ieshuah, en hebreo: «salvador»).

      De igual modo, como niño recién nacido, fue presentado en el Templo de Jerusalén, donde el profeta Simeón vio en él la «luz que ilumine las naciones y la gloria de tu pueblo» (Lucas 2, 32). Al verlo, la profetisa Ana glorificó a Dios; asimismo, habló del Niño Jesús a todos los judíos que esperaban la liberación de Jerusalén (Lucas 2, 36-39).

      En su duodécimo año, la Sagrada Familia celebraba la Pascua en Jerusalén, como de costumbre. Jesús permaneció en el Templo mientras sus padres lo buscaban: «Y al cabo de tres días lo hallaron en el templo, sentado en medio de los doctores [de la Ley], a quienes ora escuchaba, ora les preguntaba. Y cuantos le oían quedaban pasmados de su sabiduría y de sus respuestas» (Lucas 2, 41-47).

      El profeta Juan Bautista y el bautizo de Jesús

      Si bien los cuatro evangelistas – Mateo, Marcos, Lucas y Juan– evocan a Juan Bautista, hijo de Zacarías e Isabel, es San Lucas quien especifica que era primo de Jesús. Tocos coinciden en describirlo en la edad adulta («el año quince del principado de Tiberio César, cuando Poncio Pilato era gobernador de Judea») como un asceta que lleva una vida de eremita, «la voz del que clama en el desierto» (Juan 1, 23), recorriendo el valle del Jordán y «predicando un bautismo de penitencia para la remisión de los pecados; como está escrito en el libro de las palabras del profeta Isaías: Preparad el camino del Señor…» (Lucas 3, 3).

      En sus Antigüedades judías (18, V, 2, §§ 116-119), el historiador Flavio Josefo lo describe como un hombre honesto que exhortaba a los judíos a practicar la virtud, la justicia y la piedad. Además, profetizaba la llegada inminente del Reino de Dios y declaraba: «Yo en verdad os bautizo con agua, pero está por venir otro más poderoso que yo, al cual no soy yo digno de desatar la correa de sus zapatos; él os bautizará con el Espíritu Santo y con el Fuego» (Lucas 3, 16).

      Entre la multitud que acudía de toda Palestina para recibir el bautizo de Juan Bautista en las aguas del Jordán estaba un día Jesús de Nazaret. «“Yo debo ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?”. A lo cual respondió Jesús, diciendo: “Déjame hacer ahora, que así es como conviene que nosotros cumplamos toda justicia”. Entonces Juan accedió. Bautizado pues Jesús, al instante que salió del agua se le abrieron los cielos y vio bajar al Espíritu de Dios en forma de paloma, y posarse sobre él. Y oyóse una voz del cielo que decía: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo puesta mi complacencia”» (Mateo 3, 14-17).

      San Juan, por su parte, pone las siguientes palabras en boca del profeta Juan Bautista: «Yo lo he visto, y por eso doy testimonio de que él es el Hijo de Dios» (Juan 1, 34).

      Estos dos últimos versículos revelan la dignidad mesiánica que se atribuye a Jesús. Sin embargo, Juan Bautista lo había recibido ya como el Mesías de Israel, llegado para bautizar en el Espíritu Santo y el Fuego, como había profetizado antes (Lucas 3, 16).

      «Después de esto se fue Jesús con sus discípulos a Judea, y allí moraba con ellos y bautizaba. Juan, asimismo, proseguía bautizando en Ennón, junto a Salim, porque allí había mucha abundancia de aguas, y concurrían las gentes, y eran bautizadas» (Juan 3, 22-23).

      A partir de ese momento, Juan Bautista conocería un final muy triste, ya que acabó siendo apresado por las autoridades, y luego decapitado según el deseo de Salomé, hija de Herodías, a quien el tetrarca Herodes Agripa entregó la cabeza del profeta a cambio de sus voluptuosos encantos.

      Sin embargo, Jesús «fue conducido al desierto por el Espíritu, para ser tentado por el Diablo (Satanás)» según especifica el Evangelio (Mateo 4, 1; Marcos 1, 12; Lucas 4, 1). Permaneció allí cuarenta días, resistiendo todas las seducciones y tentaciones de orgullo que le presentaba el demonio: primero le pidió que realizara milagros («Ordena que estas piedras se conviertan en panes»); luego que se lanzara al vacío, desde el tejado del Templo de Jerusalén («Si eres Hijo de Dios, lánzate»); y, por último, le ofreció el poder absoluto sobre todas las cosas («Todos los reinos del mundo con su gloria») con la condición expresa de que se postrara ante él.

      Ministerio de Jesús y predicación de la Buena Nueva

      Al enterarse del arresto de Juan Bautista, Jesús regresó a Galilea y, dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaum, a orillas del mar. San Marcos escribe: «Él proclamaba en estos términos la Buena Nueva de Dios: “Se ha cumplido ya el tiempo, y el reino de Dios está cerca; haced penitencia y creed en la Buena Nueva”» (Marcos 1, 15). La esperanza del Evangelio (euaggelion, en griego) que proclamaba la llegada inminente del «Reino de Dios» respondía a la escatológica de los profetas de la tradición bíblica del Antiguo Testamento.

      Jesús recluta a sus primeros discípulos entre los pescadores: Simón, su hermano Andrés, Santiago y su hermano Juan.

      Inicia su predicación en la sinagoga de Cafarnaum y realiza un exorcismo, curando a un hombre que estaba poseído por un espíritu impuro (Mateo 1, 23-28). Seguirán otras curaciones milagrosas, de las que el Nuevo Testamento será testimonio con frecuencia: la suegra de Pedro (Mateo 8, 14; Marcos 1, 29-31; Lucas 4, 38); el hijo de un funcionario real en Caná (Juan 4, 43-54); un leproso (Mateo 8, 2-4; Marcos 1, 40-45; Lucas 5, 12-16); el paralítico de Cafarnaum (Mateo 9, 1-8; Marcos 2, 1-12; Lucas 5, 17-26); el hombre de la mano consumida (el día del sabbat) (Mateo 12, 9-13; Marcos 3, 1-5; Lucas 6, 6-10); la hemorroísa (Mateo 9, 20-22; Marcos 5, 24-34; Lucas 8, 43-48); dos ciegos (Mateo 9, 27-31); el paralítico de la piscina (el día del sabbat) (Juan 5, 1-18); un sordo tartamudo (Marcos 7, 31-37); el ciego de Betsaida (Marcos 8, 22-26); el ciego de nacimiento (el día del sabbat) (Juan 9, 1-40); un hidrópico (el día del sabbat) (Lucas 14, 1-6); diez leprosos (Lucas 17, 11-19); un ciego en Jericó (Mateo 20, 29-34; Marcos 10, 46-52; Lucas 18, 35-43); la oreja del criado del príncipe de los sacerdotes (Lucas 22, 50), a los que se suman las curaciones múltiples: en Galilea, enfermos y poseídos (Mateo 4, 23 s.; 8, 16 s.; 12, 15; Marcos 1, 32-34. 39; 3, 10; Lucas 4, 40 s.; 6, 18 s.); las buenas acciones del Mesías (Mateo 11, 2-6; Lucas 7, 18-23); todo tipo de enfermos (Mateo 14, 14; 15, 30 s.; 19, 2; Lucas 14, 35 s.; Marcos 6, 55 s.); a la entrada del Templo de Jerusalén (Mateo 21, 14), así como la liberación de los poseídos: un ciego y mudo (Mateo 12, 22; Lucas 11, 14); el endemoniado de Gerasa (Mateo 8, 28-34; Marcos 5, 1-20; Lucas 8, 36-39); un mudo (Mateo 9, 32-34); la hija de la cananea (Mateo 15, 21-28; Marcos 7, 24-30); un epiléptico (Mateo 17, 14-21; Marcos 9, 14-29; Lucas 9, 37-43); la mujer encorvada (el día del sabbat) (Lucas 13, 10-17).

      Es con el Espíritu de Dios como expulsa los demonios (Mateo 12, 23-28; Marcos 3, 22-26; Lucas 11, 15-20). Por otra parte, Jesús, «habiendo convocado a sus doce discípulos, les dio potestad para expulsar los espíritus inmundos y curar todo tipo de dolencias y enfermedades. Los nombres de los doce apóstoles [literalmente, «enviados»] son estos. El primero, Simón, por sobrenombre Pedro, y Andrés, su hermano; Santiago, hijo de Zebedeo, y Juan, su hermano; Felipe y Bartolomé, Tomás y Mateo el publicano, Santiago, hijo de Alfeo, y Tadeo. Simón, el cananeo, y Judas Iscariote, el mismo que lo vendió» (Mateo 10, 1-4). Para la lista de apóstoles, consúltese también Marcos 3, 16-19 y Lucas 6, 13-16.

      Jesús, después de abandonar Cafarnaum, recorrió Galilea en busca de todo tipo de judíos, «predicando en sus sinagogas y expulsando a los demonios» (Marcos 1, 39). El Maestro (Rabí) enseñaba también al aire libre; se refería a los profetas y a la historia bíblica en general, bajo la forma alegórica de numerosas parábolas: «Acercándose después sus discípulos, le preguntaban: “¿Por qué les hablas con parábolas?”. A lo cual respondió: “Porque a vosotros se os ha dado conocer los misterios del Reino de los Cielos, mas a ellos no se les ha dado. (…) Por eso les hablo con parábolas: porque ellos, viendo, no miran, y oyendo, no escuchan, ni entienden. De manera que viene a cumplirse en ellos la profecía de Isaías, que dice:

      Oiréis con vuestros

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