El libro de las religiones monoteístas. Patrick Riviere
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Jesucristo había regresado a Judea después de recorrer Galilea y Samaria, y los fariseos y los saduceos desconfiaban de él a causa de su notoriedad, adquirida por los numerosos milagros que se le atribuían. Los primeros le reprochaban, además, las libertades que parecía tomarse para con la Torá; los segundos temían problemas, o un levantamiento de la población que aclamaba a su Mesías, que había llegado para liberarla de la opresión romana, a la manera de los zelotes revolucionarios.
Antes de su entrada en Jerusalén, San Juan evoca el pasaje de Jesús en Betania y la «resurrección de Lázaro» (Juan 11, 1-44), que llevó a cabo milagrosamente, al igual que había realizado anteriormente la de la hija de Jairo (Mateo 9, 18. 23-26) y la del hijo de la viuda de Naím (Lucas 7, 11-17). Estas resurrecciones prefiguran la suya misma, que Jesucristo había anunciado ya en varias ocasiones (Mateo 16, 21; 17, 9. 22).
Jesús decidió penetrar en la ciudad santa, en conformidad con las profecías de Isaías (62, 11) y Zacarías (9, 9), subrayando la humildad pacífica que posee el soberano Mesías: «Decid a la hija de Sión: aquí viene tu Rey a ti, modesto, montado en una burra, y un borriquillo, cría de una bestia de carga». La gente, reunida en multitudes, se postraba y extendía sus mantos sobre el camino, y blandía ramas en signo de aclamación. Así fue como aquel en quien las autoridades religiosas no veían más que un eventual promotor de disturbios acababa de hacer entrada en Jerusalén.
Además, Jesús expulsó a los vendedores y cambiadores de moneda del Templo, a los que calificó de comerciantes y ladrones sacrílegos: «Escrito está: “Mi casa será llamada casa de oración, pero vosotros la habéis convertido en cueva de ladrones”. Llegáronse a Él ciegos y cojos en el templo y los sanó. Viendo los príncipes de los sacerdotes y los escribas las maravillas que hacía y a los niños que gritaban en el templo y decían “¡Hosanna al Hijo de David!”, se indignaron y le dijeron: “¿Oyes lo que estos dicen?”» (Mateo 21, 13-16).
A ello Jesucristo añadió también críticas referentes a la hipocresía y la vanidad de los escribas y los fariseos: «En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos. Haced, pues, y guardad lo que os digan, pero no los imitéis en las obras, porque ellos dicen y no hacen» (Mateo 23, 2-3). «No os hagáis llamar doctores, porque uno solo es vuestro Doctor, el Mesías. El más grande de vosotros sea vuestro servidor» (Mateo 33, 10-11).
Siguieron luego siete maldiciones contra los escribas y los fariseos: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas, que cerráis a los hombres el Reino de los Cielos! Ni entráis vosotros ni permitís entrar a los que querrían entrar» (Mateo 23, 13-14; Lucas 11, 39-48. 52).
Mientras los judíos, bajo dominio romano, se preparaban para celebrar la Pascua, el sumo sacerdote Caifás urdió un complot con la intención de hacer que se detuviera a Jesús de Nazaret como un falso profeta impostor que se proclamaba Mesías «rey de los judíos», porque lo creían en el fondo un agitador que ponía en duda la autoridad romana del emperador Tiberio, delegada en el procurador Pilato para Judea, como un activista político cercano a los zelotes. La expresión utilizada por Jesús de «restauración del Reino» estaba entendida políticamente aquí como referente al reino de Israel.
Jesús evocaba el «Juicio Final» con los siguientes términos: «Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria y todos los ángeles con Él, se sentará sobre su trono de gloria, y se reunirán en su presencia todas las gentes, y separará a unos de otros, como el pastor separa a las ovejas de los cabritos, y pondrá las ovejas a su derecha y los cabritos a su izquierda. Entonces dirá el Rey a los que están a su derecha: “Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo”» (Mateo 25, 31-34).
Este tema escatológico será retomado en el Apocalipsis de San Juan. Luego, notando su fin próximo y adivinando que Judas, uno de los doce, iba a traicionarlo, se apresuró a celebrar la Pascua la noche antes con sus apóstoles, con el fin de sustituir místicamente su cuerpo y su sangre por el tradicional pan ácimo y el cordero pascual. Después de lavar él mismo los pies a los apóstoles como símbolo de humildad, procedió a la celebración eucarística de la Cena, durante la cual «tomó pan, lo bendijo, lo partió y, dándoselo a los discípulos, dijo: “Tomad y comed; este es mi cuerpo”. Y, tomando un cáliz y dando gracias, se lo dio, diciendo: “Bebed de él todos, que esta es mi sangre de la alianza, que será derramada por muchos para remisión de los pecados. Yo os digo que no beberé más de este fruto de la vid hasta el día en que lo beba con vosotros de nuevo en el Reino de mi Padre”» (Mateo 26, 26-29; Marcos 14, 22-25).
San Lucas,porsuparte,insisteenlainstituciónsacramentaleucarísticadela «Nueva Alianza» con Dios y su conmemoración futura planteada por el «haced esto en memoria mía» (Lucas 22, 19-20).
Después de haber rezado y meditado en compañía de los apóstoles dormidos, en el jardín de Getsemaní, en el monte de los Olivos: «Triste está mi alma hasta la muerte; quedaos aquí y velad conmigo» (Mateo 26, 38), Jesús fue arrestado por las autoridades tras la traición de Judas. Fue conducido ante el sanedrín judío, donde el sumo sacerdote Caifás lo interrogó así: «“Te conjuro por Dios vivo a que me digas si eres tú el Mesías, el Hijo de Dios”. Díjole Jesús: “Tú lo has dicho. Y yo os digo que un día veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y venir sobre las nubes del cielo”» (Mateo 26, 63-64). A esto Caifás replicó que era un blasfemador y Jesús fue llevado ante el gobernador de Judea, Poncio Pilato. Este lo interrogó sobre el punto principal: «“¿Eres tú el rey de los judíos?”. Respondió Jesús: “¿Por tu cuenta dices eso o te lo han dicho otros de mí?”. Pilato contestó: “¿Soy yo judío, por ventura? Tu nación y los pontífices te han entregado a mí; ¿qué has hecho?”. Jesús respondió: “Mi reino no es de este mundo; si de este mundo fuera mi reino, mis ministros habrían luchado para que no fuese entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí”» (Juan 18, 33-36).
Y a pesar de estas declaraciones altamente místicas que no implicaban ningún carácter político ni reivindicaban ninguna subversión de tipo zelote, Jesús fue condenado a muerte por Pilato, por sedición, bajo la presión de los judíos, según los Evangelios.
Su «pasión» se inició en la aurora: pasó por el sufrimiento de la flagelación y de la corona de espinas, así como por humillaciones por parte de sus verdugos; Jesús llevó la cruz hasta el calvario y acabó sucumbiendo atrozmente a un suplicio después de su crucifixión, en el Gólgota.
LA RESURRECCIÓN DE CRISTO.
DE LA ESPERA DEL «REINO DE DIOS»
AL ESTABLECIMIENTO DE LA IGLESIA PRIMITIVA
Al día siguiente de la crucifixión, «reunidos los príncipes de los sacerdotes y los fariseos ante Pilato, le dijeron: “Señor, recordamos que ese impostor, vivo aún, dijo: ‘Después de tres días resucitaré’. Manda, pues, guardar el sepulcro hasta el día tercero, no sea que vengan sus discípulos, lo roben y digan al pueblo: ‘Ha resucitado de entre los muertos’. Y será la última impostura peor que la primera”» (Mateo 26, 62-64).
Pilato accedió a su petición