El libro de las religiones monoteístas. Patrick Riviere

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El libro de las religiones monoteístas - Patrick Riviere

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en vez de piedra, hierro.

      Te daré por magistrado la Paz,

      y por soberano, la Justicia.

      No se hablará más de violencia en tu tierra,

      ni de saqueos ni de ruinas en tu territorio.

      Tus muros serán llamados salud,

      y tus puertas, alabanza.

      No tendrás más el sol por luz, de día,

      ni te iluminará ya la claridad de la luz,

      sino que Yahvé será tu luz eterna,

      y tu Dios será tu esplendor.

      Tu sol no se pondrá nunca más,

      ni menguará tu luna,

      porque Yahvé será tu eterna luz,

      y los días de luto acabarán.

      Tu pueblo será un pueblo de justos,

      que poseerán la tierra para siempre,

      renuevos de las plantaciones de Yahvé.

      Serás la obra de mis manos, hecha para ser bella.

      El más pequeño en ti será un millar,

      y el más insignificante, una poderosa nación.

      Yo, Yahvé, he hablado;

      a su tiempo actuaré.

(Isaías 60, 1-22)

      Libro de Ezequiel

      • Visión del «carro de Yahvé» (merkabah)

      Y entonces fue cuando la mano de Yahvé cayó sobre mí. Yo miraba: hubo un viento de tormenta, procedente del norte, con una gran nube rodeada de un esplendor, un fuego del que brotaban resplandores, y en medio de todo esto brillaba algo de color bermejo.

      En el centro pude ver algo así como cuatro animales, cuyo aspecto era el siguiente: tenían forma humana, pero presentaban cada uno cuatro rostros y cuatro alas. Sus piernas eran rectas y sus pies parecían pezuñas de buey, y brillaban como el bronce pulido.

      Bajo las alas surgían unas manos humanas; sus caras, las de los cuatro, estaban giradas hacia las cuatro direcciones.

      Sus alas estaban una unida a la otra; no se volvían al caminar; iban de cara hacia adelante.

      En cuanto al aspecto de sus caras era el siguiente: una era de hombre, y los cuatro tenían una cara de león a la derecha; y los cuatro tenían una cara de toro a la izquierda, y todos tenían una última cara de águila. Sus alas estaban desplegadas hacia arriba; cada uno de ellos tenía dos alas que se tocaban y dos alas que les cubrían el cuerpo; e iban todos hacia adelante; iban allí donde los llevaba el espíritu; no se giraban al caminar.

      En medio de los animales aparecían como unas brasas, semejantes a antorchas, que iban y venían entre las bestias; y el fuego les lanzaba su resplandor, y del fuego salían chispas. Y los animales iban y venían, como un rayo.

      Yo, mirándolos, descubría junto a cada uno de ellos una rueda. Esas ruedas parecían poseer el brillo de la crisolita. Las cuatro tenían el mismo aspecto y parecían haber sido constituidas una dentro de la otra. Avanzaban en cuatro direcciones y no se giraban al caminar. Su circunferencia parecía de gran tamaño, mientras que yo las miraba, y su circunferencia, la de las cuatro, estaba llena de ojos, a todo alrededor. Y cuando los animales avanzaban, las ruedas avanzaban cerca de ellos, y cuando los animales se erguían del suelo, las ruedas se elevaban con ellos. Allí donde iba el espíritu, las ruedas iban también, y se levantaban también, porque el espíritu del animal estaba en las ruedas. Cuando ellos avanzaban, ellas también lo hacían, y cuando se detenían, ellas también, y cuando se elevaban del suelo, las ruedas se elevaban también, porque el espíritu del animal estaba en ellas. Y lo que estaba en las cabezas del animal parecía una bóveda brillante como el cristal, tendida por encima de sus cabezas, y bajo la bóveda había dos alas, extendidas una hacia la otra; cada animal tenía dos, que le cubrían el cuerpo.

      Y entonces oí el ruido de las alas como un ruido de río caudaloso, como la voz de Shaddaï, cuando caminaban, como estruendo de tormenta, como ruido de campamento; cuando se detenían, plegaban sus alas, y se producía un ruido.

      La voz me dijo: «Hijo del hombre, ponte en pie, voy a hablarte». El espíritu entró en mí como me había dicho y me hizo tener en pie, y escuché a alguien que me hablaba. Me dijo: «Hijo del hombre, te envío hacia los hijos de Israel, hacia el pueblo rebelde que se ha levantado contra mí; ellos y sus padres se han levantado contra mí hasta hoy. Los hijos son de cabeza dura y corazón insensible; a ellos te envío para que les digas: “Así habla el Señor, Yahvé”. Acaso te escuchen, o tal vez no, porque son gente rebelde, pero sabrán que hay un profeta entre ellos. Tú, hijo del hombre, no les temas, no tengas miedo de lo que dicen: “Te envolverán las zarzas y estarás sentado entre escorpiones”. No temas sus palabras, no temas sus miradas, porque son gente rebelde. Les transmitirás mis palabras; acaso las escuchen, o tal vez no, porque son gente rebelde. Y tú, hijo del hombre, escucha lo que voy a decirte, no seas rebelde como esa gente. Abre la boca y come lo que te voy a dar».

      Yo miraba; había una mano tendida hacia mí, sosteniendo un rollo. A continuación, lo desenrolló ante mí: estaba escrito por delante y por detrás; decía: «Lamentaciones, gemidos y quejas». Me dijo: «Hijo de hombre, aliméntate y sáciate con este rollo que te ofrezco». Me lo comí, y lo noté en mi boca con un sabor dulce como la miel.

      Entonces me dijo: «Hijo del hombre, dirígete a la casa de Israel y llévales mis palabras. No eres enviado ante pueblos numerosos, de oscura habla y lengua bárbara, sino a la casa de Israel. No es de pueblos numerosos, de oscura habla y lengua bárbara, de quienes no escucharás palabras – si te enviara a ellos, te escucharían–, sino de la casa de Israel, que no quiere escucharte porque no quiere escucharme. Toda la casa de Israel presenta una frente dura y un corazón insensible. Pero yo te doy un rostro tan duro como el de ellos, tan duro como el diamante y el pedernal. No les temas, no muestres miedo ante ellos, porque no son más que gente rebelde».

      Luego me dijo: «Hijo del hombre, guarda todas las palabras que voy a decirte en tu corazón, escúchalas con atención y vete hacia los exiliados, hacia tus compatriotas, para hablarles. Les dirás: “Así habla el Señor, Yahvé”, acaso te escuchen, o tal vez no».

      Entonces me arrebató el espíritu, y oí tras de mí un estruendo de fuerte tumulto: «Bendita sea la gloria de Yahvé, en su morada». Era el ruido que hacían las alas de los animales cuando se daban una contra otra, y el ruido de las ruedas cerca de ellos, así como el ruido de un gran tumulto. Y el espíritu me arrebató y me elevó, y yo me fui, medio amargado y medio malhumorado mi corazón, y la mano de Yahvé pesaba fuertemente sobre mí. Llegué a los deportados de Tel-Abib, que habitaban la ribera del río Kebar, y estuve allí con ellos siete días, como atónito.

(Ezequiel 1, 4-28. 2. 3, 1-15)

      Por encima de la bóveda que estaba sobre sus cabezas, había algo así como una piedra de zafiro, en forma de trono, y sobre esa forma de trono, por encima, muy arriba, había un ser con apariencia humana. Entonces vi que había un brillo bermejo, y cerca había algo así como un fuego, alrededor, que surgía de lo que parecía ser su cintura, y por encima; y desde lo que parecía ser su cintura, y por abajo, vi algo así como un fuego, y un resplandor alrededor, parecido al arco que aparece entre las nubes, los días de lluvia, así era el resplandor, alrededor. Era algo que parecía la gloria de Yahvé. Yo miré y puse mi rostro hacia el suelo, cuando escuché una voz que hablaba.

      Libro

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