Lo Que Nos Falta Por Hacer. Emmanuel Bodin

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Lo Que Nos Falta Por Hacer - Emmanuel  Bodin

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las lágrimas. De todos modos, tenía maquillaje por toda la cara, allá por donde se habían deslizado mis lágrimas. Debía tener una pinta espantosa. Al abrir me di cuenta de que en frente de mí había una joven que resultó ser mi vecina. Jamás habíamos coincidido. A su lado se encontraba el conserje del edificio, un hombre de unos cuarenta años. La joven le había informado de que había escuchado golpes y destrozos en la habitación contigua. Le entró en pánico. Me sentía avergonzada. Pensándolo mejor, París no es tan individualista como su reputación le precede. En los peores momentos es cuando las personas se vuelven cercanas. Les dije que todo estaba bien. El conserje únicamente evaluó los daños. Me daba cuenta de mi conducta confusa. Observé a mi alrededor y vi mi teléfono de quinientos euros hecho pedazos, claramente inutilizable. No sé cómo sucedió, pero uno de mis zapatos también tenía el tacón arrancado. Los trozos de vidrio cubrían el suelo en todas direcciones. Había tantos gastos a la vista para comprar lo que acababa de romper y destruir en cuestión de segundos… Las decepciones amorosas se manifiestan como lo más tempestuoso de la vida. Arruinan tu alegría desde el interior. ¿Cómo había llegado hasta ese punto? Mis esperanzas y expectativas debían ser fuera de serie. Su brutal devastación había brotado de golpe en la habitación.

      La mujer me ofreció su ayuda para limpiar los destrozos. Respecto al conserje, aparentemente más curioso o más zoquete, me preguntó qué había provocado tal desastre. Le expliqué que era mi cumpleaños y que un hombre al que apreciaba se había negado a pasar la noche conmigo, tras lo cual perdí el control sobre mí misma. El conserje me observó de la cabeza a los pies con una sonrisa picante, la misma que a menudo veo en los pervertidos interesados. Seguidamente decretó que ese tipo en el que pensaba era un cretino. No contesté, me sentía demasiado mal para ello. La desgraciada era yo y solo yo. Creí que podría reconquistar a un hombre que ya no me amaba ya que ya me había entregado su amor. Me había comportado de un modo estúpido. El conserje me preguntó si necesitaba algo más, a lo que le respondí: «Sí, una fregona».

      Se ausentó y reapareció cinco minutos después con todo lo necesario para limpiar. Le di las gracias. Regresó a su apartamento, ya que su misión de seguridad había terminado. No hacía falta pedirle nada más. La limpieza me correspondía solo a mí. La joven decidió quedarse para echarme una mano. Hablamos y nos conocimos. Tenía veinte años y venía de Moldavia. Se trataba de su primer viaje a Francia. Había conocido a un francés hacía unas cuantas semanas. Sus ganas de vivir y su resplandeciente alegría combatieron mi tristeza. Me recordaba a mi inocencia cuando llegué a Francia por primera vez. Me apegué a esta muchacha que más tarde se convertiría en una buena amiga.

      Los días pasaban, las semanas se encadenaban y los meses se sucedían. Franck no daba señales. Intenté llamarle en numerosas ocasiones, aunque en vano. El tono del teléfono jamás se interrumpía. Le envié varios correos en los que le pedía perdón por mi comportamiento ingrato. Deseaba restablecer el contacto y que él dejara de huir de mí.

      En el trabajo, mi jefe se dio cuenta de que no estaba tan contenta como antes, como si la alegría de vivir se hubiese esfumado. Le mentía, objetaba, le decía que todo me iba bien en la vida. Me preguntaba cada mañana, inquieto, y hacía que otra persona controlara mis traducciones. Estas eran impecables, por lo que no podía hacerme ningún reproche. Cuando pasaba por mi lado, me miraba detenidamente, con perplejidad. Al no soportar más esos interrogatorios, le confesé el origen de mi sufrimiento. Su reacción me sorprendió: se echó a reír y después me invitó a un café. Se mostró empático y me apoyó moralmente. Se sintió aliviado al conocer por fin la verdad. Me enteré de que había hablado con todos mis compañeros para descubrir la causa de mi tristeza. Le preocupaba que algo terrible pesara sobre mis hombros. Me dio dos o tres consejos que había sacado de su propia experiencia. Quería verme plenamente feliz de nuevo. Echaba de menos mi alegría de vivir, él y el resto del equipo, como me confesó. Estaba encantada de constatar que en el seno de esta empresa me apreciaban. Ya no estaba preocupado. Sabía que el tiempo curaba todas las penas del corazón, incluso las más dolorosas: aquellas que te dejan en carne viva de por vida. A veces, basta con conocer a otra persona para que todo vuelva a su sitio.

      Había un grupo de tres hombres que se interesaban por mí más que el resto, a tal punto que llegué a preguntarme si no habrían hecho una apuesta para ver quién de ellos se acostaría antes conmigo. Cuando descubrieron qué me atormentaba, me invitaron a tomar una copa y a salir a bailar alguna noche, para despejar la mente, me dijeron. Les prometí que pensaría en ello, aunque mi experiencia del pasado impedía todo tipo de tentación de ese tipo. Amor en el trabajo, nunca más. En cuanto a las mujeres, algunas de ellas, curiosas, me hicieron preguntas sobre ese hombre misterioso que atormentaba mi corazón. Me abrí poco a poco, durante nuestras salidas de chicas que me subían la moral. El hecho de hablar de mis vivencias, de mis expectativas, así como de mis decepciones, y encontrar una respuesta compasiva, me proporcionaba una gran satisfacción. Todos necesitamos un oído que nos escuche y nos entienda durante los momentos de tristeza. Es en los momentos difíciles cuando nos damos cuenta de quiénes son nuestros verdaderos amigos.

      4.

      El invierno llegó sin cita previa a París. En apenas dos horas, la ciudad se cubrió de velo blanco espeso de varios centímetros. A través de la ventana observaba los grandes copos de nieve que se esparcían por la calle. Un ambiente sofisticado se dibujaba armoniosamente. Una delicada candidez recubría cada ápice de todas las cosas, como para librarlas de la suciedad acumulada a lo largo del año. Seguidamente, llega el momento del renacimiento de los objetos que la nieve ha teñido de blanco. Frescos y limpios, depurados y revitalizados, parecen vestir una nueva piel, preparados para enfrentarse al año que se inicia. La nieve posee este toque mágico de purificación.

      Por primera vez, iba a pasar la Navidades en solitario. En Rusia, esta fiesta se celebra de manera distinta a en Francia. Debido al comunismo de antaño, se trata de una solemnidad que había prácticamente desaparecido. Debido al fuerte impulso ortodoxo, la gente la comparte cada vez más a día de hoy. Allí, Navidad tiene lugar el 7 de enero, y normalmente la celebramos entre amigos. No se trata de una fiesta primordial. Es en Año Nuevo cuando nos reunimos con nuestra familia (padres, hermanos y hermanas) mientras que en Francia se pasa sobre todo con los amigos. Las dos fechas están intercambiadas en cierto modo. En Rusia, normalmente no nos hacemos regalos. Estos son especialmente simbólicos y se ofrecen durante el paso al año que se avecina. No tenemos ese hábito comercial. ¿Por qué esperar precisamente a ese día para hacer feliz? Un gesto de corazón se puede realizar en cualquier momento del año; se siente una sincera satisfacción al entregar un paquete y contemplar el asombro de la persona que lo recibe. Cuando una fecha se impone como un llamamiento a los obsequios, ¿no se convierte este acto en insignificante? En cierta medida, carece de cualquier sentido.

      En Occidente, Navidad se parece más a una operación de marketing, a un proceso de consumo para hacer funcionar al sistema. Los occidentales únicamente piensan en el regalo que recibirán. Tal deseo puede parecer habitual en un niño, pero un adulto debería preguntarse por la naturaleza de este gesto. ¿De verdad necesitamos esa formalidad? En ocasiones, es una competitividad demente para ver quien ofrecerá los presentes más llamativos, costosos y formidables. ¿Nos es preferible considerar este día como una ocasión para reunirse en familia? Todos deberíamos cogernos un par de días de vacaciones durante esta época para pasarlos cerca de nuestros seres queridos. Aquellas familias con una relación más distante, ¿por qué no aprovechan la ocasión para intentar reconciliarse? ¿No se dice que con el tiempo las personas cambian y se arrepienten de su comportamiento? El orgullo ata manos que podrían desenredar problemas. Navidad debería verse como una fiesta de amor, de reunión, de solidaridad y de felicidad… ¡entre todos!

      Encendí la tableta y miré las fotos que tenía guardadas. Me recordaban hasta qué punto estaba unida a mis amigos cuando salíamos en Irkutsk. Me detuve en una imagen que me hizo sonreír. Salía en compañía de mis dos mejores amigas, a las que consideraba mis hermanas. Las echaba muchísimo de menos,

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