En Equilibrio. Eva Forte
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A la mañana siguiente Sara se había puesto el despertador antes que lo demás y dejó listo el desayuno, puso el café al fuego y difundió el aroma por toda la casa mientras marido e hijos se deleitaban en la calidez de sus sábanas. Tommaso fue el primero en llegar, despeinado y con los ojos entrecerrados. Soltó un «buenos días», se sentó a la isla de la cocina con las piernas colgando y los pies descalzos y le sonrió a su madre, que intentaba terminar de prepararlo todo. Al rato llegaron los otros dos. Luca aún seguía con la expresión de beatitud de la noche anterior. Marta, por su parte, tenía cara de pocos amigos y se sentó a la mesa sin ni siquiera saludar. Sara, que hasta entonces había disfrutado de la serenidad del despertar, quedó taciturna cuando se dio cuenta del malestar de su hija, pero decidió dejarlo para evitar discutir con ella cuando faltaba tan poco para que se fuera. Llamaría a su hermana y le pediría que se pasara por la tarde y
hablara con su sobrina. Mientras vertía la leche caliente en las tazas de sus hijos le vinieron unas ganas locas de estar en los Alpes y escapar de una serenidad a veces sólo aparente de quién lleva descontento muchos años y se ha tragado demasiadas amarguras. Los últimos meses habían sido muy difíciles con Marta. Sin quererlo, las dos mujeres de la casa habían entrado en una competición fisiológica entre madre e hija que estaba haciendo insostenible en muchas ocasiones su proximidad. La ausencia de Sara por un lado había alegrado a su hija, que se sentía más libre de hacer lo que quería, pero por otro había creado un muro aún más macizo entre las dos, como si Marta se sintiera traicionada y abandonada por una mujer que, en cambio, siempre había estado a su disposición.
Tommaso encendió el televisor en busca de un telenoticias con información de última hora. En directo se estaba emitiendo un especial relativo a la desaparición de una chica en el norte de Italia, a una hora en coche del lugar de trabajo de Sara. Últimamente no se hablaba de otra cosa, y el pequeño de casa se pasaba el día buscando información y novedades sobre el caso, atemorizado por lo que pudiera pasar en las inmediaciones del nuevo trabajo de su madre, que advertía lejano y peligroso.
1 — ¡Al diablo con esta historia! —gritó Marta, que cogió el mando a distancia y apagó el televisor, enfadada, y se fue de la cocina con paso decidido, llevándose consigo la taza del desayuno.
Parece absurdo cómo los sentimientos y los estados de ánimo pueden cambiar con tanta rapidez. Se necesita muy poco para derrumbar incluso a quien hace poco gozaba de la propia satisfacción emotiva. A veces basta una palabra, algo que pase lejos de donde estemos, un gesto realizado o ausente y todo cambia. Sara, aquél lunes por la mañana se sentía así, pasando de la alegría a la angustia en un instante, sin posibilidad de invertir la situación. Así pues, subirse a aquél tren fue para ella la única posibilidad de tener un respiro, y solo entonces se armó de valor para mirar el teléfono y ver si le había llegado algún otro mensaje de Paolo.
CAPÍTULO 6
FOTOGRAFIANDO LA VIDA
Cuando abrió la aplicación de los mensajes quedó decepcionada. No había ningún sms de él. Justo cuando iba a apagar la pantalla oyó un tono que anunciaba un mensaje entrante. Como si sintiera que Sara tenía el teléfono en la mano el nombre de Paolo apareció entre los mensajes recibidos. Una vez más se alternaron sentimientos opuestos con tanta rapidez que dejó de alarmarse. Dos máscaras, la de la felicidad y la del dolor, que se cambiaban por turnos y dejaban espacio la una a la otra sin avisar.
«Pasaré a buscarte a la estación, ya he consultado los horarios. Me acompañará una persona que tienes que conocer. Hasta luego». Por una parte, las atenciones que le profesaba la hacían abandonar la máscara negativa, pero por otra sentía que por dentro aquellas pocas palabras no la satisfacían. Aun así, despertó en ella cierta curiosidad la figura misteriosa que se uniría a ellos. Después de borrar cinco respuestas diferentes, se decantó por un: «Gracias, me alegro de volver a verte. Siento curiosidad». La respuesta de Paolo llegó casi al momento: «No dudaba de que sentirías curiosidad. Nos vemos en nada, ¡tienes muchas cosas que contarme!». Aquello hizo que se le escapara una sonrisa, ablandada por aquella pequeña intimidad al preguntarle por los detalles del fin de semana. Sara se tranquilizó, dejó el teléfono e intentó descansar para llegar con el mejor aspecto posible a su destino. Se había levantado una hora antes de lo necesario por la mañana para escoger la ropa, y ahora, después de los mensajes, se alegró de la decisión. Había encontrado en uno de los cajones un jersey de lana color beis finito y ligero que le marcaba las curvas y dejaba adivinar un cuerpo esbelto gracias a unas leves transparencias.
Cuando llegó a la estación, el aire era aún frío y una ligera neblina envolvía el andén, difuminando las pocas personas que estaban esperando. Parecían sombras
pintadas en una tela con carboncillo, pero a medida que se acercaba a la salida adquirían forma. Al fin consiguió distinguirlas. Vio a Paolo bajo el gran reloj esperando con las manos en los bolsillos y hablando con una sombra desconocida. Se acercó aún más hasta distinguir a una mujer de pelo largo y negro. Llevaba una cámara colgada del cuello y un abrigo largo de piel. Cuando estuvo suficientemente cerca como para ser vista, ambos se giraron hacia ella. Paolo cogió a la mujer del brazo y se le acercaron. — Hola Sara, te presento a Elena, la chica de la que te hablaba. Tras los primeros cumplidos y las presentaciones de rigor se dirigieron a un bar cercano para desayunar. Elena era la fotógrafa más conocida del lugar y por lo general se dedicaba a sacar fotos a comisión para las diferentes cabeceras de periódicos, principalmente crónicas, gracias a varias exclusivas que había realizado años antes. Había estado en los lugares más bonitos y encantadores de la zona, desconocidos para la mayor parte de la población. — Elena ha sido asignada a nuestro equipo y se ocupará de fotografiar los lugares y los productos que controlemos esta semana. Nos conocemos de toda la vida y me hace mucha ilusión que se una a nosotros. En un primer momento la noticia enfureció a Sara, que ya se había imaginado estando a solas con Paolo paseando por la montaña. Elena notó el cambio de comportamiento y para romper el hielo intentó tranquilizarla: — Tranquilos, ni siquiera notaréis mi presencia —dijo, lanzando una mirada significativa a su nueva compañera, que enrojeció bajo la intensidad de sus ojos negros, hurgados hasta el fondo del alma. Cuando Elena se alejó para ir al baño se quedaron a solas. Por un lado consiguió controlar la agitación que había brotado en ella pero por otro se sintió incómoda ante el significado que esa mirada había intercambiado. — Si te has traído el vestido negro de la otra noche me gustaría llevarte a un sitio hoy, ¿te apetece? Nosotros dos solos. La inesperada propuesta le aceleró el pulso. No supo adivinar qué podía esperar de todo aquello. Asintió con rapidez justo cuando la fotógrafa volvía. De nuevo se cruzaron sus miradas, y por miedo a que captara lo que sentía en ese momento se giró y fingió buscar algo en el bolso. Cuando terminaron de comer, la acompañaron al hotel y seguidamente fueron a la
oficina a recoger los encargos de los días siguientes. Una vez sola, en la habitación, consiguió desprenderse de toda la tensión acumulada durante la mañana.Ver todas sus cosas la hizo sentirse en casa, en un nidito donde podía refugiarse a voluntad. Sacó la ropa
de la maleta, aún cargada con la fragancia del suavizante, y la colocó cuidadosamente en el armario, asegurándose de que el vestido negro siguiera liso como cuando lo había metido dentro. Le hubiera gustado llamar a su hermana y contárselo todo, pedirle consejo, pero decidió separar por completo sus dos vidas. Le envió un mensaje fugaz a Luca para avisarle