Asesinos Alienígenas. Stephen Goldin

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Asesinos Alienígenas - Stephen  Goldin

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he tenido dos horas de sueño tras haber girado por toda la galaxia durante las anteriores treinta y seis horas. Usted no vino aquí para discutir sobre mi casa o sobre mi biblioteca. Ninguna de las dos es asunto de la Interpol. Por favor, dígame para qué está aquí.”

      Hoy sonrió. “Y dijeron que usted era difícil. ‘Es hija de un diplomático, llena de evasiones y medias verdades.’ Me gusta una persona que comparte sus pensamientos.”

      “Hablaré muchísimo más sobre eso si no llega al punto.”

      “Según la compañía telefónica, usted ha girado muchas veces hacia el planeta Jenithar en los cuatro meses anteriores. Particularmente a la oficina de Path–Reynik Levexitor.” Agitó su cabeza. “Chico, seguramente eso es un trabalenguas.”

      Él miró a Rabinowitz. “Bien, eso es cierto, ¿no es así?”

      “Soy estadista, aunque amiga de la verdad. Está lejos de mí el discutir la veracidad de la compañía telefónica. Levexitor y yo hemos estado negociando un trato multilateral para derechos sobre libros en Jenithar. Todo perfectamente lícito, puedo agregar. Levexitor es un ciudadano de alto nivel en su mundo.”

      “Los ciudadanos de alto nivel se han escapado antes,” apuntó Hoy.

      “Así es como puede ser,” dijo Rabinowitz. “Mis negocios con él han sido honestos.”

      “¿Sólo vende trabajos bajo propiedad intelectual?”

      “Principalmente. Me gusta ser mi propia jefa, no una empleada de las Naciones Unidas. Ocasionalmente he mediado algunos negocios para la OLM—”

      “Su deber patriótico, por supuesto.”

      “Por una comisión—pero la Tierra se ha beneficiado de cada uno de los negocios.”

      “¿Así que no le gustan los piratas literarios?”

      “¿Me lo pregunta o me lo está diciendo?”

      “Por favor, sígame la corriente, Srta. Rabinowitz.”

      “La respuesta es no. El arte y las ideas son nuestra única moneda en los mercados interestelares. Sería capaz de cortar mi propia garganta con tal de socavar eso.”

      “Eso suena como una forma muy práctica de patriotismo.”

      “Oh, lo siento, debe haber estado buscando a Deborah Rabinowitz, la idealista. Ella vive a unas doce horas de sueño de aquí. Le diré que usted estuvo por aquí.”

      Hoy rió. Fue una buena risa, cándida. “Usted es divertida, ¿lo sabe? Me place haber viajado hasta acá.”

      “Así que, en eso coincidimos. Mi ‘patriotismo práctico’ se está acabando y no me estoy divirtiendo en lo absoluto.”

      “Entonces iré directo al punto. Tengo razones para creer que su amigo Levexitor está intentando comprar algo de material de dominio mundial a través del mercado negro.”

      Rabinowitz se inclinó hacia adelante. “¿Eso no pondría a ese asunto en la jurisdicción de la CPI en lugar de la Interpol?”

      “Bien, tras el hecho, sí. Estamos intentando evitar que llegue tan lejos.”

      “Mantenerlo todo en la familia de las Naciones Unidas,” sugirió Rabinowitz.

      “Algo así,” asintió Hoy animadamente. “¿Alguna vez ha tenido usted que negociar con la CPI?”

      Rabinowitz hizo una mueca. “Un par de veces.”

      “Entonces lo sabe.” Se levantó de su silla y comenzó a examinar las estanterías de libros. “Digo, creo que tuve que leer algunos de estos en la escuela.”

      “Detective, ¿Se me considera oficialmente sospechosa?”

      Él se dio la vuelta y la miró. “Oh, detesto usar la palabra ‘sospechosa’ tan pronto en un caso. Le da ideas equivocadas a la gente.” Miró de nuevo a la estantería pensativamente, luego sacó un libro del lugar donde estaba y lo volvió a colocar dos títulos hacia la derecha. “Disculpe, ese estaba fuera del orden. Eso me irrita mucho. Usted los ordena alfabéticamente, ¿no?”

      “Gracias. Siéntase libre de venir a sacudirles el polvo cuando desee. Si no soy una sospechosa—”

      “Sólo digamos que usted es alguien a quien realmente yo quería conocer, y con quien de verdad quería hablar. Tampoco estoy decepcionado. Usted es tan hermosa como cautivadora. Más hermosa que en su foto de archivo, inclusive.”

      “Mi día está completo. Ahora, si usted—”

      “¿Sabe? Algunas personas pueden ser toda una decepción. Piensas que deben ser fascinantes y te aburren hasta llorar. Pero no usted. Usted—”

      Rabinowitz se levantó detrás de su escritorio. “Si no tiene más preguntas—”

      Hoy se rehusó a captar el mensaje. “Bien, una o dos. ¿Alguien más de la Tierra estaba involucrado en su negocio con Levexitor?”

      Rabinowitz se sentó nuevamente. “No. Estuve mediando en representación de la Agencia Adler, pero yo era la única persona representando los intereses humanos en este negocio.”

      Hoy asintió con la cabeza. “¿Levexitor mencionó algún otro nombre, contactos humanos?”

      “No que yo recuerde.”

      “¿Alguna otra negociación en la cual haya estado él trabajando?”

      “No, ¿Por qué debería? No soy su socia. Yo tampoco le conté sobre otras negociaciones en las cuales estoy trabajando.”

      “Comprendo. Bien, es todo lo que tengo por ahora.” Hoy se levantó y le sonrió. “Fue genial conocerla, Srta. Rabinowitz. Un placer diferente. Si recuerda cualquier otra cosa, puede contactarme en la oficina local, justo al cruzar la Bahía.”

      Rabinowitz se levantó de su silla para mostrarle la salida. “Claro, que si usted resulta estar involucrada en la venta en el mercado negro,” continuó Hoy, “debe estar segura que la llevaré a la cárcel durante un largo tiempo. Pero si no es usted a quien estoy buscando, ¿cenaría usted conmigo alguna vez? Después que el caso esté solucionado, por supuesto.”

      “Lo siento. Yo nunca como,” dijo mientras cerraba la puerta detrás de él.

       ***

      Mientras la puerta se cerraba, ella se volteó, se desplomó contra ella, cerró sus ojos y suspiró, “Muy hostigada por este tipo pedante.” Lo próximo que supo fue que ella se estaba sacudiendo, al notar que su barbilla tocaba su pecho. Se enderezó y abrió sus ojos deliberadamente. Las escaleras que conducían a su habitación estaban directamente frente a ella. Además de las escaleras, el salón se extendía hacia la cocina en la parte trasera de la casa. Los comentarios de Hoy acerca de cenar habían elevado el interés de su estómago. “Necesito más dormir,” murmuró, “pero están todas esas escaleras.”

      Caminó lentamente hacia la cocina, teniendo la seguridad de que si se movía muy rápido caería

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