Asesinos Alienígenas. Stephen Goldin
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Hizo una pausa. “Presumo que esto se mantiene confidencial.”
“Ah, sí. Tenemos estrictas normas contra la divulgación no autorizada.”
Le dio la información solicitada, tanto sobre sus finanzas personales como las de sus negocios. Pero se frustró cuando siguió leyendo el cuestionario. “No soporto eso. Mire esta lista. ¿Tiene el sujeto alguna sanción penal?; ¿cuál era la reputación del individuo en la escuela?, ¿cuáles títulos tiene el sujeto?, ¿cuáles premios he ganado?, ¿cuáles son los miembros de mi familia durante dos generaciones hacia adelante y hacia atrás hasta mis primos terceros?, ¿es alguno de ellos un criminal convicto?, ¿quiénes son mis socios de negocios y clientes?, ¿cuáles son sus puntuaciones de estatus?... sólo sigue y sigue. Pregunta por todo, excepto si mis clientes tienen sexo con sus mascotas. Verifique el listado de ¿Quién es quién? de mi padre, si desea saber información sobre mis familiares, pero no le suministraré información acerca de mis clientes.”
“Debo calcular su rango exacto, así podré saber la talla de cuerpo que debe usted tener. Esto sólo debe hacerse una vez. Después de eso, su registro siempre estará en el archivo.”
“No esperéis la orden de vuestra salida. No me interesa... mire, sólo déme cualquier talla de cuerpo que desee. O dígame que no me atenderá y me iré donde uno de sus competidores.”
“Probablemente yo pueda relacionar sus datos con otra información pública para obtener lo que necesito,” dijo el empleado de la tienda de alquileres. Miró fijamente su computador durante varios segundos y luego continuó, “Creo, que posiblemente ya tenga lo suficiente como para analizar su estatura equivalente. Espere un momento mientras le asigno un cuerpo adecuado.”
Rabinowitz esperó durante un rato mucho más largo que un momento. Entonces, el empleado le dijo, “Todo está listo. Prepárese para unirse.”
Sin importar cuántas veces lo haya hecho—y ella lo ha hecho con más frecuencia que la mayoría de los humanos—unirse con un cuerpo alienígena siempre era desorientador. La gente de cada planeta construyó cuerpos mecánicos de alquiler, tan parecidos a sus propios cuerpos como sea posible, lo cual los hace extraños para cualquier persona cuyo cuerpo sea distinto. Algunas razas tienen más de dos brazos, y un ser humano sólo pudiera dejar algunos de ellos colgando débilmente; algunos tienen menos brazos, y un ser humano se sentiría discapacitado. Algunos ven en longitudes de onda incomprensibles para el ser humano, mientras que otros pueden oír en frecuencias que los humanos no pueden alcanzar.
Los peores de todos, sin embargo, son aquellos que son casi humanoides, como los jenitharpios. Tenían dos brazos y dos piernas, pero sus brazos comenzaban en su cintura, a la mitad de su cuerpo, en una disposición articulada que de ninguna manera podría llamarse “hombros”. Las manos, difíciles de encontrar, estaban demasiado lejos de su cabeza. Se sentía como si estuviese viviendo adentro de un espejo de feria.
Rabinowitz se encontró de pie al lado del empleado, mirándolo. “Le notifiqué a la policía,” le dijo el empleado. “Llegarán dentro de poco para escoltarla. Me indicaron que los espere aquí.”
“Bien. Prefiero pasar un poco de tiempo a solas con mi nuevo cuerpo, de manera que pueda aprender a utilizarlo.”
“Si lo desea, ahora que ya tenemos su altura en el archivo, podemos prepararle un cuerpo permanente por un pequeño cargo adicional. Un cuerpo estaría disponible permanentemente para usted y podría visitar Jenithar cada vez que lo desee, sin pasar nuevamente por estos inconvenientes.”
“Gracias. Tendré eso en mente si me veo obligada a hacer más negocios por aquí.”
El empleado se fue, dejándola sola. La habitación estaba repleta de estantes con cuerpos de alquiler en todos los distintos rangos de altura—muchos eran más pequeños que el de ella, algunos otros eran considerablemente más altos. Su cuerpo se sentía pesado. Muchas razas fabricaban sus cuerpos de visitante con plástico u otros materiales ligeros. Algunos incluso los creaban haciendo crecer tejidos orgánicos. Los jenitharpios elaboraban los suyos con metal rechinante e incómodo. Este cuerpo estaba cubierto con un marabú falso verde-parduzco. Por su tamaño y color, ella aparentaba tener un rango decente.
Rabinowitz cojeó hasta un área despejada cercana al centro de la habitación, y comenzó a moverse de un lado a otro. Los movimientos de sus piernas no eran excesivamente malos si daba muchísimos pasos súper cortos, como si estuviese usando un kimono muy estrecho. Los brazos largos y delgados se sentían inútiles y colgantes; parecían caer como mangueras de hule, y ella prácticamente debía dislocar sus hombros para moverlos. Eran más que brazos, tentáculos, sin verdaderas articulaciones. “Debes ser una bailarina balinesa para lograr que estas cosas se muevan bien,” murmuró.
Quince minutos después, se sintió lo suficientemente cómoda como para no avergonzarse en exceso. Afortunadamente, nadie esperaba que un alienígena en un cuerpo alquilado fuese elegante. Cada raza tenía sus propios chistes sobre lo torpes que eran los visitantes de otros planetas.
Un par de novatos ingresó a la habitación, uno era un tanto más alto y más pálido que el otro. No había una forma inmediata de determinar sus sexos. “¿Srta. Rabinowitz?” dijo el más alto, que seguía siendo más bajo que ella. “Permítame presentarme. Soy Feffeti rab Dellor, oficial de tercer nivel. Me siento agradecido de que haya aceptado prestar su asistencia para nuestras investigaciones. Por favor, acompáñeme, visitaremos la escena del crimen.” Ni siquiera se molestó en presentarle a su compañero de menor tamaño.
“Conéctate, MacDuff,” respondió Rabinowitz.
El oficial hizo una pausa. “Disculpe. Eso no lo tradujo bien.”
“No se preocupe. Era una alusión literaria. De todos modos, yo no debería estarlas regalando.”
El oficial Dellor y su compañero condujeron a Rabinowitz por un pasillo repleto de gente hasta un elevador, donde la subieron a un vehículo grande donde iban otras personas. Descendieron dieciséis pisos hasta que Dellor indicó que habían llegado a su nivel. Salieron y caminaron entre más multitudes hacia una parada de transporte público. La gente les abría paso conforme ellos caminaban; posiblemente Dellor tenía alguna insignia policial que Rabinowitz no podía reconocer, o quizás las personas respetaban su estatura, que era mayor a la de casi cualquier otra persona a su alrededor.
Al parecer, hasta los funcionarios policiales usaban el transporte público aquí. Pidieron el próximo taxi en la fila, pasando antes que cualquier otra persona que se encontraba esperando. Dellor le entregó al conductor, quien era mucho más bajo, un código policial de desactivación y un destino, y el taxi aceleró.
La única experiencia anterior de Rabinowitz en Jenithar fue en el espacio de giro de Levexitor, así que sus primeras “vistas” reales, le encantaron. El cielo estaba nublado, e inclusive a pesar de que su cuerpo artificial no podía diferenciar los rangos normales de temperatura o humedad, el clima se sentía húmedo. El cielo brillaba a pesar de las nubes; Rabinowitz había leído que el sol de Jenithar era uno del tipo F, ligeramente más brillante que el de la Tierra. Los filtros de su cuerpo de alquiler limitaban la luz hacia un nivel adecuado, pero hacían extraños cambios a su manera de percibir la profundidad, además, le hacía ver los colores desteñidos y antinaturales.
Esta