Asesinos Alienígenas. Stephen Goldin
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Había gente en todos lados, en constante movimiento. Formaban largas filas de peatones a los lados de la calle, en filas ordenadas de acuerdo a sus estaturas, con cada acera dedicada al tráfico peatonal de un sentido. Había un remolino de colores y formas, pero sorpresivamente, había pocos sonidos. Al estar forzados a vivir juntos tan cercanamente, los jenitharpios desarrollaron normas estrictas sobre la invasión de la privacidad ajena con sus propios ruidos.
“Usted es un agente literario, ¿correcto?” preguntó Dellor mientras iban en camino.
“Sí. Jenithar sigue siendo un mercado muy abierto para la literatura de mi mundo.”
“¿Ha hecho negocios con el Mayor Levexitor durante mucho tiempo?”
“Sólo durante los últimos cuatro meses,” respondió Rabinowitz. “Esperaba que fuera el inicio de una larga relación de negocios, pero ahora parece que tendré que hacer otros contactos.”
“Declaró que cuando fue asesinado, usted se encontraba visitando a Levexitor.”
“Sólo estaba girando. Hubo silencios extraños en nuestra conversación. Sospecho que alguien más estaba físicamente presente en ese mismo momento, pero esa persona no estaba conectada al espacio de giro, así que no se quién fue.”
“¿Sobre qué estaban conversando cuando sucedió la muerte?”
Rabinowitz dudó. “Negocios,” dijo. “Vine para hablar sobre los derechos teatrales submarinos de los trabajos que estuvimos negociando—”
“No hay necesidad de extenderse,” interrumpió Dellor. “No necesito saber los detalles íntimos sobre los asuntos de negocios del Mayor. ¿Conoció usted bien a Dahb Chalnas?”
“¿El asistente de Levexitor? En realidad, no. Generalmente él estaba en el entorno cuando el Mayor y yo nos reuníamos, pero rara vez hablaba.”
“Sin embargo, él no estuvo allí en ese momento.”
“En el espacio de giro, no. Levexitor me dijo que era su día libre.”
El taxi había llegado a un lugar distinto de la ciudad, mucho menos concurrido. Aquí los edificios eran más pequeños y estaban separados uno del otro, y eventualmente su vehículo llegó a una parada en frente de una casa de dos plantas, con una pared baja a su alrededor y un jardín con mini-huerto en el patio frontal. Rabinowitz la miró con fascinación; Levexitor era una de las personas más importantes en Jenithar, y su casa tenía menos de dos tercios del tamaño que la de ella. “Todo es relativo,” murmuró, mientras salía del taxi con sus escoltas policiales.
Los oficiales la condujeron hacia adentro de la casa, y ella miró impactada mientras cruzaba el umbral. El hogar de Levexitor hacía que la simple miseria se viera respetable. Montones de desechos cubrían el piso, lo que hacía difícil encontrar un camino despejado para caminar, y ella debía pisar con cuidado sobre pequeños riachuelos de fluido amarillo-verdoso. Las paredes exudaban glóbulos grasientos de algún material viscoso no identificado. Rabinowitz estaba segura de que el hedor la habría dejado inconsciente si su cuerpo artificial pudiese transmitir un poco más los olores, en lugar de emitir una alarma contra humo o químicos corrosivos.
“¿Quién es el decorador?” preguntó en voz alta. “¿La Oficina Central de Alcantarillado?” Esta casa contrastaba mucho, tanto con la limpieza de las calles de la ciudad, como con la pulcritud del espacio de giro de Levexitor, era difícil creer que pertenecían al mismo planeta. Pero sabía que también muchísima gente en la Tierra tenían un espacio de giro muy distinto a sus verdaderos hogares y oficinas.
“Debe haber tenido un equipo muy incompetente,” continuó.
“El Mayor Levexitor vivía solo aquí,” agregó Dellor. “No tenía personal, además de su empleado, Dahb Chalnas.”
“¿Completamente solo? ¿Sin personal? ¿Un hombre tan alto e importante como el Mayor Levexitor?”
“Una de las ventajas de ser tan alto,” dijo el oficial, “es que se le permite vivir solo.”
Rabinowitz asintió pensativa, o al menos lo intentó; esta acción hizo que su pesado cuerpo metálico se saltara inestablemente. “Supongo. Bien, muéstreme lo que quería que viera, para que pueda irme a devolver este cuerpo a la agencia. Querrán darle un buen baño de ácido antes de que alguien lo use de nuevo.”
Dellor la condujo por varias habitaciones, una más desagradable que la otra, hasta que finalmente se detuvo y dijo, “Aquí es donde el Mayor Levexitor fue asesinado.”
Tanto como Rabinowitz pudo ver, la única semejanza que esta habitación tenía con el espacio de giro de Levexitor era la mesa de trabajo alta con escritorio computarizado, similar a aquél donde se encontraba cuando falleció. “Realmente no es nada como lo que vi.”
“No esperaba eso. Sólo díganos qué vio.”
“El Mayor Levexitor estaba de pie en esta mesa, caminando hacia mí. Hubo pausas ocasionales; pudo haberse estado saliendo momentáneamente del espacio de giro para hablarle a alguien que se encontraba físicamente presente. A mitad de nuestra conversación, miró hacia arriba de repente, dio un pequeño grito y se derrumbó contra la mesa. Miré a mi alrededor, pero no pude ver a ninguna otra persona en el espacio de giro. Luego, el cuerpo del Mayor se sacudió en posición vertical—Supongo que el homicida haló su cuerpo físico hacia arriba hasta llegar al set de giro—y vi que los controles estaban siendo manipulados por manos invisibles. Luego, la conexión se interrumpió y regresé a mi verdadera casa.”
Dellor guardó silencio durante un momento, y dijo, “Esto confirma nuestra teoría. Acepte nuestras gracias por su cooperación. Ahora le llevaremos de regreso a la agencia de alquileres.”
“Espere un minuto. ¿Se trata de esto? ¿Corren con los gastos para traerme aquí, me hacen pasar por toda la palabrería para alquilar este cuerpo y me llevan a esta cloaca infectada para pasar dos minutos mirando una mesa y contándoles la misma historia que conté por teléfono?”
“Eso es correcto.”
“Dígame, ¿cuál es su teoría?”
“En realidad, eso no es de su interés.”
“Bien, me está interesando.” Se paró al lado del oficial y estiró su cuerpo hasta su máxima estatura, mirándolo hacia abajo con lo que ella esperaba que fuera helada prepotencia. “Y si usted alguna vez desease ser más alto, usted también lo haría de mi interés.”
Dellor hizo una pausa. “Es en realidad muy simple para que se moleste usted con eso. Sólo hay una persona que pudo haber cometido el crimen.”
“Dígame.”
“Sólo pudo haber sido su asistente, Dahb Chalnas. Ya se encuentra detenido, y sólo faltan breves momentos para que confiese.”
“Bien. El mayordomo lo hizo. ¿Cómo llegaron a esta sorprendente revelación?”
“No es difícil. Chalnas es la única persona que tenía