No Hagas Soñar A Tu Maestro. Stephen Goldin

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No Hagas Soñar A Tu Maestro - Stephen  Goldin

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       No hagas soñar a tu maestro

       por

       Stephen Goldin

      

       Publicado por Parsina Press

       Editado por Tektime

      No hagas soñar a tu maestro. Copyright 1981 por Stephen Goldin. Todos los derechos reservados.

      Copyright portada © Yvonne Less | Dreamstime.com

      Título original: And Not Make Dreams Your Master

      Traductor: Jordi Olaria

      este libro está dedicado explícitamente

      (todos mis libros lo están, al menos implícitamente) a

      ROBERT A. HEINLEIN

      quien Soñó los Sueños por todos nosotros...

      y a Virginia Heinlein

      por ayudar a que se convirtiera en la persona que es

       Índice

       Capítulo 1

       Capítulo 2

       Capítulo 3

       Capítulo 4

       Capítulo 5

       Capítulo 6

       Capítulo 7

       Capítulo 8

       Capítulo 9

       Capítulo 10

       Capítulo 11

       Capítulo 12

       Capítulo 13

       Capítulo 14

       Capítulo 15

       Capítulo 16

       Acerca de Stephen Goldin

       Conéctate con Stephen Goldin

       Capítulo 1

      El pasillo parecía alargarse hasta el infinito. Fluorescentes iluminaban el suelo y las blancas y tenues paredes. Un hombre y una mujer corrían por aquel pasillo vacío. Sus zapatos deberían crear un ruido por aquel iluminado lugar, pero no había sonido alguno, solamente el viento al pasar junto a las paredes a toda velocidad. El tiempo estaba en su contra, era su enemigo. Si no llegaban pronto a su objetivo, los terroristas destruirían Los Ángeles con su bomba atómica que construyeron ellos mismos. Pero aquel pasillo parecía no terminarse nunca, y tanto el hombre como la mujer corrían y corrían sin detenerse para recuperar el aliento, ni mucho menos para descansar. Tardaron una eternidad corriendo a través de aquel lugar mientras el mundo permanecía en vilo. Nunca se miraron el uno al otro, y sus pies parecían acariciar suavemente el suelo. Corrían.

      Llegó el final de la habitación. Cuando se dispusieron a colocarse junto a una de sus esquinas, apareció un hombre con un rifle. Vestía de negro, con la insignia de la cobra roja de los terroristas cosida sobre su hombro izquierdo. Levantó su rifle despacio, con intención de disparar a los que se le acercaban.

      El hombre se apresuró a atacar aquella amenaza, y para ello tuvo que separarse de su compañera. Cuando lo hizo, el guardia... cambió. Su visión se nubló, y la imagen del guardia se dividió en dos, dos gemelos siameses sosteniendo rifles idénticos en una postura amenazadora. Él/ellos barrieron el camino, impidiendo que nadie accediera a él.

      El hombre que corría se detuvo a pesar de la imposibilidad de poder luchar contra él, pero aquel guarda pareció ser algo a superar para ellos más que cualquier otra osa. Sus contornos se difuminaron todavía más, saltando sobre el suelo literalmente intentando juntarlos a los dos. Las luces se atenuaron sobre las paredes del corredor casi hasta desaparecer. La fragilidad de lo real estaba a punto de desaparecer.

      De repente, todo volvió a estar como estaba antes. Las paredes volvieron a serlo, y las luces volvieron a iluminar. Tan sólo había un guardia con un rifle, con la intención de mantener alejados aquellos intrusos, y sin recordar la separación de su personalidad ocurrida momentos antes.

      El hombre que corría golpeó con el puño al guardia, doblándose su brazo en forma de arco sobre el rostro del terrorista. El puñetazo lo alcanzó, y el impacto fue como golpear un cojín. El rostro del guardia explotó en una lluvia de sangre que terminó salpicando el suelo. Su cuerpo decapitado terminó reposando sobre el suelo, envuelto en una especie de gelatina de color rojo para terminar evaporándose.

      Se escuchó un sonido tan leve, que solamente el hombre y la mujer pudieron escuchar. “Va” dijo el hombre a su compañera. “No queda mucho tiempo. La bomba explotará en cinco minutos.”

      La mujer asintió levemente y se dirigió al pasillo de dónde el guardia había venido. Volvió a correr, y el hombre la siguió, como si el mundo se estuviera apagando a su alrededor....

      Wayne Corrigan permanecía tumbado en la cama de su cubículo, descansando. Hubo un momento de desorientación como siempre cuando pasaba del Sueño a la realidad, aquel instante en el que no sabía lo que era verdad y lo que no; entonces el mundo se solidificó de nuevo, y ya estaba en “casa”.

      Que divertido el considerar este lugar como mi hogar, pensó. Tan sólo estoy unas pocas horas cada tres días, pasando el rato. Había veces que todo le importaba, momento que para él era real, y era cuando estaba en ese pequeño espacio, con el mundo exterior resultándole insignificante.

      Abrió los ojos despacio para adaptarse al blanco tenue del techo. Su rostro estaba marcada

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