Antes De Que Atrape . Блейк Пирс
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Por un momento, el viento que pasó velozmente junto a ella le pareció hasta agradable. Intentó enfocarse todo lo que pudo en ello mientras se retorcía en busca de algún tipo de plegaria que pronunciar en sus momentos finales.
Solo se las arregló para decir unas pocas palabras—Padre Nuestro, que estás…—y entonces Malory Thomas sintió como la vida salía de su cuerpo con un golpe agudo y devastador al tiempo que se estrellaba contra las rocas del fondo.
CAPÍTULO UNO
Mackenzie White se había adentrado en algo parecido a una rutina. Esto no le sentaba especialmente bien ya que no era la clase de mujer a la que le la rutina gustara demasiado. Si las cosas se mantenían sin cambios demasiado tiempo, le parecía que necesitaba sacudirlas un poco.
Solo unos pocos días después de finalmente cerrar el largo y miserable capítulo del asesinato de su padre, había regresado a su apartamento y había caído en la cuenta de que, ahora, Ellington y ella vivían juntos. No tenía ninguna pega al respecto; había estado deseándolo, a decir verdad. Sin embargo, hubo algunas noches durante esas primeras semanas en las que perdió algunas horas de sueño cuando cayó en la cuenta de que ahora su futuro parecía estable. Por primera vez en mucho tiempo, no tenía una razón genuina para dedicarse a nada en particular con todas sus fuerzas.
Antes había sido el caso de su padre, reconcomiéndole desde el primer momento que tuvo una placa y un arma en Nebraska. Ahora eso estaba resuelto. También había sido la incertidumbre de saber hacia dónde se dirigía su relación con Ellington. Ahora estaban viviendo juntos y casi enfermizamente felices. Estaba triunfando en el trabajo, ganándose el respeto de prácticamente todo el mundo en el FBI. Hasta McGrath parecía finalmente estar convencido de su valía.
Todo parecía inmóvil. Y en lo que se refería a Mackenzie, no podía evitar preguntarse si solo se trataba de la calma antes de la tormenta. Si el tiempo que había pasado como detective en Nebraska y como agente del FBI le había enseñado algo, era que la vida tenía la costumbre de arrebatarle cualquier tipo de comodidad o seguridad sin mucho aviso previo.
Aun así, la rutina no estaba tan mal. Después de que Ellington se hubiera recuperado de sus heridas tras cerrar el caso que había llevado ante la justicia al asesino de su padre, le habían ordenado que se quedara en casa y descansara. Le atendió lo mejor que pudo, descubriendo que podía ser de lo más maternal cuando tenía que serlo. Cuando Ellington se recuperó del todo, sus días se hicieron bastante regulares. Eran hasta agradables a pesar del horroroso grado de domesticación que sentía.
Iba al trabajo y se detenía en el campo de tiro antes de regresar a casa. Cuando llegaba a casa, una de dos cosas tenía lugar: o Ellington había preparado ya la cena y comían juntos como un viejo matrimonio, o se iban directamente al dormitorio, como una pareja de recién casados.
Todo esto le pasaba por la mente mientras Ellington y ella se preparaban para irse a la cama. Mackenzie estaba en su lado de la cama, leyendo un libro sin muchas ganas. Ellington estaba en su lado de la cama, escribiendo un email sobre un caso en el que había estado trabajando. Habían pasado siete semanas desde que cerraron el caso de Nebraska. Ellington había acabado de empezar a trabajar de nuevo y la rutina de la vida estaba comenzando a convertirse en una dura realidad para ella.
“Voy a preguntarte algo,” dijo Mackenzie. “Y quiero que seas honesto.”
“Muy bien,” dijo él. Terminó de escribir la frase en la que se encontraba y se detuvo, prestándole su máxima atención.
“¿Alguna vez te has encontrado en este tipo de rutina?” preguntó Mackenzie.
“¿Qué rutina?”
Ella se encogió de hombros, poniendo el libro a un lado. “La de estar domesticado. Estar atado. Ir al trabajo, volver a casa, cenar, ver algo de televisión, quizá a veces hacer el amor, y después irnos a dormir.”
“Si eso es una rutina, me parece bastante genial. Sin embargo, quizá no pongas el a veces delante de la parte del sexo. ¿Por qué lo preguntas? ¿Te molesta la rutina?”
“No es que me moleste,” dijo ella. “Es solo que… resulta extraño. Hace que sienta que no estoy haciendo lo que me corresponde. Como que estoy siendo vaga o pasiva sobre… en fin, sobre algo que no puedo definir demasiado bien.”
“¿Crees que esto se debe al hecho de que por fin hayas terminado con el caso de tu padre?” le preguntó.
“Probablemente.”
Había algo más, pero no se trataba de algo que le pudiera contar. Sabía que era bastante difícil herirle emocionalmente pero no quería arriesgarse. La idea que se reservó era que ahora que se habían mudado juntos y eran felices y lo estaban manejando de maravilla, realmente solo quedaba un paso más que dar. No era un paso del que hubieran hablado y, honestamente, no era un paso del que Mackenzie quisiera hablar.
El matrimonio. Esperaba que Ellington tampoco estuviera todavía pensando en ello, la verdad. Y no es que no le quisiera, pero después de ese paso… en fin, ¿qué más había?
“Deja que te haga una pregunta,” dijo Ellington. “¿Eres feliz? Quiero decir ahora, en este preciso momento, sabiendo que mañana puede ser un duplicado exacto de hoy. ¿Eres feliz?”
La respuesta era simple pero aun así le incomodaba. “Sí,” dijo.
“Entonces ¿por qué cuestionarlo?”
Ella asintió. Tenía toda la razón y lo cierto es que hizo que se preguntara si estaba complicando demasiado las cosas. En unas semanas cumpliría treinta años, así que quizá esto era lo que resultaba ser una vida normal. Una vez había enterrado todos los demonios y los fantasmas del pasado, quizá esto fuera lo que se suponía que tenía que ser la vida.
Y eso estaba bien, suponía Mackenzie. Pero algo acerca de todo ello parecía estancado y hacía que se preguntara si alguna vez se permitiría realmente ser feliz.
CAPÍTULO DOS
El trabajo no estaba haciendo nada por la monotonía de lo que Mackenzie empezaba a denominar La Rutina—con L y R mayúsculas. En los casi dos meses que habían pasado desde los acontecimientos de Nebraska, la carpeta de casos de Mackenzie había consistido en vigilar a un grupo de hombres sospechosos de tráfico de personas—pasándose sus días sentada en un coche o en edificios abandonados, escuchando conversaciones bastante vulgares que acabaron por no dar ningún resultado. También había trabajado junto a Yardley y Harrison en un caso relacionado con una potencial célula terrorista en Iowa—que tampoco había dado ningún resultado.
El día siguiente a su tensa conversación sobre la felicidad, Mackenzie se encontraba sentada ante su escritorio, investigando a uno de los hombres que había estado vigilando respecto al tráfico de personas con objetivos sexuales. No formaba parte de ningún complot de tráfico sexual, pero estaba implicado casi con certeza en algún tipo de chanchullo depravado relacionado con la prostitución. Era difícil de creer que estaba cualificada para llevar un arma, atrapar asesinos y salvar vidas. Se estaba empezando a sentir como una empleada de plástico, alguien que no servía ninguna función real.
Frustrada, se levantó para hacerse una taza de café. Nunca había sido de las que deseaba nada malo a nadie, pero se estaba preguntando si las cosas en el país de verdad iban tan bien que sus servicios no pudieran necesitarse en alguna parte.
Mientras