Antes De Que Atrape . Блейк Пирс
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“No hay por qué disculparse,” dijo él.
“Por supuesto que sí. Fue inmaduro. Y si te soy sincera, no sé por qué me disgusta tanto. Estoy más preocupada por perderte como compañero que por lo que esto le pueda hacer a tu trayectoria profesional. ¿Está muy mal eso o no?”
Ellington se encogió de hombros. “Tiene sentido.”
“Debería tenerlo, pero no lo tiene,” dijo Mackenzie. “No puedo pensar en ti besando a otra mujer, especialmente no de esa manera. Incluso aunque estuvieras borracho y hasta si fue ella la que inició las cosas, no te puedo ver de esa manera. Y hace que quiera matar a esa mujer, ¿sabes?”
“Lo siento de veras,” dijo él. “Es una de esas cosas de la vida que desearía poder rectificar. Una de esas cosas que pensé que formaban parte del pasado y que ya había terminado con ellas.”
Mackenzie se acercó por detrás de él y titubeante, le rodeó la cintura con los brazos. “¿Estás bien?” le preguntó.
“Solo enfadado. Y avergonzado.”
Parte de Mackenzie se temía que estaba siendo deshonesto con ella. Había algo en su postura, algo en eso de que no le pudiera mirar directamente a ella cuando hablaba de ello. Quería pensar que simplemente se debía a que no era fácil ser acusado de algo como esto, que le recordaran a uno algo estúpido que había hecho en el pasado.
Si era honesta, la verdad es que no sabía muy bien qué creer. Desde el momento que le había visto pasando por delante de la puerta de su oficina con la caja en las manos, sus pensamientos hacia él estaban mezclados y confusos.
Estaba a punto de ofrecerse a ayudar con la cena, con la esperanza de que algo de normalidad les ayudara a volver al camino recto. Pero antes de que las palabras salieran de sus labios, sonó su teléfono móvil. Se sorprendió y se preocupó un poco al ver que era McGrath.
“Lo siento,” le dijo a Ellington, mostrándole la pantalla. “Probablemente debería responder a esto.”
“Seguramente quiera preguntarte si alguna vez te has sentido sexualmente acosada por mí,” le dijo sarcásticamente.
“Ya tuvo oportunidad esta mañana,” dijo ella antes de alejarse de los chisporroteos de la cocina para responder al teléfono.
“Al habla White,” dijo, hablando directamente y casi mecánicamente, como solía hacer cuando respondía a una llamada de McGrath.
“White,” le dijo. “¿Ya estás en casa?”
“Sí señor.”
“Necesito que vuelvas a salir. Necesito hablar contigo en privado. Estaré en el aparcamiento. Nivel Dos, Fila D.”
“Señor, ¿se trata de Ellington?”
“Solo ven a reunirte conmigo, White. Llega tan rápido como te sea posible.”
Dicho esto, terminó la llamada, dejando a Mackenzie con una línea apagada en la mano. Se metió el teléfono al bolsillo con lentitud, y volvió a mirar a Ellington. Estaba retirando la sartén del fuego, dirigiéndose a la mesa que había en el pequeño comedor.
“Tengo que llevarme algo conmigo,” dijo.
“Maldita sea. ¿Es sobre mí?”
“No me dijo nada,” dijo Mackenzie. “Pero creo que no. Se trata de algo diferente. Está siendo de lo más discreto.”
No sabía muy bien a qué se debía, pero se guardó las instrucciones de encontrarse con él en el aparcamiento. Si era honesta consigo misma, algo al respecto no le encajaba del todo. Aun así, agarró un cuenco de los armarios, se echó algo de la cena de Ellington dentro de él, y le dio un beso en la mejilla. Ambos podían ver que resultaba mecánico y forzado.
“Mantenme informado,” dijo Ellington. “Y dime si necesitas algo.”
“Por supuesto,” dijo ella.
Cayendo en la cuenta de que ni siquiera se había quitado de encima la pistolera y el Glock, se dirigió derecha hacia la puerta. Y no fue hasta que estuvo de vuelta en el pasillo y en dirección a su coche que se dio cuenta de que la verdad es que se sentía bastante aliviada de que le hubieran sacado de casa.
Debía de admitir que eso de subir lentamente por el nivel 2 del aparcamiento subterráneo enfrente de la central parecía un tanto estereotipado. Las reuniones en aparcamientos subterráneos eran cosas que pasaban en los dramas policiales de televisión de poca calidad. Y en esos dramas, las reuniones oscuras en esos aparcamientos solían desembocar en algún tipo de drama.
Divisó el coche de McGrath y aparcó su propio coche a unos pocos espacios de distancia. Lo cerró y se acercó paseando hasta donde estaba McGrath esperándola. Sin ninguna invitación formal a que lo hiciera, caminó hasta la puerta del copiloto, la abrió, y se montó en el coche.
“Muy bien,” dijo ella. “Tanto secreto me está matando. ¿Qué es lo que anda mal?”
“Nada anda mal en concreto,” dijo McGrath. “Pero tenemos un caso como a una hora de distancia en un pueblecito llamado Kingsville. ¿Lo conoces?”
“Me suena de algo, pero nunca he estado allí.”
“Es tan rural como te puedas imaginar, apostado en medio de la nada antes del movimiento de las interestatales de DC,” dijo McGrath. “Lo cierto es que puede que no sea un caso en absoluto. Eso es lo que necesito que averigües.”
“Está bien,” dijo ella. “¿Pero por qué no podíamos tener esta reunión en tu despacho?”
“Porque la víctima es el sobrino del vicedirector. Veintidós años. Parece que alguien le tiró por un puente. El departamento de la policía local de Kingsville dice que probablemente no se trate más que de un suicidio, pero el vicedirector Wilmoth quiere asegurarse.”
“¿Tiene alguna razón para pensar que ha sido un asesinato?” preguntó ella.
“Bueno, es el segundo cadáver que se ha hallado al fondo de ese puente en los últimos cuatro días. Seguramente sea un suicidio, si quieres saber mi opinión, pero me han hecho llegar la orden hace una hora, directamente del director Wilmoth. Quiere saberlo con certeza. También quiere que le informemos en cuanto sea posible y que se mantenga en secreto. De ahí la petición de reunirnos aquí en vez de en mi oficina. Si nos viera alguien a ti y a mí fuera de horas de trabajo, asumirían que se trata de lo que está pasando con Ellington o de que tengo alguna tarea especial para ti.”
“Así que… ¿voy a Kingsville, averiguo si esto fue un suicidio o un asesinato, y te pongo al día?”
“Sí. Y debido a los últimos acontecimientos respecto a Ellington, irás tú sola. Lo que no debería ser ningún problema porque espero que estés de vuelta esta misma noche diciéndome que fue un suicidio.”
“Entendido. ¿Cuándo salgo para allí?”
“Ahora mismo,” dijo él. “No hay momento como el presente, ¿verdad?”
CAPÍTULO CUATRO
Mackenzie