Una Tierra de Fuego . Морган Райс
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Ella respiró profundamente.
«Sabes, Thorgrin, no es el retiro y el privilegio lo que hace a un guerrero, sino el esfuerzo y el trabajo, el sufrimiento y el dolor. Sobre todo el dolor. Me mataba verte sufrir y, sin embargo, paradójicamente, aquello era lo que más necesitabas para convertirte en el hombre en el que te has convertido. ¿Comprendes, Thorgrin?»
Por primera vez en su vida, Thor lo comprendió. Por primera vez todo tenía sentido. Pensó en todo el sufrimiento con el que se había encontrado en su vida: haberse criado sin una madre, tratado como el lacayo de sus hermanos por un padre que lo odiaba, en un pequeño pueblo asfixiante, visto por todos como un cero a la izquierda. Su educación había sido una larga cadena de ultrajes.
Pero ahora empezaba a ver que lo necesitaba; que todo aquel esfuerzo y tribulación eran necesarios.
«Todo tu trabajo, tu independencia, tu lucha por encontrar tu camino», añadió su madre, «fueron mi regalo para ti. Fue mi regalo para hacerte más fuerte».
Un regalo, pensó Thorgrin para sí mismo. Nunca antes lo había visto así. En su momento, parecía lo más alejado a un regalo, sin embargo ahora, mirando hacia atrás, supo que era exactamente eso. Mientras decía estas palabras, él se daba cuenta de que ella tenía razón. Toda la adversidad que se había encontrado en su vida había sido un regalo, que lo había ayudado a moldearse en lo que se había convertido.
Su madre se giró y continuaron andando uno al lado del otro por el castillo, y la mente de Thor daba vueltas a un millón de preguntas que hacerle.
«¿Eres real?» preguntó Thor.
Una vez más se avergonzó de ser tan brusco y, una vez más, se encontró a sí mismo haciendo una pregunta que no esperaba. Sin embargo, sentía un fuerte deseo de saberlo.
«¿Este lugar es real?» añadió Thor. «¿O es sólo una ilusión, un producto de mi propia imaginación, como el resto de esta tierra?»
Su madre le sonrió.
«Soy tan real como tú», le respondió.
Thor asintió, seguro de la respuesta.
«Tienes razón en que la Tierra de los Druidas es una tierra de ilusión, una tierra mágica dentro de ti mismo», añadió. «Yo soy muy real pero a la vez, como tú, soy un Druida. Los Druidas no estamos tan atados a lugares físicos como lo están los humanos. Lo que significa que una parte de mi vive aquí, mientras una parte de mí vive en otro lugar. Éste es el motivo por el que siempre estoy contigo, incluso aunque no me puedas ver. Los Druidas estamos en todas partes y en ningún sitio a la vez. Estamos con un pie en dos mundos diferentes, en los que los demás no están».
«Como Argon», respondió Thor, recordando la mirada distante de Argon, cómo a veces aparecía y desaparecía, cómo estaba en todas partes y en ningún sitio a la vez.
Ella asintió.
«Sí», ella contestó. «Igual que mi hermano».
Thor la miró boquiabierto, sobresaltado.
«¿Tu hermano?» repitió.
Ella asintió.
«Argon es tu tío», dijo ella. «Te quiere mucho. Siempre lo ha hecho. Y a Alistair también».
Thor, abrumado, reflexionaba sobre todo aquello.
Su ceño se fruncía mientras pensaba en algo.
«Pero para mí es diferente», dijo Thor. «Yo no siento igual que tú. Yo siento más apego a los lugares que tú. Yo no puedo viajar a otros mundos tan libremente como Argon».
«Eso se debe a que eres medio humano», le contestó ella.
Thor pensó en aquello.
«Yo estoy aquí ahora, en este castillo, en mi hogar», dijo él. «Éste es mi hogar, ¿verdad?»
«Sí», respondió ella. «Lo es. Tu verdadero hogar. Igual que cualquier otro hogar que tengas en el mundo. Aún así, los Druidas no estamos tan apegados al concepto de hogar».
«Así pues, si yo quisiera quedarme aquí, a vivir aquí, ¿podría hacerlo?», preguntó Thor.
Su madre negó con la cabeza.
«No», dijo ella. «Porque tu tiempo aquí, en la Tierra de los Druidas, es finito. Tu llegada aquí estaba en tu destino, aún así sólo puedes visitar la Tierra de los Druidas una vez. Cuando te marches, no podrás regresar nunca. Este lugar, este castillo, todo lo que ves y conoces aquí, este sitio de tus sueños, que has visto durante muchos años, todo desaparecerá. Como un río que no se puede pisar dos veces».
«¿Y tú?» preguntó de repente Thor asustado.
Su madre negó con la cabeza dulcemente.
«No volverás a verme nunca tampoco. De esta manera. Pero siempre estaré contigo».
Thor estaba cabizbajo con ese pensamiento.
«Pero no lo entiendo», dijo Thor. «Al fin te encontré. Al fin encontré este sitio, mi hogar. ¿Y ahora me dices que es sólo por esta vez?»
Su madre suspiró.
«El hogar del guerrero está allí fuera en el mundo», dijo ella. «Es tu deber estar ahí fuera, para ayudar a los demás, para defender a los demás y para ser siempre mejor guerrero. Siempre puedes ser mejor. Los guerreros no deben estar en un solo sitio, especialmente un guerrero con un gran destino como el tuyo. Te encontrarás con grandes cosas en tu vida: grandes castillos, grandes ciudades, grandes pueblos. Aún así no debes aferrarte a nada. La vida es una gran corriente, y debes dejar que te lleve a dónde quiera».
Thor frunció el ceño, intentando comprenderlo. Era demasiado para poder asumirlo de golpe.
«Siempre pensé que, una vez te encontrara, mi más grande búsqueda se acabaría».
Ella le sonrió.
«Esa es la naturaleza de la vida», contestó ella. «Nos conceden grandes búsquedas, o las escogemos para nosotros y partimos para conseguirlas. Nunca creemos de verdad que podamos conseguirlas y, aún así, de alguna manera, lo hacemos. Una vez hecho, una vez se ha completado una búsqueda, de alguna manera esperamos que nuestras vidas han llegado a su fin. Pero nuestras vidas no han hecho más que empezar. Escalar una cima es una gran hazaña por sí misma pero, aún así, te lleva a otra cima más grande. Completar una búsqueda te embarca en otra búsqueda más grande».
Thor la miró sorprendido.
«Así es», dijo ella, leyéndole la mente. «Encontrarme a mí te llevará a otra búsqueda más grande».
«¿Qué otra búsqueda puede haber?» preguntó Thor. «¿Qué puede ser más grande que encontrarte a ti?»
Ella