Una Promesa de Hermanos . Морган Райс
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Una Promesa de Hermanos - Морган Райс страница 4
El momento había llegado.
“¡AHORA!” gritó Gwen.
Entonces se levantó un gran grito de batalla mientras todos sus hombres, dirigidos por Kendrick, corrían colina abajo, sus voces parecían las de miles de leones en la primera luz de la mañana.
Gwen observaba cómo sus hombres alcanzaban las líneas del Imperio y cómo los soldados del Imperio, preocupados por luchar contra los aldeanos, se daban la vuelta lentamente, desconcertados, claramente sin entender quién los podía estar atacando y por qué. Estaba claro que estos soldados del Imperio nunca antes habían sido cogidos desprevenidos y menos aún por un ejército profesional.
Kendrick no les dio tiempo a reagruparse, a digerir lo que estaba sucediendo. Se abalanzó hacia delante, apuñalando al primer hombre que encontró y Brandt, Atme, Steffen y las docenas de Plateados que estaban a su lado se unieron a él, gritando mientras clavaban sus armas en los soldados. Todos sus hombres tenían rencor acumulado, todos morían por luchar, anhelaban la venganza contra el Imperio y por haber estado encerrados ociosos demasiados días dentro de la cueva. Gwen sabía que habían anhelado soltar su ira hacia el Imperio desde que habían abandonado el Anillo y en esta batalla habían encontrado la salida perfecta. En los ojos de cada uno de ellos ardía un fuego, un fuego que sostenía las almas de todos los seres queridos que habían perdido en el Anillo y en las Islas Superiores. Era una necesidad de venganza que habían llevado a través del mar. Gwen entendía que, en muchos aspectos, la causa de los aldeanos, incluso al otro lado del mundo, también era su causa.
Los hombres gritaban mientras luchaban mano a mano, Kendrick y los demás usaban el ímpetu del momento para abrirse camino a cuchillazos hacia la lucha, llevándose filas de soldados del Imperio antes incluso de que pudieran replegarse. Gwen estaba muy orgullosa de observar a Kendrick parar dos golpes con su escudo, dar una vuelta sobre sí mismo y golpear a un soldado en la cara con él y después a otro en el pecho. Observó cómo Brandt daba una patada en las piernas a un soldado desde abajo, después lo apuñalaba por la espalda y le atravesaba el corazón, clavándole su espada con ambas manos. Vio cómo Steffen empuñaba su corta espada y cortaba una pierna a un soldado, entonces daba un paso al frente y golpeaba a otro soldado en la ingle y le daba un cabezazo, dejándolo fuera de combate. Atme balanceó su mayal y se llevó a dos soldados de un golpe.
“¡Darius!” gritó una voz.
Gwen divisó a Darius en el suelo, sobre su espalda y rodeado por el Imperio, que se acercaba. Su corazón dio un salto por la preocupación, pero observó con gran satisfacción cómo Kendrick se apresuraba hacia delante y alzaba su escudo, salvando a Darius de un golpe de hacha que iba directo a golpearle la cara.
Sandara dio un grito y Gwen pudo ver su alivio, pudo ver cuánto quería a su hermano.
Gwendolyn cogió un arco de uno de los soldados que hacían guardia a su lado. Colocó una flecha, la tiró hacia atrás y apuntó.
“¡ARQUEROS!” exclamó.
A su alrededor, docenas de arqueros apuntaron, echando hacia atrás sus arcos, aguardando sus órdenes.
“¡FUEGO!”
Gwen disparó su flecha hacia el cielo, por encima de sus hombres y, al hacerlo, su docena de arqueros dipararon también.
La descarga fue a parar al grueso de soldados del Imperio que quedaba y se oyeron gritos mientras una docena de soldados caían sobre sus rodillas.
“¡FUEGO!” exclamó de nuevo.
Entonces vino otra descarga; y después otra.
Kendrick y sus hombres se apresuraron hacia allí, matando a todos aquellos hombres que las flechas habían hecho caer de rodillas.
Los soldados del Imperio se vieron forzados a abandonar el ataque a los aldeanos y, en cambio, su ejército dio media vuelta y se enfrentó a los hombres de Kendrick.
Esto les dio una oportunidad a los aldeanos. Lanzaron un fuerte grito mientras cargaban hacia delante, apuñalando por la espalda a los soldados del Imperio, que ahora estaban siendo asesinados por ambos lados.
Los soldados del Imperio, presionados entre dos fuerzas hostiles, con sus números menguando rápidamente, empezaban finalmente a darse cuenta de que estaban siendo superados en táctica. Sus filas de cientos de hombres pronto menguaron a docenas y los que quedaban se dieron la vuelta e intentaron huir a pie, sus zertas habían sido asesinados o tomados como rehenes.
No llegaban muy lejos antes de ser cazados y asesinados.
Se alzó un gran grito de triunfo de los aldeanos y los hombres de Gwendolyn. Todos ellos se runieron, gritando de alegría, abrazándose los unos a los otros como hermanos y Gwendolyn bajó corriendo por la ladera para unirse a ellos, con Krohn a sus pies, metiéndose en aquel grosor, con hombres a su alrededor, el fuerte olor de sudor y miedo en el aire, la sangre fresca corriendo por el suelo del desierto. Aquí, en este día, a pesar de todo lo que había sucedido en el Anillo, Gwen sintió un momento de triunfo. Era una victoria gloriosa aquí en el desierto, los aldeanos y los exiliados del Anillo reunidos juntos, unidos para desafiar al enemigo.
Los aldeanos habían perdido muchos hombres buenos y Gwen había perdido algunos de los suyos. Pero, al menos, Gwen estaba aliviada de ver que Darius estaba vivo y, con ayuda, se levntaba torpemente.
Gwen sabía que el Imperio tenía millones de hombres más. Sabía que el día de la venganza llegaría.
Pero aquel día no era hoy. Hoy no había tomado la decisión más sabia, pero había tomado la más valiente. La correcta. Sentía que era una decisión que su padre hubiera tomado. Había escogido el camino más difícil. El camino de lo que era correcto. El camino de la justicia. El camino del valor. Y, a pesar de lo que pudiera venir, aquel día había vivido.
Realmente había vivido.
CAPÍTULO TRES
Volusia estaba en el balcón de piedra mirando hacia abajo, el patio de adoquines de Maltolis se desplegaba bajo ella y lejos, allá abajo, veía el cuerpo en postura desgarbada del Príncipe, allí tumbado, inmóvil, sus extremidades extendidas en una posición grotesca. Parecía tan lejos desde allá arriba, tan minúsculo, tan desprovisto de poder y Volusia se maravillaba de cómo, tan solo unos instantes antes, había sido uno de los gobernadores más poderosos del Imperio. Esto le recordó lo frágil que era la vida, la ilusión que representaba el poder y, por encima de todo, cómo ella, de infinito poder, poseía el poder de la vida y la muerte sobre cualquiera. Ahora nadie, ni tan solo un gran príncipe, podía detenerla.
Mientras ella estaba allí, mirando hacia fuera, se levantaron los gritos de los miles de hombres de él a lo largo y ancho de la ciudad, los conmocionados ciudadanos de Maltolis, quejándose, su sonido llenaba el patio y se levantaba como una plaga de langostas. Gemían, gritaban y golpeaban sus cabezas contra los muros de piedra; se echaban al suelo, como niños enojados y se arrancaban el pelo del cuero cabelludo. Al verlos, pensó Volusia, uno pensaría que Maltolis había sido un líder benevolente.
“¡NUESTRO PRÍNCIPE!” exclamó uno de ellos, un grito repetido por muchos otros mientras todos ellos corrían hacia delante, lanzándose sobre el cuerpo del Príncipe loco, sollozando y convulsionando mientras se agarraban a él.
“¡NUESTRO QUERIDO PADRE!”
Las campanas de repente tocaron