Antes De Que Necesite . Блейк Пирс
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Lanzó la llave de cruz a través del aire con tanta fuerza como pudo. Navegó por los cinco metros más o menos que le separaban de Nell, y le dio directamente en la espalda. Él soltó un grito de sorpresa y de dolor antes de tambalearse hacia delante y caer de rodillas, casi dando con su rostro en el borde de la acera.
Mackenzie echó a correr tras él, clavándole una rodilla en su espalda antes de que siquiera pudiera pensar en intentar volver a ponerse de pie.
Le sujetó los brazos a la espalda y le empujó hacia abajo. Él trataba de librarse, pero pronto se dio cuenta de que escaparse solo iba a causarle más dolor debido a que sus hombros estaban estirados hacia atrás. Con una velocidad que llevaba meses practicando, sacó su par de esposas de su cinturón y se las colocó en las muñecas.
“Eso fue una tontería,” dijo Mackenzie. “Solo quería hacerte unas preguntas… y me diste la respuesta que andaba buscando.”
Nell no dijo nada, pero aceptó por fin que no iba a poder escaparse de ella. Mientras pasaban varios coches, el otro hombre del taller llegó apresuradamente.
“¿Qué demonios es esto?” preguntó.
“El señor Nell acaba de atacar a una agente del FBI,” dijo Mackenzie. “Me temo que no podrá terminar su jornada en el taller.”
***
Mackenzie observaba a Mike Nell desde el otro lado del espejo falso de la sala de observación. Parecía estar molesto y avergonzado—con un gesto de fastidio que había permanecido en su rostro desde el momento en que Mackenzie le había puesto en pie para esposarle delante de su jefe. Se mordía el labio nerviosamente, lo que indicaba que, seguramente, se estaba muriendo por fumar un cigarrillo o tomar algo de beber.
Mackenzie desvió la mirada de él para examinar el documento que tenía en las manos. Contaba la breve, aunque tormentosa, historia de Mike Nell, un adolescente que se había escapado de casa con dieciséis años, al que habían detenido por primera vez por robo menor con asalto a mano armada a los dieciocho años. Los últimos doce años de su vida describían el retrato de un perdedor atormentado—asaltos, robos, allanamiento de morada, además de unas cuantas temporadas a la sombra.
Además de Mackenzie, Dagney y el Jefe Rodríguez miraban a Nell con algo parecido al desprecio.
“Tengo la impresión de que le habéis visto a menudo en el pasado, ¿no es cierto?” preguntó Mackenzie.
“Así es,” dijo Rodríguez. “Y por alguna razón, los jueces no hacen más que darle una palmadita en la muñeca y eso es todo. La pena más larga que ha cumplido era la misma de la que le acaban de dar la condicional, y era una sentencia de solo un año. Si resulta que este desgraciado es responsable de esos asesinatos, los jueces se van tener que meter el rabo entre las piernas.”
Mackenzie entregó el informe a Dagney y caminó hacia la puerta. “Muy bien, veamos lo que tiene que contar,” dijo Mackenzie.
Salió de la sala y permaneció en pie en el pasillo durante un momento antes de irse a interrogar a Mike Nell. Sacó su teléfono, mirando por si había recibido un mensaje de Harrison. Asumía que para ahora ya estaría en el aeropuerto, quizá tras hablar con otros familiares para hacerse una mejor idea de lo que estaba pasando en su hogar natal. Lo sentía de verdad por él y a pesar de que no le conocía muy bien, deseaba que hubiera algo que ella pudiera hacer al respecto.
Dejando por un momento sus emociones de lado, se metió el teléfono al bolsillo y entró a la sala de interrogatorios. Mike Nell elevó la vista hacia ella y no se molestó en ocultar una mirada de desprecio. Aunque ahora había algo más en ella. No trató de esconder el hecho de que la estaba mirando de arriba abajo, dejando que su mirada se entretuviera algo más de lo necesario en sus caderas.
“¿Ves algo que te guste, Nell?” preguntó ella mientras tomaba asiento.
Obviamente perplejo ante esa pregunta, Nell se echó a reír con nerviosismo y dijo, “Supongo.”
“Supongo que ya sabes que estás metido en problemas por ponerle las manos encima a una agente del FBI, aunque no fuera más que un empujón.”
“¿Y qué pasa con tu numerito de la llave?” le preguntó él.
“¿Hubieras preferido mi arma? ¿Un tiro a través de tu pierna o tu hombro para que fueras más lento?”
Nell no tenía respuesta para eso.
“Está claro que no nos vamos a hacer los mejores amigos del mundo,” dijo Mackenzie, “así que vamos a saltarnos la charla de cortesía. Me gustaría saber todos los lugares en los que has estado durante el transcurso de la semana pasada.”
“Esa es una lista muy larga,” dijo Nell, desafiante.
“Claro, estoy segura de que un hombre de tu carácter sale por todas partes. Vamos a empezar por hace dos noches. ¿Dónde estuviste entre las 6 de la tarde y las 6 de la mañana?”
“¿Hace dos noches? Salí con un amigo. Jugué algo a las cartas, tomé unos tragos. Nada serio.”
“¿Hay alguien además de tu amigo que pueda confirmar eso?”
Nell se encogió de hombros. Había unos cuantos tipos más jugando a las cartas con nosotros. ¿De qué demonios estamos hablando de todas maneras?”
Mackenzie no veía razones en alargarlo más de lo necesario. Si no estuviera tan distraída por lo que estaba sucediendo con Harrison, puede que le hubiera interrogado todavía más antes de ir directamente al grano, esperando que él cayera en su propia trampa si era de hecho culpable.
“Encontraron a una pareja asesinada en su mansión hace dos noches. Da la casualidad de que es una mansión ubicada en la misma urbanización de mansiones donde te detuvieron por intento de robo y asalto a mano armada. Pon esas dos cosas juntas, además del hecho de que te han dado la condicional hace menos de un mes, y eso te pone entre los primeros puestos de gente a la que interrogar.”
“Eso es mentira,” dijo Nell.
“No, eso es lógica, algo con lo que asumo no eres muy familiar, dado tu historial delictivo.”
Podía ver cómo él le quería devolver el comentario mordaz, pero se detuvo, eligiendo de nuevo morderse el labio superior. “No he vuelto a pasar por ese lugar desde que salí,” dijo. “¿Qué diablos de sentido tendría eso?”
Mackenzie le observó con escepticismo por un instante y le preguntó: “¿Y qué hay de tus amigos? ¿Son otros tipos que conociste en la cárcel?”
“Uno de ellos sí lo es.”
“¿Alguno de tus amigos está metido en robos y asaltos también?”
“No,” le espetó él. “Uno de los tipos tiene una acusación por allanamiento de morada de cuando era un adolescente, pero no… no matarían a nadie. Ni tampoco yo lo haría.”
“Pero el allanamiento de morada o darle una paliza a alguien ¿están bien?”
“Nunca he matado a nadie,” dijo de nuevo. Estaba claramente