Antes De Que Sienta . Блейк Пирс
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Y, sin embargo, ahí estaba de nuevo.
Escuchó el ruido, y ahora la sensación de que había alguien allí se hizo más intensa. Olió a alguien. No era un mal olor en absoluto. De hecho, le resultaba familiar.
El miedo le recorrió por dentro, y abrió la boca para gritar.
Antes de que pudiera hacerlo, por sorpresa, sintió una presión enorme alrededor de su garganta. También sintió algo más, que emanaba de la persona en cuestión como si fuera calor.
Odio.
Se atragantó, incapaz de chillar, de hablar, de respirar, y sintió cómo se caía de rodillas.
La presión se intensificó alrededor de su cuello y ese sentimiento de odio pareció penetrarle cuando el dolor se expandió por todo el cuerpo y, por primera vez, Ellis se sintió aliviada de estar ciega. Mientras sentía como se le escapaba la vida, se sintió aliviada de no tener que posar la vista en el rostro del mal. En vez de ello, lo único que tenía para darle la bienvenida a lo que fuera que le esperara después de esta vida era esa oscuridad demasiado familiar detrás de sus ojos.
CAPÍTULO UNO
Mackenzie White, siempre en movimiento, estaba encantada de la vida de estar confinada a su pequeño cubículo. Todavía se sintió más feliz cuando, hacía tres semanas, McGrath le había llamado y le había dicho que había un despacho vacío gracias a una ronda de despidos del gobierno, y que era suyo si lo quería. Mackenzie había esperado unos cuantos días, y cuando nadie más se lo quedó, decidió mudarse.
Estaba mínimamente decorado, y solo contaba con su escritorio, una lámpara de mesa, una pequeña estantería, y dos sillas al otro lado de su escritorio. Había un calendario de borrado en seco colgado de la pared. Estaba mirando al calendario mientras se tomaba un descanso entre responder a sus emails y realizar llamadas para averiguar detalles sobre un caso en particular.
Era un caso antiguo… un caso vinculado a la única tarjeta de visita que había sobre el calendario de borrado en seco, pegada con un imán:
Antigüedades Barker
Se trataba del nombre de una compañía que, por lo visto, no había existido jamás.
Todas las líneas de investigación que surgían solían ser descartadas de inmediato. Lo más cerca que habían estado de llegar a alguna parte había sucedido cuando el agente Harrison había descubierto un lugar en New York que podía tener cierta conexión, pero no había resultado ser más que un hombre que vendía antigüedades de saldo desde su garaje en los años 80.
A pesar de ello, tenía la sensación de que estaba a punto de encontrar algún hilo que le llevaría hasta las respuestas que había estado buscando—respuestas relativas a la muerte de su padre y al asesinato aparentemente relacionado que había tenido lugar este mismo año, solo seis meses atrás.
Intentó agarrarse a esa sensación de que había algo ahí afuera, columpiándose sin ser visto a la vez que estaba delante de sus narices. Tenía que hacerlo en días como el de hoy en que había visto cómo tres posibles pistas se agotaban por el camino entre llamadas de teléfono y mensajes de correo electrónico.
Para Mackenzie, la tarjeta de visita se había convertido en una pieza de rompecabezas. La miraba fijamente todos los días, tratando de imaginar un enfoque al que todavía no le hubiera dado una oportunidad.
Estaba tan entretenida con ella cuando alguien llamó a la puerta de su despacho, que le hizo dar un leve salto. Miró a la puerta y vio a Ellington allí de pie. Asomó su cabeza y echó un vistazo.
“Sí, el entorno de oficina sigue sin pegar contigo”.
“Ya lo sé”, dijo Mackenzie. “Me siento como toda una impostora. Entra”.
“Oh, no tengo mucho tiempo”, dijo él. “Solo me preguntaba si querrías salir a comer algo”.
“Puedo hacerlo”, dijo ella. “Nos vemos abajo como en media hora y…”
Sonó el teléfono sobre su escritorio, interrumpiéndole. Leyó la pantalla y vio que provenía de la extensión de McGrath. “Un segundo”, dijo. “Es McGrath”.
Ellington asintió y asumió una expresión juguetonamente seria.
“Aquí la agente White”, dijo Mackenzie.
“White, soy McGrath. Necesito verte en mi oficina cuanto antes respecto a un nuevo caso. Agarra a Ellington y traételo contigo”.
Ella abrió la boca para decir Sí, señor, pero McGrath terminó la llamada antes de que ella tuviera siquiera tiempo de respirar.
“Parece que el almuerzo tendrá que esperar”, dijo ella. “McGrath quiere vernos”.
Intercambiaron una mirada incómoda mientras la misma idea cruzó sus mentes. Con frecuencia, se habían preguntado cuánto tiempo serían capaces de mantener su relación sentimental en secreto delante de sus colegas, sobre todo de McGrath.
“¿Crees que lo sabe?”., preguntó Ellington.
Mackenzie se encogió de hombros. “No lo sé, pero dijo que tiene que vernos para hablarnos de un caso. Así que, si lo sabe, por lo visto esa no es la razón de que hiciera la llamada”.
“Vayamos y averigüémoslo”, dijo Ellington.
Mackenzie bloqueó su ordenador y se unió a Ellington para dirigirse a la oficina de McGrath al otro lado del edificio. Trató de decirse a sí misma que lo cierto es que no le importaba que McGrath supiera lo suyo. No es que fuera razón para suspenderles ni nada por el estilo, pero seguramente, si lo acababa descubriendo, no les permitiría trabajar juntos de nuevo.
Así que, aunque hacía lo posible porque no le importara, también sentía cierta preocupación. Hizo lo que pudo para reprimirla mientras se aproximaban al despacho de McGrath al tiempo que caminaba intencionalmente lo más lejos de Ellington que le era posible.
***
McGrath los miró con desconfianza cuando tomaron asiento en las dos butacas delante de su escritorio. Era un asiento al que Mackenzie se estaba acostumbrando; se sentaba aquí para que McGrath le echara un sermón o le cantara sus alabanzas. Se preguntó cuál de las dos sería hoy antes de que les entregara su tarea.
“Entonces, hagamos las tareas de casa primero”, dijo McGrath. “Me parece que está bastante claro que algo está pasando entre vosotros dos. No sé si se trata de amor o solo de una historia pasajera o qué… y, sinceramente, no me importa. No obstante, esta es vuestra primera y única advertencia. Si interfiere con vuestro trabajo, no os volverán a emparejar. Y eso sería una auténtica pena porque trabajáis realmente bien juntos. ¿Me explico?”..
Mackenzie no veía ningún sentido en negarlo. “Sí señor”.
Ellington imitó su respuesta y Mackenzie sonrió con malicia cuando vio que parecía avergonzado. Se imaginó que no era la clase de agente que estaba acostumbrado a que sus superiores le echaran la bronca.
“Ahora que ya nos hemos encargado de eso,