Antes de que Mate . Блейк Пирс
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Antes de que Mate - Блейк Пирс страница 6
“No lo había hecho,” dijo, sin miedo de enfrentarse con él. “Pero sí que leí el informe.”
“Se le olvida, señor,” dijo Porter. “Mackenzie se pasa sus horas libres leyendo archivos de casos sin resolver. Esta chica es como una enciclopedia andante en estas cuestiones.”
Mackenzie se dio cuenta de inmediato de que Porter se había referido a ella por su nombre de pila y de que la había llamado una chica en vez de una mujer. Lo más triste es que ella no creía que él ni siquiera se diera cuenta de su falta de respeto.
Nelson se rascó la cabeza y soltó por fin el suspiro tormentoso que había estado acumulando. “¿1987? ¿Estás segura?”
“Casi del todo.”
“¿Roseland?”
“O el área circundante,” dijo ella.
“Está bien,” dijo Nelson, mirando al extremo de la mesa donde estaba sentada una mujer de mediana edad, escuchando con atención. Tenía un ordenador portátil delante de ella, en el que había estado tecleando en silencio todo el tiempo. “Nancy, ¿puedes hacer una búsqueda sobre esto en la base de datos?”
“Sí señor,” dijo ella. Comenzó a teclear algo en el servidor interno de la comisaría de inmediato. Nelson lanzó otra mirada reprobatoria a Mackenzie que básicamente se traducía como: Será mejor que tengas razón. Si no la tienes, acabas de hacerme perder veinte segundos de mi preciado tiempo.
“De acuerdo, chicos y damas,” dijo Nelson. “Así es cómo vamos a dividir esto. En el momento que termine esta reunión, quiero que Smith y Berryhill se dirijan a Omaha para ayudar al departamento de policía local. A partir de ahí, si es necesario, rotaremos en pares. Porter y White, quiero que vosotros dos habléis con los hijos de la difunta y con su jefe. También estamos trabajando para conseguir la dirección de su hermana.
“Perdone, señor,” dijo Nancy, elevando la vista de su ordenador.
“¿Sí, Nancy?”
“Parece que la detective White tenía razón. Octubre de 1987, se encontró a una prostituta muerta y atada a un poste de madera justo fuera de los límites de la ciudad de Roseland. El archivo que estoy mirando dice que la dejaron en su ropa interior y que fue gravemente azotada. No hay signos de abuso sexual y ningún motivo digno de mención.”
La sala se volvió a quedar en silencio porque muchas preguntas condenatorias no fueron expresadas. Al final, Porter fue el que habló y aunque Mackenzie podía asegurar que estaba tratando de descartar el caso, pudo escuchar un toque de preocupación en su voz.
“Eso fue casi hace treinta años,” dijo él. “Yo diría que es una conexión débil.”
“No obstante, es una conexión,” dijo Mackenzie.
Nelson golpeó el escritorio con su puño, su mirada encendida hacia Mackenzie. “Si hay una conexión aquí, ¿sabes lo que eso significa, verdad?”
“Significa que puede que se trate de un asesino en serie,” dijo ella. “Y hasta la idea de que puede que se trate de un asesino en serie significa que tenemos que pensar en llamar al FBI.”
“Ah, demonios, dijo Nelson. “Ahí te estás precipitando. Te estás precipitando mucho, de hecho.”
“Con el debido respeto,” dijo Mackenzie, “merece la pena investigarlo.”
“Y ahora que tu cerebro programado nos ha hecho prestar atención a ello, tenemos que hacerlo,” dijo Nelson. “Haré algunas llamadas y te pondré a trabajar en la investigación. Por ahora, dediquémonos a lo que es relevante y urgente. Eso es todo por ahora, gente. Poneos a trabajar.”
El pequeño grupo sentado a la mesa de conferencias comenzó a dispersarse, llevándose sus carpetas con ellos. Cuando Mackenzie empezó a salir de la sala, Nancy le lanzó una sonrisa de reconocimiento. Era lo más alentador que Mackenzie había experimentado en el trabajo en más de dos semanas. Nancy es la recepcionista que en ocasiones comprueba datos en la comisaría. Que Mackenzie supiera, era uno de los pocos miembros de más edad en el cuerpo que no tenía ningún problema con ella.
“Porter, White, esperad,” dijo Nelson.
Ella percibió que ahora Nelson mostraba más de esa misma preocupación que había visto y oído en la intervención de Porter hacía apenas unos segundos. Parecía que le estuviera poniendo hasta enfermo.
“Buena memoria con el caso del 87,” le dijo Nelson a Mackenzie. Daba la impresión de que le dolía físicamente tener que hacerle un cumplido. “Es un tiro a ciegas. Que hace que te preguntes…”
“¿Te preguntes qué?” inquirió Porter.
Mackenzie, que nunca había sido alguien con pelos en la lengua, respondió por Nelson.
“Por qué ha decidido volver a la acción ahora,” dijo.
Añadió después:
“Y cuando matará de nuevo.”
CAPÍTULO TRES
Estaba sentado en su coche, disfrutando del silencio. Las farolas proyectaban un halo fantasmal sobre la calle. No es que hubiera muchos coches en la calle a esa hora tan tardía, lo que creaba un ambiente inquietante pero sereno. Sabía que lo más seguro es que cualquiera que estuviera en esta parte de la ciudad a estas horas estaría preocupado o llevando sus asuntos en secreto. Le hacía más fácil concentrarse en lo que se traía entre manos—la Buena Obra.
Las aceras estaban oscuras excepto por el ocasional brillo de neón de establecimientos de mala reputación. La tosca figura de una mujer bien dotada resplandeció en la ventana del edificio que él estaba vigilando. Parpadeó como un faro en la mar agitada. Pero no había refugio en tales lugares— al menos no uno respetable.
Sentado en su coche, tan lejos de las farolas como podía, pensaba en el repaso que había hecho en casa. Lo había estudiado con detenimiento antes de salir esta noche. Había restos de su obra en su pequeño escritorio: una cartera, un pendiente, un collar de oro, un mechón de pelo rubio dentro de un contenedor de plástico. Eran recordatorios, recordatorios de que se le había asignado esta tarea. Y que tenía más trabajo por hacer.
Un hombre emergió del edificio en el lado opuesto de la calle, distanciándole de sus pensamientos. Vigilante, se quedó allí sentado esperando pacientemente. Había aprendido mucho sobre la paciencia con los años. Debido a ello, saber que debía operar a toda prisa le había puesto nervioso. ¿Y si no acertaba?
No tenía muchas opciones. El asesinato de Hailey Lizbrook ya estaba en las noticias. Había gente buscándole—como si fuera él el que hubiera hecho algo malo. Ellos no lo entendían. Lo que él había dado a esa mujer había sido un regalo.
Un acto de gracia.
En el pasado, había dejado que pasara mucho tiempo entre sus actos sagrados. Pero ahora, sentía una urgencia. Había mucho por hacer. Siempre había mujeres por ahí—en esquinas, en anuncios personales, en la televisión.