Una Razón Para Rescatar . Блейк Пирс
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Saber que Ramírez había estado a punto de mudarse con ella (y, según el anillo que había sido descubierto en su bolsillo, también a punto de pedirle que se casara con él) hacía que regresar a su apartamento fuera lúgubre. Observó los alrededores a lo que entró. El lugar se veía muerto. Se sentía como si nadie hubiera vivido allí en mucho tiempo, un lugar que estaba esperando ser despojado, repintado y alquilado a otra persona.
Pensó en llamar a Rose. Podrían pasar el rato y pedir una pizza. Pero sabía que Rose querría hablar de lo que estaba pasando y Avery todavía no estaba preparada para eso. Por lo general procesaba las cosas bastante rápido, pero esto era diferente. El hecho de que Ramírez estaba en peligro y que Howard Randall había escapado... era demasiado para ella.
Aunque el lugar realmente ya no se sentía como su casa, anhelaba estirarse en ese sofá. Y su cama estaba llamando su nombre.
“Sigue siendo mi hogar”, pensó. “Solo porque Ramírez no sobreviva y no termine aquí contigo no significa que este no sigue siendo tu hogar. No seas tan dramática”.
Y allí estaba, tan claro como el agua. Hasta ahora había logrado proteger sus pensamientos contra esa realidad pero, ahora que había pensado en ello, era un poco más asombroso de lo que había supuesto.
Con los hombros caídos, se dirigió al baño. Se desnudó, se metió en la bañera, cerró la cortina y abrió el agua caliente. Se quedó allí durante varios minutos antes de tocar el jabón o champú, dejando que el agua relajara sus músculos. Cerró la ducha cuando termino de asearse, metió el tapón en la bañera y dejó que la bañera comenzara a llenarse con agua caliente. Se sentó a lo que se llenó, permitiéndose a sí misma relajarse un poco.
Cuando el agua estaba en el borde, cerró el grifo con la punta del pie y luego cerró los ojos.
El único sonido en el apartamento era el goteo lento y rítmico del exceso de agua del grifo y el sonido de su propia respiración.
Y poco después, un tercer sonido: el llanto de Avery.
Había logrado mantenerse calmada, no queriendo mostrar ese lado de sí misma en el hospital y no queriendo que Ramírez lo escuchara, si es que podía escuchar en absoluto. Aunque se había metido en el baño de su habitación unas cuantas veces para llorar un poco, esta era la primera vez que se desahogaba bien.
Lloró en la bañera y, justo cuando la idea de que Ramírez posiblemente no sobreviviría finalmente pasó por su mente, su llanto se intensificó un poco.
Siguió llorando y no salió de la bañera hasta que el agua se volvió tibia y sus pies y manos estaban arrugados. Cuando por fin salió, oliendo como un ser humano normal y habiéndose desahogado un poco, se sintió mucho mejor.
Después de vestirse, incluso se tomó el tiempo para ponerse un poco de maquillaje y logró arreglarse el cabello. Luego se aventuró a la cocina, se sirvió un plato de cereal como una merienda vespertina y revisó su teléfono, que había dejado sobre la encimera de la cocina.
Tenía tres mensajes de voz y ocho mensajes de texto.
Todos eran de números que conocía. Dos eran de la comisaría. Los otros eran de Finley y O’Malley. Uno de los mensajes de texto era de Connelly. Fue el último que le había llegado, hace siete minutos, y no fue nada sutil. El mensaje de texto decía: Avery, ¡más te vale que contestes tu maldito teléfono si valoras tu trabajo!
Sabía que solo quería asustarla, pero el hecho de que Connelly le había enviado un mensaje de texto significaba que algo pasaba. Connelly rara vez enviaba mensajes. Algo grave tenía que estar pasando.
No se molestó en comprobar los mensajes de voz. En vez decidió llamar a O’Malley. No quería hablar con Finley porque solía portarse extraño en situaciones incómodas. Y no quería hablar con Connelly ya que de seguro estaba de mal humor.
O’Malley respondió casi de inmediato. “Avery. Dios... ¿dónde demonios has estado?”.
“En la bañera”.
“¿Estás en tu apartamento?”.
“Sí. ¿Hay algún problema? Vi que Connelly me envió un mensaje de texto. ¡Un mensaje de texto! ¿Qué pasa?”.
“Pasó algo grave y... si te sientes preparada, queremos que trabajes en ello. En realidad... incluso si no te sientes preparada, Connelly te quiere aquí”.
“¿Por qué?”, preguntó, intrigada. “¿Qué pasó?”.
“Solo... solo vente a la comisaría”.
Ella suspiró, dándose cuenta de que la idea de volver a trabajar realmente la hacía sentirse bien. Tal vez le daría un poco de energía. Tal vez lograría sacarla de esta depresión terrible en la que había estado durante las últimas dos semanas.
“¿Qué es tan importante?”, preguntó.
“Tenemos un asesinato”, dijo O’Malley. “Y estamos seguros de que fue obra de Howard Randall”.
CAPÍTULO DOS
Avery se sintió más atemorizada cuando llegó a la comisaría. Había furgonetas de noticias por todas partes, con un montón de presentadores de noticias compitiendo por la mejor posición. Había tanta conmoción en el estacionamiento y en el césped que había agentes uniformados en las puertas delanteras, manteniéndolos a raya. Avery condujo a la otra entrada, lejos de la calle, y vio que había unas cuantas furgonetas estacionadas allí también.
Vio a Finley entre los pocos oficiales en la parte posterior del edificio que estaban posicionados para mantener la paz. Cuando vio su auto, salió de la multitud y le hizo un gesto para que se acercara a él. Al parecer, Connelly lo había enviado para servir como guardia y asegurarse de que fuera capaz de entrar a pesar de toda la locura.
Estacionó su auto y se fue tan rápido como pudo a la entrada trasera. Finley se colocó a su lado enseguida. Debido a su historial como abogado, así como por los casos de alta repercusión mediática en los que había trabajado como detective, Avery sabía que algunos de los reporteros reconocían su rostro. Afortunadamente, gracias a Finley, nadie pudo verla bien.
“¿Qué diablos está pasando? ¿Atrapamos a Randall?”, preguntó Avery.
“Me encantaría contarte lo que sucedió”, dijo Finley. “Pero Connelly me dijo que no te dijera nada. Quiere ser el primero en hablar contigo”.
“Eso es justo, supongo”.
“¿Cómo estás, Avery?”, preguntó Finley mientras caminaban rápidamente a la sala de conferencias cerca de la parte trasera de la sede de la A1. “Digo, ¿con todo esto de Ramírez?”.
Trató de no darle mucha importancia a todo. “Estoy bien. Lidiando con todo”.
Finley percibió que no quería seguir hablando de eso,