Una Razón para Huir . Блейк Пирс
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Читать онлайн книгу Una Razón para Huir - Блейк Пирс страница 12
“En realidad no”, respondió Avery. “Eso les da a tipos como tú un blanco en el departamento de policía. No me gusta ser un blanco”.
“Cierto, cierto”, dijo.
“Estamos en busca de información”, agregó Avery. “Una mujer de mediana edad llamada Henrietta Venemeer es propietaria de una librería en Sumner. Libros espirituales, religiosos, de psicología, cosas por el estilo. Se rumorea que no te agradaba su tienda. Estaba siendo acosada”.
“¿Por mí?”, respondió sorprendido y se señaló a sí mismo.
“Por ti o tus hombres. No estamos seguros. Es por eso que estamos aquí”.
“¿Por qué venir a la boca del lobo para preguntar acerca de una mujer en una librería? Explícamelo por favor”.
Su rostro no delató nada cuando mencionó a Henrietta y la librería. De hecho, Avery creía que la acusación lo había insultado.
“Ella fue asesinada anoche”, dijo Avery. Luego observó a los hombres en la sala y cómo reaccionaron. “Tenía el cuello fracturado y fue atada a un yate en el puerto deportivo de la calle Marginal”.
“¿Por qué haría eso?”, preguntó.
“Eso es lo que queremos averiguar”.
Desoto comenzó a hablarles a sus hombres en otro idioma. Su hermano menor y otro hombre se veían realmente molestos por haber sido acusados de algo que evidentemente no estaba a su altura. Sin embargo, los otros tres se veían avergonzados. Comenzaron a discutir por algo. En un momento, Desoto se puso de pie muy enojado, mostrando toda su altura y tamaño.
“Estos tres han estado en la tienda”, susurró Ramírez. “La robaron dos veces. Desoto está molesto porque apenas se va enterando y nunca recibió su parte”.
Con un fuerte rugido, Desoto golpeó la mesa con su puño y la partió por la mitad. Los billetes, monedas y joyas salieron volando por todas partes. Un collar casi azotó el rostro de Avery, y se vio obligada a echarse para atrás y pararse contra la puerta. Los cinco hombres empujaron sus sillas. El hermano menor de Desoto gritó de frustración y levantó los brazos. Desoto estaba dirigiendo su ira a un hombre en particular. Tenía un dedo metido en el rostro del hombre y ambos se amenazaron.
“Ese tipo llevó a los otros a la tienda”, susurró Ramírez. “Él está en problemas”.
Desoto se dio la vuelta.
“Mis disculpas”, dijo. “Mis hombres efectivamente acosaron a esta mujer en su tienda. Dos veces. Me acabo de enterar de esto”.
El corazón de Avery latía con fuerza. Estaban en una sala aislada llena de criminales enojados con armas e, independientemente de las palabras y los gestos de Desoto, era una presencia intimidante, y, si los rumores eran ciertos, también era un asesino en serie. De repente, su pequeña cuchilla estaba tan fuera de su alcance que no era tan reconfortante como había pensado.
“Gracias”, dijo. “Solo para estar seguros de que estamos en sintonía, ¿alguno de tus hombres tendría alguna razón para matar a Henrietta Venemeer?”.
“Nadie mata sin mi aprobación”, afirmó rotundamente.
“Venemeer fue colocada extrañamente en el barco”, continuó Avery. “A la vista de todo el puerto. Una estrella fue dibujada encima de su cabeza. ¿Eso significa algo para ti?”.
“¿Recuerdas a mi primo?”, preguntó Desoto. “¿Michael Cruz? ¿Pequeñito? ¿Flaco?”.
“Para nada”.
“Le rompiste el brazo. Le pregunté cómo una niñita pudo haberlo derribado y me dijo que eras muy rápida, y muy fuerte. ¿Crees que podrías derribarme, oficial Black?”.
Había comenzado la espiral perversa.
Avery podía sentirlo. Desoto estaba aburrido. Había respondido sus preguntas y estaba aburrido y enojado y tenía a dos policías desarmados en su sala privada debajo de una tienda. Incluso los hombres que habían estado jugando póquer no les quitaban la mirada de encima.
“No”, dijo. “Creo que podrías matarme en combate cuerpo a cuerpo”.
“Creo en ojo por ojo”, dijo Desoto. “Creo que uno debe recibir información cuando la da. El equilibrio es muy importante en la vida. Te di información. Tú arrestaste a mi primo. Ahora me has quitado dos cosas. ¿Entiendes?”, preguntó. “Me debes algo”.
Avery se echó para atrás y adoptó su postura tradicional de jiu-jitsu, piernas flexionadas y ligeramente separadas, brazos levantados y manos abiertas debajo de su barbilla.
“¿Qué te debo?”, preguntó.
Con solo un gruñido, Desoto saltó hacia adelante, estiró su brazo derecho y dio un puñetazo.
CAPÍTULO SIETE
La sala se volvió negra en la mente de Avery, y lo único que veía eran los cinco hombres, sentía a Ramírez junto a ella, y veía el puño de Desoto acercándose más a su rostro. Ella llamaba esto ‘La niebla’, un lugar donde solía ir a menudo, otro mundo separado de su existencia física. Su instructor de jiu-jitsu lo llamaba “la conciencia definitiva”, un lugar donde su concentración se volvía selectiva, así que los sentidos eran más elevados alrededor de blancos específicos.
Ella agarró la muñeca de Desoto. Al mismo tiempo, utilizó su propio impulso para arrojarlo a la puerta del sótano. El hombre gigante se estrelló fuertemente.
Luego Avery giró y le dio una patada a un atacante en el estómago. Después de eso, todo se movió en cámara lenta. Agredió a cada uno de los cinco hombres. Un pinchazo en la garganta hizo que uno cayera al suelo. Una patada en la ingle seguida de otro fuerte golpe hizo que otro se estrellara contra la mesa rota. Perdió al hermano menor de Desoto de vista por un segundo. Se volvió para verlo a punto de golpearla con un par de manoplas. Ramírez entró en juego y lo tiró al suelo.
Desoto rugió y agarró a Avery por detrás.
El enorme peso de su cuerpo era como un bloque de cemento. Avery no podía zafarse. Dio una patada al aire. Él la levantó y la arrojó contra una pared.
Avery se estrelló contra unas estanterías y todos los contenidos cayeron sobre su cabeza cuando cayó al suelo. Desoto le dio una patada en el estómago. El golpe fue tan fuerte que la levantó. Le metió otra patada y su cuello sonó del golpe. Desoto se agachó. Sus brazos gruesos la agarraron por el cuello peligrosamente. La levantó y sus pies estaban colgando.
“Podría romper tu cuello como una ramita”, susurró.
Estaba mareada por los golpes. Le costaba respirar.
“Concéntrate,” se ordenó a sí misma. “O estás muerta”.
Trató de voltear su cuerpo o zafarse. La sujetaba con demasiada fuerza. Algo chocó contra la espalda de Desoto. Avery volvió al suelo y miró hacia atrás para ver a Ramírez con una silla.
“¿Eso