Una Razón para Huir . Блейк Пирс
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CAPÍTULO DOS
Avery llegó al puerto de Boston por el túnel Callahan, que conecta el North End a East Boston. El puerto quedaba cerca de la calle Marginal, justo por al agua.
El lugar estaba repleto de policías.
“Mierda”, dijo Ramírez. “¿Qué demonios pasó aquí?”.
Avery caminó con calma al puerto deportivo. Las patrullas estaban estacionadas irregularmente. También había una ambulancia. Una multitud de personas que querían navegar sus barcos en esta brillante mañana deambulaban por allí, preguntándose qué debían hacer.
Se estacionó y ambos se bajaron y mostraron sus credenciales.
Más allá de la puerta principal y el edificio había una dársena expansiva. Dos embarcaderos sobresalían de la dársena en forma de V. La mayor parte de los policías se habían agrupado alrededor del extremo final de una dársena.
Vio el capitán O’Malley a lo lejos, vestido con un traje oscuro y una corbata. Se encontraba discutiendo con otro policía completamente uniformado. Por las dobles rayas en su pecho, Avery supuso que el otro era el capitán de la A7, que manejaba todo East Boston.
“Mira a este personaje”, dijo, señalando al hombre uniformado. “¿Acaba de salir de una ceremonia o qué?”.
Los agentes de la A7 los miraron feo.
“¿Qué está haciendo la A1 aquí?”.
“Vuelvan al North End”, gritó otro.
El viento azotaba el rostro de Avery mientras caminaba por el muelle. El aire era salado y suave. Apretó su chaqueta alrededor de su cintura para que no se abriera de repente. A Ramírez no le estaba yendo muy bien con las ráfagas intensas, que seguían alborotando su cabello.
Algunas dársenas sobresalían en ángulos perpendiculares en un lado del muelle, y cada muelle estaba lleno de barcos. También había barcos en el otro lado del muelle: lanchas, barcos veleros costosos y enormes yates.
Una dársena separada formaba una forma de T con el extremo del muelle. Un único yate blanco mediano estaba anclado en el medio. O’Malley, el otro capitán y dos oficiales hablaban mientras que un equipo de forenses recorría el barco y tomaba fotografías.
O’Malley se veía igual que siempre: su cabello corto teñido de negro y un rostro arrugado que parecía que podría haber sido el de un boxeador en una vida anterior. Tenía los ojos entrecerrados por el viento y se veía molesto.
“Ella está aquí ahora”, dijo. “Dale una oportunidad”.
El otro capitán parecía señorial, tenía el pelo canoso, un rostro delgado y una mirada arrogante debajo de un ceño fruncido. Era mucho más alto que O’Malley y se veía atontado por el hecho de que O’Malley, o cualquier persona no perteneciente a su equipo, invadiera su territorio.
Avery les asintió a todos.
“¿Qué pasa, capitán?”.
“¿Esta es una fiesta o qué?”. Ramírez sonrió.
“Deja de sonreír”, espetó el capitán señorial. “Esta es una escena del crimen, joven, y espero que te comportes”.
“Avery, Ramírez, este es el capitán Holt de la A7. Él fue lo suficientemente amable como para...”.
“¿Amable?”, espetó. “No sé en qué anda el alcalde, pero está equivocado si cree que puede pisotear toda mi división. Te respeto, O’Malley. Nos conocemos desde hace mucho tiempo, pero esto no tiene precedentes y tú lo sabes. ¿Cómo te sentirías si fuera a la A1 y comenzara a dar órdenes como loco?”.
“Nadie está tomando el control”, dijo O’Malley. “¿Crees que me gusta esto? Tenemos suficiente trabajo en nuestro lado. El alcalde nos llamó a los dos, ¿cierto? Yo tenía otras cosas que hacer hoy, Will, así que no actúes como si esto es una movida ofensiva”.
Avery y Ramírez intercambiaron una mirada.
“¿Cuál es la situación?”, preguntó Avery.
“La llamada entró esta mañana”, dijo Holt, haciendo un gesto hacia el yate. “Una mujer fue hallada muerta en ese barco. Fue identificada como una vendedora de libros local. Llevaba quince años siendo dueña de una librería espiritual en la calle Sumner. No tenía antecedentes penales. No hay nada sospechoso sobre ella”.
“Excepto la forma en la que fue asesinada”, dijo O’Malley, tomando el control. “El capitán Holt estaba desayunando con el alcalde cuando entró la llamada. El alcalde decidió que quería venir y verlo en carne propia”.
“Lo primero que dice es ‘¿Por qué no ponemos a Avery Black en el caso?’”, concluyó Holt, mirando a Avery con desdén.
O’Malley intentó paliar la situación.
“Eso no es lo que me dijiste a mí, Will. Me dijiste que tus chicos llegaron a la escena y que no entendieron lo que estaban viendo, así que el alcalde sugirió que hablaras con alguien que ha tenido experiencia con este tipo de cosas”.
“Da igual”, gruñó Holt y levantó la barbilla pomposamente.
“Ve a echarle un vistazo”, dijo O’Malley y señaló el yate. “Anda a ver qué puedes encontrar. Nos iremos si regresa con las manos vacías”, agregó, hablándole directamente a Holt. “¿Eso te parece justo?”.
Holt se fue a zancadas a sus otros dos agentes.
“Esos dos son de su brigada de homicidios”, indicó O’Malley. “No los miren. No hablen con ellos. No causen problemas. Esta es una situación política muy delicada. Solo cierren la boca y díganme lo que ven”.
Ramírez estaba muy entusiasmado mientras caminaban al gran yate.
“Es una belleza”, dijo. “Parece un Sea Ray 58 Sedan Bridge. Es de dos pisos. Te da sombra arriba, y tiene aire acondicionado adentro”.
Avery estaba impresionada.
“¿Cómo sabes todo eso?”, preguntó.
“Me gusta pescar”. Se encogió de hombros. “Nunca he pescado en un barco así, pero un hombre puede soñar, ¿o no? Debería llevarte a pasear en mi barco”.
A Avery no le gustaba mucho el mar. Las playas, a veces, los lagos, absolutamente, pero ¿veleros y embarcaciones lejos en el océano? Le ocasionaban ataques de pánico. Había nacido y crecido en un terreno plano, y la idea de estar en la marea que se menea, sin tener idea de lo que podría estar al acecho justo debajo, hacía que su mente fuera a lugares oscuros.
A lo que Avery y Ramírez pasaron y se prepararon para embarcar, Holt y sus otros dos detectives los ignoraron. Un fotógrafo en la proa tomó una última foto y le hizo señas a Holt. Hizo su camino a lo largo de la borda a estribor y levantó las cejas a lo que vio a Avery. “Nunca volverás a ver un yate con los mismos ojos”, bromeó.