Una Razón para Huir . Блейк Пирс
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Lo que hacía que la víctima resaltara, más allá de la desnudez y la exhibición pública de su muerte, era la sombra que proyectaba. El sol estaba en el este. Su cuerpo estaba ligeramente inclinado hacia arriba, y producía una imagen especular de su forma arrugada en una sombra larga y deformada.
“No me jodas”, susurró Ramírez.
Como hacía Avery cuando limpiaba las superficies en su casa, se agachó y le echó un vistazo a la proa del barco. La sombra era o bien una coincidencia o una señal del asesino y, si había dejado una señal, quizás dejó otra. Ella se movió de un lado del barco al otro.
En el resplandor del sol, en la superficie blanca de la proa del barco, justo encima de la cabeza de la mujer entre su cuerpo y su sombra, Avery vio una estrella. Alguien había utilizado su dedo para dibujar una estrella, ya sea con saliva o agua salada.
Ramírez llamó a O’Malley.
“¿Qué dijeron los forenses?”.
“Encontraron algunos pelos en el cuerpo. Podrían ser de una alfombra. El otro equipo aún está en el apartamento”.
“¿Qué apartamento?”.
“El apartamento de la mujer”, dijo O’Malley. “Creemos que fue secuestrada allí. No hay huellas por ninguna parte. El tipo pudo haber usado guantes. No sabemos cómo la trasladó aquí, a un muelle muy visible, sin que nadie lo viera. Se metió con unas de las cámaras del puerto deportivo. Debió haberlo hecho justo antes del asesinato. Posiblemente fue asesinada anoche. Parece que el cuerpo no fue molestado, pero el forense tiene la última palabra”.
Holt hizo un ruido.
“Esta es una pérdida de tiempo”, le espetó a O’Malley. “¿Qué puede ofrecer esta mujer que mis hombres ya no hayan descubierto? No me importa su último caso ni su personaje público. En lo que a mí respecta, solo es una abogada fracasada que tuvo suerte en su primer caso importante porque un asesino en serie, a quien ella defendió en los tribunales, la ayudó”.
Avery se levantó, se apoyó en la barandilla y observó a Holt, O’Malley y a los otros dos detectives en el muelle. El viento seguía moviendo su chaqueta y pantalón.
“¿Vieron la estrella?”, preguntó.
“¿Qué estrella?”, dijo Holt.
“Su cuerpo está inclinado hacia un lado y hacia arriba. En la luz del sol, crea una imagen sombreada de su silueta. Muy marcada. Casi parecen ser dos personas, espalda con espalda. Entre su cuerpo y esa sombra, alguien dibujó una estrella. Podría ser una coincidencia, pero la colocación es perfecta. Tal vez podamos tener suerte si el asesino la dibujó con saliva”.
Holt consultó con uno de sus hombres.
“¿Vieron una estrella?”.
“No, señor”, respondió un detective delgado y rubio con ojos marrones.
“¿Y los forenses?”.
El detective negó con la cabeza.
“Ridículo”, murmuró Holt. “¿Una estrella dibujada? Un niño pudo haber hecho eso. ¿Una sombra? La luz crea las sombras. Eso no tiene nada de especial, detective Black”.
“¿Quién es el dueño del yate?”, preguntó Avery.
“Un callejón sin salida”, dijo O’Malley, encogiéndose de hombros. “Un promotor inmobiliario importante. Está en Brasil en un viaje de negocios. Lleva casi un mes allá”.
“Si el barco ha sido limpiado en el último mes, entonces la estrella fue puesta allí por el asesino y, como está perfectamente colocada entre el cuerpo y la sombra, tiene que significar algo. No estoy segura de qué, pero sé que tiene un significado”, dijo Avery.
O’Malley ojeó a Holt.
Holt suspiró.
“Simms, llama a los forenses para que regresen”, le dijo al oficial rubio. “Diles lo de la estrella y la sombra. Te llamaré cuando terminemos”.
Holt miró a Avery miserablemente, y finalmente negó con la cabeza.
“Deja que vea el apartamento”.
CAPÍTULO TRES
Avery caminaba lentamente por el pasillo del edificio de apartamentos mal iluminado, flanqueada por Ramírez. Su corazón latía con anticipación como siempre lo hacía cuando estaba a punto de entrar en una escena del crimen. En este momento, quisiera estar en cualquier otro lado.
Logró recuperarse. Se armó de valor y se obligó a observar cada detalle, sin importar lo mínimo que fuera.
La puerta del apartamento de la víctima estaba abierta. Un oficial estacionado afuera se apartó y les permitió a Avery y los otros pasar por debajo de la cinta de la escena del crimen y entrar.
Un estrecho pasillo daba a una sala de estar. La cocina estaba separada de la sala. Nada parecía estar fuera de lugar, solo era el apartamento bonito de alguien. Las paredes estaban pintadas de un color gris claro. Había estanterías en todas partes. Había pilas de libros en el suelo. Algunas plantas colgaban de las ventanas. Un sofá verde estaba en frente de un televisor. En la única habitación, la cama estaba hecha y cubierta con una manta blanca de encaje.
La única alteración era en la sala de estar, donde era evidente que faltaba una alfombra. Un contorno polvoriento, junto con un espacio oscuro, había sido marcado con numerosas etiquetas policiales amarillas.
“¿Qué encontraron los forenses aquí?”, preguntó Avery.
“Nada”, dijo O’Malley. “No hay huellas. No hay nada. Estamos a oscuras en este momento”.
“¿Algo fue tomado del apartamento?”.
“No creo. El frasco de las monedas está lleno. Su ropa fue colocada cuidadosamente en la cesta de la ropa sucia. Su dinero e identificación todavía estaban en sus bolsillos”.
Avery se tomó su tiempo en el apartamento.
Como de costumbre, se movió en pequeñas secciones y revisó cada una completamente; las paredes, los pisos y las tablas de madera, las chucherías en los estantes. Una foto de la víctima con dos amigas se destacaba. Tomó nota de aprender sus nombres y comunicarse con ellas. Analizó las estanterías y pilas. Había montones de novelas románticas femeninas. El resto eran de temas espirituales, autoayuda y religión.
“Religión”, pensó Avery. “La víctima tenía una estrella sobre su cabeza. ¿La estrella de David?”.
Después de haber observado el cadáver en el barco y el apartamento, Avery comenzó a formar una