Una Vez Atado . Блейк Пирс

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Una Vez Atado  - Блейк Пирс Un Misterio de Riley Paige

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vez la gente no había cambiado mucho.

      ¿Y qué del asesino que estaban a punto de buscar?

      Parecía ridículo imaginar que estaban cazando algún psicópata que estaba emulando a un villano melodramático bigotudo que nunca había existido, ni siquiera en las películas.

      Pero ¿qué podría estar impulsando a este asesino?

      La situación era muy evidente y muy familiar. Riley y sus colegas tendrían que responder esa pregunta, o más personas serían asesinadas.

      Riley se quedó mirando a Jenn trabajar en su computadora. Era una vista alentadora. Por el momento, Jenn parecía haberse librado de sus ansiedades sobre la misteriosa «tía Cora».

      «Pero ¿cuánto tiempo durará eso?», se preguntó Riley.

      De todos modos, ver a Jenn tan concentrada en la investigación recordó a Riley que debería estar haciendo lo mismo. Nunca había trabajado un caso relacionado con trenes, y ella tenía mucho que aprender. Volvió su atención a su computadora.

      *

      Justo como Meredith había dicho, Riley y sus colegas fueron recibidos en la pista del O'Hare por un par de policías ferroviarios uniformados. Todos se presentaron, y Riley y sus colegas se subieron a su vehículo.

      —Será mejor que nos apuremos —dijo el policía en el asiento del pasajero—. Los peces gordos están presionando al jefe para que retire el cadáver de las vías.

      Bill preguntó: —¿Cuánto tiempo tardaremos en llegar?

      El policía que conducía dijo: —Normalmente una hora, pero hoy no nos tardaremos tanto.

      Encendió las luces y la sirena, y el auto comenzó a deslizarse por el tráfico pesado de la tarde. Fue un viaje caótico y tenso a alta velocidad que cruzó el pueblito de Barnwell, Illinois. Después de eso, atravesaron un paso a nivel.

      El policía sentado en el asiento del pasajero señaló y dijo: —Parece que el asesino salió de la carretera justo al lado de las vías en algún tipo de vehículo todoterreno. Condujo al lado de las vías hasta que llegó al lugar donde cometió el asesinato.

      Se detuvieron en poco tiempo y se estacionaron junto a una zona boscosa. Había otra patrulla estacionada allí, y también la furgoneta del médico forense.

      No había tantos árboles. Los policías llevaron a Riley y sus colegas hasta las vías férreas, que estaban a unos quince metros de distancia.

      Luego vieron toda la escena del crimen.

      Riley tragó grueso ante lo que vio.

      Las imágenes cursi de villanos bigotudos y damiselas en apuros desparecieron de su mente.

      Esto era demasiado real… y demasiado horrible.

      CAPÍTULO CINCO

      Riley se quedó mirando el cuerpo en las vías durante un rato. Había visto cuerpos mutilados en todo tipo de formas terribles. Aun así, esta víctima presentaba un espectáculo impactante y único. La mujer había sido decapitada por las ruedas del tren, casi como si hubiera sido obra de la cuchilla de una guillotina.

      A Riley le sorprendió que el cuerpo sin cabeza de la mujer había salido ileso de todo esto. La víctima estaba atada con cinta de embalar, sus manos y brazos pegados a sus costados, y sus tobillos atados juntos. Vestida en lo que había sido un atuendo atractivo, el cuerpo estaba retorcido en una posición desesperada. En el lugar donde su cuello había sido cortado, sangre estaba salpicada en las rocas trituradas, las traviesas de madera y las vías. La cabeza había salido despedida a unos dos metros por las vías. Los ojos y la boca de la mujer estaban completamente abiertos, congelados en una expresión horrorizada.

      Riley vio a varias personas paradas alrededor del cuerpo, algunas de ellas uniformadas, otras no. Riley supuso que eran una mezcla de la policía local y ferroviaria. Un hombre uniformado se acercó a Riley y sus colegas.

      Él dijo: —Supongo que son los del FBI. Soy Jude Cullen, subjefe de la Policía Ferroviaria de Chicago. La gente me llama ‘Toro’ Cullen.

      Se veía orgulloso del apodo. Riley sabía que así les decían a los policías ferroviarios. De hecho, en la organización policial ferroviaria llevaban los cargos de agente y agente especial, al igual que en el FBI. Este policía aparentemente prefería el término más genérico.

      —Fue mi idea que ustedes vinieran —continuó Cullen—. Espero que el viaje valga la pena. Entre más pronto podamos sacar al cadáver de aquí, mejor.

      Mientras Riley y sus colegas se presentaron, comenzó a observar a Cullen. Se veía muy joven y era muy musculoso, sus brazos sobresaliendo de las mangas cortas de la camisa de uniforme que le quedaba apretada sobre su pecho.

      El apodo «Toro» le sentaba bastante bien, pero Riley nunca se encontraba atraída por hombres que obviamente pasaban muchas horas en un gimnasio para verse así.

      Se preguntó cómo un tipo musculoso como Toro Cullen tenía tiempo para hacer otra cosa. Entonces se dio cuenta de que no llevaba un anillo de boda. Supuso que su vida consistía en trabajar y hacer ejercicio, y no mucho más.

      Parecía ser bondadoso y no se veía muy conmovido por la naturaleza macabra de la escena del crimen. Eso sí, ya llevaba unas cuantas horas allí, lo suficiente como para entumecerse ante los acontecimientos. Aun así, el hombre le pareció superficial y vanidoso.

      Ella le preguntó: —¿Ya identificaron a la víctima?

      Toro Cullen asintió y dijo: —Sí, su nombre era Reese Fisher, de treinta y cinco años de edad. Vivía muy cerca de aquí en Barnwell, donde trabajaba como la bibliotecaria local. Estaba casada con un quiropráctico.

      Riley miró por las vías. Este tramo estaba curvado, de modo que no podía ver muy lejos en cualquier dirección.

      —¿Dónde está el tren que la atropelló? —le preguntó a Cullen.

      Cullen señaló y dijo: —Aproximadamente a un kilómetro por allá abajo, exactamente en el mismo lugar donde se detuvo.

      Riley notó un hombre obeso con uniforme negro que estaba en cuclillas al lado del cuerpo.

      —¿Ese es el médico forense? —le preguntó a Cullen.

      —Sí, te lo voy a presentar. Este es el forense de Barnwell, Corey Hammond.

      Riley se puso en cuclillas al lado del hombre. Se dio cuenta de que, a diferencia de Cullen, Hammond aún estaba luchando por contener su shock. Su respiración estaba entrecortada, en parte debido a su peso, y en parte debido al horror y repugnancia. Seguramente nunca había visto nada parecido en su jurisdicción.

      —¿Qué puedes decirnos hasta ahora? —le preguntó al médico forense.

      —No veo señales de agresión sexual. Eso concuerda con la autopsia del otro médico forense de la víctima de hace cuatro días, cerca de Allardt. —Hammond señaló pedazos destrozados de cinta para embalar plateada alrededor del cuello y los hombros de la mujer—. El asesino la ató

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