Una Vez Atado . Блейк Пирс
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El alago de Riley alegró mucho a Jenn.
Recordó de nuevo cómo había empezado su día, y la forma en que su comunicación con la tía Cora la había dejado sintiéndose insuficiente e indigna.
«Tal vez sí soy útil», pensó.
Después de todo, siempre había sabido que la empatía era una cualidad que carecía y que necesitaba cultivar. Y ahora por fin parecía haber tomado unos pasos para convertirse en una agente más empática.
También se sentía energizada por la promesa que acababa de hacerle a Brock Putnam: —Le prometo que obtendrá justicia. Me aseguraré de ello.
Le alegraba haberle prometido eso. Ahora estaba comprometida a cumplir con lo dicho.
«No lo defraudaré», pensó.
Mientras tanto, los dos conductores y el ingeniero siguieron hablando en voz baja, compadeciéndose sobre la terrible experiencia que todos habían vivido, pero que había sido especialmente horrible para Putnam.
De repente, la puerta de la sala se abrió y el jefe de policía Powell entró.
Les dijo a Cullen y los agentes del FBI: —Será mejor que vengan conmigo. Un testigo acaba de llegar.
Jenn sintió una sacudida de emoción mientras ella y los otros siguieron a Cullen por el pasillo.
¿Estaban a punto de obtener la pista que necesitaban?
CAPÍTULO OCHO
Mientras Riley seguía a Powell por el pasillo junto con los otros agentes del FBI y Toro Cullen, se preguntó: «¿Un testigo? ¿De verdad obtendremos una buena pista tan rápido?»
Sus años de experiencia le decían que eso no era probable.
Aun así, no pudo evitar albergar la esperanza de que esta vez podría ser diferente. Sería maravilloso resolver este caso antes de que otra persona fuera asesinada.
Cuando el grupo llegó a una pequeña sala de reuniones, encontraron a una mujer robusta de unos cincuenta años caminando de un lado a otro. Llevaba mucho maquillaje y su cabello era de un color rubio antinatural.
La mujer se acercó a ellos. —Ay, esto es horrible —dijo—. Vi su foto en las noticias hace un rato, y la reconocí de inmediato. Qué muerte tan horrible. Pero tenía un presentimiento sobre ella, una mala sensación. Incluso podrían llamarlo una premonición.
Riley se sintió un poco desilusionada en ese momento.
Generalmente no era una buena señal cuando los testigos comenzaban a hablar de «premoniciones».
Bill guio a la mujer a una silla. —Siéntese, señora —le dijo—. Tómelo con calma y empecemos desde el principio. ¿Cuál es su nombre?
La mujer se sentó, pero comenzó a retorcerse en la silla.
Bill se sentó en una silla cercana, girándola un poco para hablar con ella. Riley, Jenn y los otros también se sentaron alrededor de la mesa de la sala de reuniones.
—¿Su nombre? —volvió a preguntar Bill.
—Sarah Dillon —dijo ella, sonriéndole—. Vivo aquí en Barnwell.
Bill le preguntó: —¿Y cómo conocía a la víctima?
La mujer lo miraba como si la pregunta la había sorprendido. —Bueno, realmente no la conocía. Intercambiamos palabras de vez en cuando.
Bill preguntó: —¿La vio esta mañana, antes de que fuera asesinada?
Sarah Dillon se veía más sorprendida que antes.
—No. Llevo un par de semanas, quizá más, sin verla. ¿Qué importa eso?
Riley intercambió miradas con Bill y Jenn. Ella sabía que estaban pensando lo mismo.
¿Un par de semanas o más?
Por supuesto que importaba mucho.
Cuando Powell les había dicho que había llegado un testigo, Riley había supuesto que era que conocía a la víctima personalmente o que había visto algo verdaderamente esencial para el caso, quizá hasta el secuestro en sí. Sin embargo, ella sabía que tenían que hacerle seguimiento a todas las pistas posibles. Hasta el momento, no tenían nada más con qué continuar.
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