Una Vez Añorado . Блейк Пирс
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Justo cuando estaban en la fila de la caja registradora, un hombre extraño caminó hacia ellas. Llevaba algo en su cara que aplanaba su nariz, labios y mejillas y lo hacía ver cómico y aterrador a la vez, como un payaso de circo. Le tomó a Riley un momento darse cuenta de que llevaba una media de nailon sobre su cabeza, las mismas que mamá llevaba en sus piernas.
Sostenía un arma. La pistola parecía enorme. Estaba apuntando a mamá con ella.
“Dame tu cartera”, dijo.
Pero mamá no lo hizo. Riley no entendió el por qué. Sabía que mamá tenía miedo, tal vez demasiado miedo como para hacer lo que el hombre le estaba pidiendo que hiciera, y probablemente Riley también debería estar asustada, así que lo estuvo.
Le dijo algunas malas palabras a mamá, pero aún no le entregó su cartera. Todo su cuerpo estaba temblando.
Entonces vino una explosión y un flash, y mamá cayó al suelo. El hombre dijo más malas palabras y huyó. El pecho de mamá estaba sangrando, y ella abrió la boca y se retorció por un momento antes de quedarse completamente inmóvil.
La pequeña Riley comenzó a gritar. Siguió gritando por mucho tiempo.
El toque suave de la mano de Bill trajo a Riley de nuevo al presente.
“Lo siento”, dijo Bill. “No quise hacerte recordar todo eso de nuevo”.
Obviamente había visto la lágrima en su mejilla. Ella apretó su mano. Estaba agradecida por su comprensión y preocupación. Pero la verdad era que Riley nunca le había contado a Bill sobre una memoria que la atormentaba aún más.
Su padre había sido coronel de la infantería, un hombre severo, cruel, insensible e implacable. Durante todos los años que siguieron, había culpado a Riley por la muerte de su madre. No le importaba que solo había tenido seis años de edad.
“Es como si le hubieses disparado tú misma. No la ayudaste en nada”, le había dicho.
Había muerto el año pasado sin haberla perdonado.
Riley se limpió la mejilla y miró el paisaje por la ventana.
Entró en cuenta de nuevo de todo lo que ella y Bill tenían en común, y cuán atormentados estaban por tragedias e injusticias pasadas. Durante todos los años que habían sido compañeros, ambos habían sido motivados por demonios similares, atormentados por fantasmas similares.
Riley ahora sabía que tomar este caso junto a Bill había sido lo correcto, a pesar de sus preocupaciones con Jilly y su vida familiar. Cada vez que trabajaban juntos, su vínculo se afianzaba más. Esta vez no sería la excepción.
Resolverían estos asesinatos, Riley estaba segura de ello. Pero ¿qué ganarían o perderían en el proceso?
“Tal vez ambos sanaremos un poco”, pensó Riley. “O quizás nuestras heridas se abran y duelan más”.
Se dijo a sí misma que no importaba. Siempre trabajaban juntos para cerrar casos, sin importar lo duro que fuera.
Ahora podrían estar enfrentándose a un crimen particularmente siniestro.
CAPÍTULO SIETE
Cuando el avión de la UAC aterrizó en el Aeropuerto Internacional de Seattle-Tacoma, estaba lloviendo bastante. Riley miró su reloj. Eran las dos de la tarde en su casa ahora, pero aquí eran las once de la mañana. Les daría tiempo para avanzar un poco en el caso hoy.
Cuando ella y Bill se acercaron a la salida, el piloto salió de su cabina y les entregó un paraguas a cada uno de ellos.
“Los necesitarán”, dijo con una sonrisa. “El invierno es el peor momento para estar en este rincón del país”.
Cuando llegaron a la parte superior de las escaleras, Riley vio que tenía razón. Le alegraba el hecho de que tuvieran paraguas, pero deseaba haberse colocado ropa más caliente. Era frío y lluvioso.
Un VUD se detuvo en el borde de la pista. Dos hombres con impermeables se apresuraron hacia el avión. Se presentaron como los agentes Havens y Trafford de la oficina de campo del FBI en Seattle.
“Los llevaremos a la oficina del médico forense”, dijo el agente Havens. “El líder del equipo de esta investigación está esperándolos allí”.
Bill y Riley se metieron en el carro, y el agente Trafford comenzó a conducir a través de la lluvia. Riley apenas pudo ver los hoteles que estaban cerca del aeropuerto, y más nada. Sabía que había una ciudad vital por ahí, pero era prácticamente invisible.
Se preguntó si siquiera iba a conocer Seattle mientras estuviera aquí.
*
El minuto en el que Riley y Bill se sentaron en la sala de conferencias del edificio del médico forense de Seattle, sintió que se avecinaban problemas. Intercambió miradas con Bill, y ella notó que él también sentía la tensión.
El líder de equipo Maynard Sanderson era un hombre grande con una mandíbula sobresaliente y una presencia como la de un oficial del ejército y un predicador evangélico al mismo tiempo.
Sanderson estaba estudiando a un hombre corpulento cuyo bigote de morsa grueso lo hacía parecer como si siempre estuviera frunciendo el ceño. Se había introducido como Perry McCade, el jefe de policía de Seattle.
El lenguaje corporal de los dos hombres y los lugares que habían tomado en la mesa decían mucho. Por cualquier razón, lo último que querían era estar en la misma sala juntos. Y también se sentía segura de que ambos hombres especialmente odiaban tener a Riley y a Bill aquí.
Recordó lo que Brent Meredith les había dicho antes de salir de Quántico.
“Pero no esperen una bienvenida acogedora. Ni la policía ni los federales estarán encantados de verlos”.
Riley se preguntaba en qué clase de campo minado habían entrado.
Había tremenda lucha de poder, y ni hacía falta que nadie dijera ni una sola palabra. Y, en pocos minutos, sabía que se volvería verbal.
Por el contrario, el médico forense Prisha Shankar se veía cómoda y despreocupada. La mujer de piel oscura y pelo negro era más o menos de la edad de Riley y parecía ser estoica e imperturbable.
“Ella está en su territorio, después de todo”, concluyó Riley.
El agente Sanderson se tomó la libertad de comenzar la reunión.
“Agentes Paige y Jeffreys, me alegra que hayan podido venir de Quántico”, les dijo a Riley y a Bill.
Su voz helada le dijo a Riley que lo opuesto era la verdad.
“Encantados de poder servirles”, dijo Bill, sonando un poco inseguro.
Riley