Una Vez Abandonado . Блейк Пирс
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Se inclinó en su escritorio y se acercó a Riley.
“Agente Paige, ¿en qué rama del FBI trabaja exactamente?”.
“En la Unidad de Análisis de Conducta”.
“Ah. Cerca de aquí, en Quántico. Bueno, quizás deba tener en cuenta que muchos de nuestros estudiantes provienen de familias políticas. Algunos de sus padres tienen una influencia considerable sobre el gobierno, incluyendo el FBI, me imagino. Estoy seguro de que no queremos que se enteren de esto”.
“¿De esto?”, preguntó Riley.
Autrey giró en su silla.
“Estas personas quizás quieran presentar quejas con sus superiores”, dijo con una mirada significativa.
Riley sintió un cosquilleo de inquietud.
Quizás había adivinado que no estaba aquí en carácter oficial.
“Lo mejor es no causar problemas donde no existen”, continuó Autrey. “Esta observación es para su bien. Odiaría que incumpliera las órdenes de sus superiores”.
Riley casi se rio en voz alta.
Incumplir órdenes era prácticamente su pan de cada día.
También lo era ser suspendida o despedida y luego ser reintegrada nuevamente.
Eso no la asustaba en lo más mínimo.
“Entiendo”, dijo. “Lo que sea para no desacreditar la reputación de su universidad”.
“Me alegra que nos entendamos”, dijo Autrey.
Se puso de pie, obviamente esperando que Riley se fuera.
Pero Riley no estaba lista para irse, todavía no.
“Gracias por su tiempo”, le dijo. “Me iré justo cuando me de la información de contacto de las familias de los suicidios anteriores”.
Autrey estaba mirándola con furia. Riley le devolvió la mirada sin moverse de su silla.
Autrey miró su reloj. “Tengo otra cita. Debo irme ahora”.
Riley sonrió.
“Yo también tengo prisa”, dijo, mirando su propio reloj. “Así que, entre más rápido me de esa información, más rápido podernos irnos. Yo lo espero”.
Autrey frunció el ceño, y luego se sentó en su computadora otra vez. Tecleó un poco, y luego su impresora comenzó a sonar. Le entregó la hoja con la información a Riley.
“Me temo que tendré que presentar una queja con sus superiores”, dijo.
Riley aún no se movió. Cada vez estaba sintiéndose más curiosa.
“Decano Autrey, acaba de mencionar que Byars tiene unos cuantos suicidios. ¿De cuántos suicidios estamos hablando?”.
Autrey no respondió. Su cara se enrojeció de ira, pero mantuvo su voz tranquila y controlada.
“Me comunicaré con su superior en la UAC”, dijo.
“Está bien”, respondió Riley. “Gracias por su tiempo”.
Riley salió de la oficina y del edificio administrativo. Esta vez el aire frío se sentía vigorizante.
Las evasivas de Autrey convencieron a Riley de que se había topado con un nido de problemas.
Y Riley prosperaba en medio de los problemas.
CAPÍTULO SEIS
Tan pronto como Riley se metió en su carro, repasó la información que el decano Autrey le había dado. Comenzó a recordar los detalles de la muerte de Deanna Webber.
“Por supuesto”, recordó, encontrando la vieja noticia en su celular. “La hija de la congresista”.
La representante Hazel Webber era una nueva política que estaba casada con un abogado prestigioso de Maryland. La muerte de su hija había estado en los encabezados el otoño pasado. Riley no le había prestado mucha atención a la historia en ese momento. Parecía más un chisme lascivo que una noticia real, algo que Riley pensaba que solo era asunto de la familia.
Ahora pensaba distinto.
Encontró el número de teléfono de la oficina de la congresista Hazel Webber en Washington. Cuando marcó el número, una recepcionista que sonaba bastante eficiente contestó.
“Soy la agente especial Riley Paige de la Unidad de Análisis de Conducta del FBI”, dijo Riley. “Me gustaría concertar una reunión con la representante Webber”.
“¿Puedo preguntar de qué trata todo esto?”.
“Necesito hablar con ella sobre la muerte de su hija el otoño pasado”.
En ese momento cayó un silencio.
Riley dijo: “Siento molestar a la congresista y a su familia para hablar de esta terrible tragedia. Pero solo tenemos que atar unos cabos sueltos”.
Más silencio.
“Lo siento”, dijo la recepcionista lentamente. “Pero la representante Webber no está en Washington ahora mismo. Tendrá que esperar hasta que vuelva de Maryland”.
“¿Y cuándo volverá?”, preguntó Riley.
“No lo sé. Tendrá que volver a llamar”.
La recepcionista finalizó la llamada sin decir más.
“Ella está en Maryland”, pensó Riley.
Investigó y encontró que Hazel Webber vivía en los pastos de Maryland. El lugar no sería difícil de encontrar.
Pero antes de que Riley pudiera encender su carro, su teléfono celular vibró.
“Habla Hazel Webber”, dijo la persona en la línea.
Riley estaba sorprendida. La recepcionista debió haber llamado a la congresista inmediatamente después de colgarle a Riley. Ciertamente no había esperado que Webber se comunicara con ella directamente, y menos tan rápido.
“¿En qué puedo ayudarle?”, preguntó Webber.
Riley explicó de nuevo que quería hablar de algunos “cabos sueltos” respecto a la muerte de su hija.
“¿Podría ser un poco más específica?”, dijo Webber.
“Preferiría hacerlo en persona”, dijo Riley.
Webber