Una Vez Abandonado . Блейк Пирс
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El tono helado de la mujer sorprendió a Riley. No detectó ni el menor rastro de dolor.
“Representante Webber, si usted me pudiera dar un poco de su tiempo...”.
“Le dije que no”.
Webber finalizó la llamada.
Riley estaba estupefacta. No tenía idea qué pensar de esta llamada.
Lo único que sí sabía con certeza es que había molestado bastante a la congresista.
Y tenía que ir a Maryland inmediatamente.
*
Fue un paseo en carro de dos horas bastante agradable. Puesto que había buen tiempo, Riley tomó una ruta que incluía el puente de la bahía de Chesapeake, pagando el peaje para disfrutar del paseo sobre el agua.
Pronto se encontró en los pastos de Maryland, donde vallas de madera hermosas cercaban pastos, y calles arboladas llevaban a elegantes casas y graneros que quedaban lejos de las carreteras.
Se detuvo en la verja afuera de la finca de los Webber. Un guardia fornido uniformado salió de su choza y se acercó a ella.
Riley le mostró su placa y se presentó.
“Estoy aquí para ver a la representante Webber”, dijo.
El guardia se alejó y habló en su micrófono. Luego se acercó a Riley de nuevo.
“La congresista dice que ha habido algún error”, dijo. “Ella no la está esperando”.
Riley sonrió tan ampliamente como pudo.
“Ah, ¿está demasiado ocupada en este momento? No hay problema, mi calendario no está tan apretado. Esperaré aquí hasta que tenga tiempo”.
El guardia frunció el ceño, tratando de intimidarla.
“Me temo que tendrá que irse, señora”, dijo.
Riley se encogió de hombros y actuó como si no hubiese entendido lo que quería decir.
“Ah no, está bien. No hay problema. Puedo esperar aquí”.
El guardia se alejó y habló en su micrófono de nuevo. Después de mirar a Riley fijamente por un momento, entró en su choza y abrió la puerta. Riley condujo por ella.
Condujo por una pradera amplia y cubierta de nieve donde un par de caballos andaban libremente. Era una escena pacífica.
Cuando llegó a la casa, era incluso más grande de lo que ella esperaba, una mansión contemporánea. Miró los otros edificios bien cuidados más allá de la vivienda.
Un hombre asiático la recibió en la puerta. Era aproximadamente tan grande como un luchador de sumo, lo que hacía que su traje formal de mayordomo se viera grotescamente inadecuado. Guio a Riley por un pasillo con un piso de madera de color marrón rojizo que se veía costoso.
Finalmente fue recibida por una mujer pequeña y sombría que la llevó a una oficina muy pulcra sin decir una sola palabra.
“Espere aquí”, dijo la mujer.
Salió de la oficina, cerrando la puerta detrás de ella.
Riley se sentó en una silla cerca del escritorio. Pasaron unos minutos. Se sintió tentada a echarle un vistazo a los materiales del escritorio o incluso a la computadora. Pero sabía que todos sus movimientos seguramente estaban siendo grabados con cámaras de seguridad.
Finalmente, la representante Hazel Webber entró en la sala.
Ella era una mujer alta, delgada pero imponente. No parecía lo suficientemente vieja como para haber estado en el Congreso durante tanto tiempo, ni parecía tener la edad suficiente como para tener una hija universitaria. La cierta rigidez alrededor de sus ojos pudiera ser habitual, o inducida por el Botox, o tal vez ambas.
Riley recordó haberla visto en la televisión. Normalmente cuando conocía a alguien que había visto en la TV, le impresionaba lo cuán diferentes que se veían en la vida real. Extrañamente, Hazel Webber se veía exactamente igual. Era como si fuera realmente de dos dimensiones, un ser humano casi anormalmente superficial en todos los sentidos.
Su atuendo también desconcertaba a Riley. ¿Por qué llevaba puesta una chaqueta sobre un suéter? La casa sin duda era lo suficientemente caliente.
“Parte de su estilo, supongo”, pensó Riley.
La chaqueta le daba un aspecto más formal y profesional que solo pantalones y un suéter. Tal vez también representaba una especie de armadura, una protección contra cualquier contacto humano genuino.
Riley se puso de pie para presentarse, pero Webber habló primero.
“Agente Riley Paige, UAC”, dijo. “Ya sé”.
Sin otra palabra, se sentó en su escritorio.
“¿Por qué está aquí?”, preguntó Webber.
Riley sintió una sacudida de alarma. Obviamente no tenía nada que decirle. Su visita era un engaño, y Webber le parecía el tipo de mujer que no era fácil de engañar. Esto superaba a Riley, y tenía que ingeniárselas ahora.
“Estoy aquí para pedirle información”, dijo Riley. “¿Su marido está en casa?”.
“Sí”, dijo la mujer.
“¿Sería posible hablar con ambos?”.
“Él sabe que está aquí”.
Su respuesta desarmó a Riley, pero trató de no demostrarlo. La mujer miró a Riley fijamente con sus ojos azules y fríos. Riley no vaciló. Solo mantuvo la mirada, preparándose para batallar.
Riley dijo: “La Unidad de Análisis de Conducta está investigando un número inusual de suicidios aparentes en la Universidad de Byars”.
“¿Suicidios aparentes?”, dijo Webber, arqueando una sola ceja. “No describiría el suicidio de Deanna como ‘aparente’. A mi esposo y a mí nos pareció bastante real”.
Riley podría jurar que la temperatura de la sala había descendido unos grados. Webber no había mostrado ni la más mínima expresión cuando mencionó el suicidio de su propia hija.
“Tiene sangre fría”, pensó Riley.
“Quisiera que me explicara lo que pasó”, dijo Riley.
“¿Por qué? Estoy segura de que ha leído el informe”.
Obviamente Riley no lo había hecho, pero tenía que seguírselas ingeniando.
“Escucharlo con sus propias palabras sería de gran ayuda”, dijo.
Webber permaneció en silencio por un momento. Su mirada era inquebrantable. Pero la de Riley